Aquella muchacha malagueña de ojos vivarachos, menuda y delgada que llegó, con sólo 20 años y los estudios de Administrativa a la oficina de la Sociedad Deportiva Caja de Ronda en 1980 no podía siquiera imaginarse que aquel primer trabajo sería, a la postre, el último. Que sería el definitivo. Antonia García García llegó allí porque la delegada de su equipo de balonmano en la Universidad Laboral le avisó de que hacía falta una auxiliar administrativa. Y allí se plantó ella. Ni corta ni perezosa.

En el año 1977, en pleno cambio de España y de toda la sociedad, se creó la Sociedad Deportiva Caja de Ronda. En principio, como una especie de club mitad recreativo y mitad deportivo para que los trabajadores de la entidad financiera disputaran competiciones. Una especie de liguilla entre empleados.

Una idea que amasó Paco Moreno, por aquel entonces responsable de la Caja y a la postre secretario general del club, y que activó con una pequeña sede neurálgica, en un local de la entidad financiera. En la sede sólo había dos mesas con dos máquinas de escribir, un despacho que hacía las veces de sala de juntas, un archivador y una sala interior con mesa de billar. Allí se presentó Antonia García, «Toñi» para todo el que la conoce.

«Me reuní con Juan Luis Moreno, el hermano de Paco, y me dio el puesto. La sede estaba en la avenida de Carlos Haya. Era un edificio con dos locales idénticos con un bloque de viviendas en medio. En uno de esos locales estaba la sede del club», recuerda Toñi.

Sólo había dos empleados en esa oficina: Juan Luis Moreno y ella. Así que desde allí se hacía todo. Y cuando se dice todo... es todo. Sin más ayuda que un teléfono y una máquina de escribir. Fue, además, en un año importante. Porque en el curso 1980/81, el Caja de Ronda ascendió a Primera Nacional. Coincidió, además, con el impulso del equipo de balonmano. Así que Toñi se encargaba de todo: administración, entradas, abonos, fichas, licencias de jugadores, secretaría general y correspondencia. La vocación del club era tan humilde que las fotocopias había que hacerlas fuera de la oficina: no había fotocopiadora o impresora. «Teníamos que ir a una tienda cercana en el pasaje de Santa Rosa de Lima. No había ningún tipo de tecnología. Mi mesa de trabajo y la máquina de escribir, con el archivador. Y todo a mano», recuerda.

Un club social

Por allí pasaban los jugadores de los equipos del club. Juan de Dios García (padre) les ponía refrescos. Era como una especie de sede social. Y en esa temporada, por primera vez, se sacaron a la venta abonos. «Recuerdo perfectamente que había un descuento para el que se sacara el carnet de los dos deportes, baloncesto y balonmano. Se hacía carnet por carnet, a mano. Los datos del abonado se tomaban en una hoja de papel. No teníamos ordenadores. El carnet era de cartulina y se hacía a máquina. Hacíamos los recibos a mano».

Toñi continuó en aquella oficina, con la única compañía de Moreno. Nada a lo que hay hoy en día. Y recuerda como un gran acontecimiento cuando, en 1986, por fin el ordenador llegó al club. «Yo seguía con mi archivador y haciendo fotocopias fuera. Y el ordenador lo usamos, con un programa arcaico, para llevar el tema de la base de datos de los abonados. Era muy rudimentario y nos fuimos acostumbrando el uno al otro», rememora.

El Caja de Ronda no dejó de crecer. Nuevos entrenadores, mejores jugadores y la entidad hizo una apuesta definitiva al adquirir su actual sede de Los Guindos. En el verano de 1989 se llevó a cabo la gran mudanza y llegaron los primeros cambios de importancia para el club. Y para Toñi, claro, que ha vivido pegada a la entidad desde su creación. En 1977, cuando se fundó, ella ya jugaba en el equipo de balonmano. Y desde 1980 ambos han ido de la mano. Y creciendo.

Al club llegó un nuevo gerente, Juan la Cueva, así que en las oficinas ya eran tres. Y con el estreno de Los Guindos llegó gente en prácticas, recuerda Toñi. «Las primeras fueron Nuria, y más tarde Susana. Y también mi querido Rafael, que se hizo cargo de la gerencia. Y luego llegó más gente. Pero no me pidas el orden, porque me lío», sonríe Toñi, una auténtica caja de recuerdos de la historia del club.

El traslado a Los Guindos también llevó consigo una revolución tecnológica sin precedentes para ella. «Pasamos de no tener de nada a tener de todo. Fotocopiadora, ordenador, fax... Era un oficina equipadísima. Se mecanizó e informatizó. No tanto como ahora, claro, pero se hizo todo mejor», comenta. Tras unos años muy prósperos, en el verano de 1992/93 llegó la fusión con Maristas. Y a la oficina se incorporaron compañeros del otro club. De rivales encarnizados a hermanos. Así se escribió la historia del baloncesto malagueño. Ese fue el paso definitivo para que, ahora ya con la denominación de Unicaja, el club despegara.

Lo hizo con éxitos deportivos, tras el subcampeonato ACB en 1994/95 y la disputa de la Copa de Europa. Y de ahí, la época de Bozidar Maljkovic con la Korac 2001, el trienio mágico de Sergio Scariolo con Copa´05, Liga´06 y Final Four´07€ hasta llegar a día de hoy. Un largo y emocionante recorrido que Toñi recuerda con «naturalidad».

«El crecimiento ha sido muy natural. No hubo un cambio drástico, todo fue muy armonioso, fruto del crecimiento continuo del club», explica Toñi, que reconoce, eso sí, el tremendo avance en gestión y organización. «Antes no había departamentos, todo se hacia entre los que estábamos. Y ahora fíjate: prensa, marketing, ticketing, secretaría, tiendas... Yo ahora sólo me encargo del ticketing. De la gestión de los abonos, renovación, dar de alta, bajas, control o cuadros diarios de ventas de ticketing de tiendas, on line. Sólo ticketing».

37 años sin parar

Han sido 37 años sin parar de trabajar. Toñi ha fabricado los abonos y luego los ha llegado a validar en la puerta. Toñi es, en buena parte, la «cara» del Unicaja. Aunque ella huye de todo eso. «Todo el mundo me dice que soy una institución. No me disgusta que me lo digan, pero no me parece así. En este club somos muchos trabajando y el trabajo de todos es importante. Cada uno hace su labor. Desde el utillero hasta el último de los que estamos aquí, y cada uno hacemos lo nuestro. Me siento valorada, respetada y a gusto, pero yo no soy más importante que otros compañeros».

Algún quebradero de cabeza aún tiene cuando rememora cómo hizo el trasvase de abonados del vetusto Ciudad Jardín al nuevo Palacio de los Deportes. A mano, abonado a abonado, sin separar familias ni parejas ni amigos. Con dos pabellones tan diferentes, con una capacidad de que se multiplicaba de apenas 4.000 a más de 8.500 asientos. «Todos pasaron por el club y a todos se les atendió para que estuviesen en un asiento lo más parecido posible». Ardua labor, en la que caben un montón de anécdotas, de trabajo y de esfuerzo para que todos los abonados se quedaran lo más contento posible.

Tuvo antes otra mudanza, de Tiro Pichón a Ciudad Jardín, en el año 80. Con unos cientos de abonados que en la nueva pista llegaron a los 1.000. De ahí se creció a los 4.000 de la buena época de Ciudad Jardín y la llegada al Carpena. «El Palacio se construyó con mucha ilusión, pero ahora había que llenarlo con 8.500 personas, más del doble». Y se agotó el papel. No había entradas. «Tuvimos hasta listas de espera». Fueron los años más sensacionales del Unicaja y del baloncesto malagueño. Pero de la lista de espera se pasó a contar con poco más de 6.000 abonados.

Toñi recuerda aquella época con mucha tristeza. «Hubo una huida y me dio mucha pena, porque realmente yo no lo sentía como la gente. Se nos criticó mucho, por todo. Ahora, con lo de las redes sociales, no lo llevo bien. Se escriben y dicen cosas muy desagradables. A algunos no les ha gustado el producto, pero es lo que hay. Se les ha explicado, por teléfono o en persona, y lo han entendido. Pero sin embargo luego escriben muy alegremente comentarios que quedan en Facebook o Twitter, y quedan para siempre. Y sólo queda lo malo. No todo el mundo pide disculpas o agradece cuando ya se le ha solucionado el problema», resume Toñi.Los nervios de los partidos

Hay días en los que su trabajo cambia. O, mejor dicho, el horario se amplía. Cuando acaba en la oficina comienza la cuenta atrás para ir al «otro» trabajo. Al pabellón. Antes a Ciudad Jardín y ahora al Carpena. Han pasado 37 años ya pero Toñi admite que cuando su Unicaja juega es un día «especial». «Es un día diferente. Yo nunca voy a los partidos sin arreglarme. Toda la vida de Dios me he arreglado, no se me ocurriría nunca ir a un partido en chándal. Luego allí te hinchas de trabajar, pero para mí es especial. Cada día de partido me levanto nerviosa. Y cuando llego al Carpena tengo un pellizco en el estómago. Hasta que no comienza el partido y la cosa empieza a rodar no estoy tranquila», explica.

El club atraviesa un momento álgido con la vuelta a la Euroliga y el título de Eurocup. Un trofeo es un trofeo. Y el Unicaja sólo tiene cuatro en sus 40 años de historia. Así que Toñi guarda en la memoria cada uno de ellos.

El primero fue la Copa Korac contra el Hemofarm en Vrsac. «Al ser lejos de Málaga fue más frío, no es lo mismo que en casa. Pero fue maravilloso al ser el primero». Luego llegó la Copa del Rey 2005 en Zaragoza. «Me pilló de vacaciones y ni siquiera pude ver el partido, lo escuché por la radio». El año siguiente se conquistó el título la ACB en Vitoria. «Fue magnífico, porque nos fuimos al Centro a celebrarlo. Nos lo pasamos de lujo, con todos los abonados conocidos. La importancia del título también lo hizo especial». Y, por supuesto, esta Eurocup. «Tuvimos el honor de poder ir y fue algo entrañable. Mi hijo tuvo la suerte de ir en autobús con los aficionados y lo celebré allí con él. Para mí ese fue entrañable, muy bonito».

La transformación tan brutal también lleva aparejadas consecuencias negativas. Se pierde cercanía. Con el propio aficionado y abonado. Y también con los jugadores y técnicos. «Ahora hay jugadores que ni conozco. Los veo en la comida de Navidad y poco más». Guarda un gran recuerdo de Rafa Vecina. «Es, de la época de Caja de Ronda, con el que tuve más roce. Con su mujer y su hijo. Luego tuve mucho contacto con Mike Smith, por toda la polémica que hubo con su fichaje y eso hizo que tuviera mucho roce charláramos mucho. Le guardo mucho cariño». Más reciente por supuesto, se acuerda de «Berni y Carlitos, que son de la casa». De esta época, su jugador favorito es Jeff Brooks. «Cuando coge el balón me parece el más elegante».

Y sigue recordando. «Risacher era un jugador muy educado. Me llevaba muy bien con su mujer. Bullock también era un chico estupendo». ¿Y los entrenadores? «Es curioso que al único que no he conocido en toda la historia ha sido a Luis Casimiro. Estuvo un periodo muy corto de tiempo y llegó y se fue sin llegar a conocerlo».

Y se felicita por la vuelta del baloncesto femenino. «Las niñas llegaron gracias a las hermanas de Toa Paterna. Y estuvieron poco tiempo. Y que ahora el club haya dado este paso pues me parece algo estupendo. Me ha dado mucha alegría. Yo entré en el club como deportista y el deporte femenino necesitaba nuestro apoyo».

Es Toñi García. Para muchos, el rostro del Unicaja. Llegó con 20 añitos y ahora que tiene 57 sólo piensa en verde. «Yo quiero jubilarme aquí, si Dios quiere. Espero y confío en seguir. Todavía me faltan unos pocos de años y aquí seguiré. Llevo 37 pero aún me faltan unos cuantos. No concibo mi vida sin esto. El Unicaja, junto a mi hijo y mi marido, son mi vida».