Tras varios «ascensos interruptus» no certificados en los despachos a causa de las draconianas condiciones de ingreso de la liga ACB, el CB Miraflores burgalés vuelve a situar en la máxima categoría al baloncesto de castellano-leonés. Como era de esperar, la pasión se ha disparado en Burgos y más de 7000 abonados llenarán las gradas del Coliseum para disfrutar del espectáculo que hace unos años pudieron vivir en otras capitales castellanas.

Corrían los años 90. Mientras «Gabinete Caligari» nos animaba a conocer Soria y los «Celtas Cortos» llenaban plazas de toros y campos de fútbol, tres clubes luchaban por alcanzar la zona noble de la liga española. A las orillas del Pisuerga, donde aún se llora al desaparecido capitán Lalo García, el CB Valladolid fue el pionero.

Tras hacerse un nombre gracias a ilustres como Nate Davis, Samuel Puente o Quino Salvo, contar con el mecenazgo de Fórum Filatélico bajo la presidencia de Gonzalo Gonzalo les llevó a hacer fichajes de relumbrón. La llegada de los internacionales lituanos Sabonis y Homicius aupó al equipo vallisoletano en las portadas de la prensa deportiva. Tras la marcha de Arvydas Sabonis al Real Madrid, la afición pucelana pudo encontrar otro ídolo en el brasileño Óscar «Mano Santa» Schmidt. Años de pura delicatessen que, desgraciadamente, llegaron a término con la crudeza que trajo la dichosa crisis económica junto al estallido del fraude en su patrocinador más representativo.

A la sombra de la majestuosa catedral de León, los años dorados del baloncesto se asocian a la figura de un entrenador (Gustavo Aranzana), un patrocinador (la empresa aceitera Elosúa) y a un ramillete de jugadores en estado de gracia. Inolvidables son Xavi Fernández (uno de los escoltas más elegantes y eficaces), Alberto Angulo (cedido por el CAI Zaragoza) o Xavi Crespo (alero alto que desarrolló casi toda su carrera entre el Barça y la Penya) y unos americanos de postín como Reggie Johnson o Raymond Brown. Nunca fue León una plaza sencilla para arrancar una victoria, contando con el aliento de una ruidosa afición y pertrechados con su inolvidable equipación amarilla.

El tercer proyecto se desarrolló en Salamanca, ciudad universitaria por antonomasia. El pabellón Würzburg acogió durante dos temporadas un proyecto que tuvo una vida efímera. La apuesta por una plantilla liderada por jugadores nacionales expertos como los mitos cajistas Fede Ramiro y Rafa Vecina o el anotador Manolito Aller ofreció buenos resultados a la entregada afición charra. Los entrenadores (el veterano Ricardo Hevia y un joven Pedro Martínez) también contaron con el talento y oficio interior de Claude Riley y Granger Hall. Las ilusiones se esfumaron con rapidez, ya que el propietario se cansó y vendió su plaza al CB Granada, dando por finiquitado el ambicioso proyecto charro que había llegado a jugar competiciones europeas.

La vuelta a las pistas del CB Miraflores, después de 30 años de la última visita del Tizona de Burgos a Ciudad Jardín, supone un momento histórico para la ciudad castellana. Burgos regresa a la ACB y es motivo de celebración, especialmente para la sufrida afición burgalesa, así como por la demostración tangible que los ascensos ofrecen la salsa competitiva demandada durante muchas temporadas.