Tras muchas décadas en la clandestinidad, con la omnipresencia del balompié en los medios de comunicación, la afición comenzaba a acercarse a un baloncesto que ofrecía nuevas propuestas más allá de los triunfos nacionales y europeos del Real Madrid. Un aire fresco y rompedor llegaba gracias a la Penya Spirit de Badalona, proyecto romántico de cantera basado en un juego abierto y descarado.

Con la llegada de la década de los 80, el club verdinegro siguió creciendo sin poder dar caza a la élite del basket nacional. Cuando más cerca estaba, sus vecinos del Barça les arrebataron a dos de sus mejores figuras: Andrés Jiménez (pionero en la posición de ala-pívot) y José Antonio Montero (prototipo del base moderno). Pero lejos de amedrentarse, el equipo badalonés empezó a construir un proyecto ganador.

El primer impulso llegó con el aterrizaje de un ambicioso patrocinador. La constructora Montigalá, dentro del holding Banesto dirigido por Mario Conde, era el responsable de la edificación de la Villa Olímpica de los futuros JJOO de Barcelona. Los millones comenzaron a llenar las arcas de la Penya, convitiéndoles automáticamente en candidatos para disputar todas las competiciones.

La elección de Badalona como sede del torneo olímpico de baloncesto aceleró la mudanza desde el vetusto Pabellón de Ausias March hasta el gigantesco Palau Olímpico. Disponer de las comodidades del moderno complejo les colocaba en el primerísimo nivel europeo.

A su vez, dentro de la pista, la Penya también crecía. Manteniendo su idiosincrasia y, gracias a los ingresos obtenidos por los traspasos de Jiménez y Montero, pudieron mantener una excelente columna vertebral con sus canteranos más brillantes (Villacampa, los hermanos Jofresa y las torres Ruf y Morales). Su habitual acierto con los americanos (como Mike Schultz o Reggie Johnson) se ratificó con el fichaje de una pareja de renombre y calidad, Corny Thompson y Harold Pressley.

Y para liderar el ambicioso proyecto, se apostó por incorporar a entrenadores de renombre. Desde el Real Madrid ficharon al laureado Lolo Sáinz, quien les llevó a conquistar dos títulos ligueros consecutivos, y luego trajeron al joven e incisivo Zeljko Obradovic, quien les hizo campeones de Europa.

Cuando Montigalá se marchó, antes de la intervención y caída de Banesto, el patrocinio llegó desde Marbella (con el apoyo de Gil y Gil) y del refresco 7Up. La ambición y el crecimiento seguían siendo la razón de ser del Joventut. Lujo y oropel (contaban con un chárter privado para sus desplazamientos en la Liga Europea) para mimar a un conjunto instaldo en la élite continental.

Contratos elevados de larga duración y la incorporación de refuerzos de postín (firmar a Mike Smith o Ferrán Martínez no estaba al alcance de muchos) inflaba cada vez más el presupuesto badalonés. Y como siempre pasa en la casa del modesto, llegó el periodo de vacas flacas y la Penya fue perdiendo gran parte de su poder competitivo.

Desde aquellos años gloriosos, el Joventut se ha aferrado a su apuesta por la cantera como modus vivendi. Con Raül López, Rudy, Ricky o Pau Ribas han llegado nuevos éxitos deportivos y han convertido a la financiación vía traspaso como el salvavidas de un club que, bajo la presidencia de Jordi Villacampa y Juanan Morales, ha pasado por graves problemas financieros en la última década. Para y por siempre, ¡forza Penya!

@OrientaGaona