Vicente del Bosque vuelve a optar a ser el mejor entrenador del mundo 2012, según la FIFA y la revista francesa France Football. El seleccionador español está entre los tres elegidos, junto a sus contrincante de siempre: José Mourinho y Pep Guardiola. Sus impresionantes éxitos en los banquillos son de sobra conocidos, pero menos se sabe de su vida personal. En esta entrevista, nos desvela algunos detalles de su vida familiar, con la moraleja de su libro de cabecera, 'El conde Lucanor'.

Del Bosque siempre habla de la escuela, de su infancia, como un momento gozoso, feliz. Dentro de aquella oscuridad, de esa España un poco gris, esos silencios de su padre escuchando la radio con el volumen bajito, una época de pobreza, de silencio. Al ir al colegio se respiraba otra cosa. Incluso es capaz de decir los nombres de los maestros. ¿Esos valores de dignidad, honestidad, de los méritos del trabajo de usted, empezaron en esa época? ¿Qué personas fueron decisivas en la formación suya como persona?

En el ámbito familiar, mis padres, y en la escuela, de los 6 a los 10 años, los maestros. Y luego empecé a ir al instituto a estudiar Bachillerato. En esos años, estudié en una escuela que estaba a 200 metros de casa aproximadamente, no tenía que andar mucho. En los recreos, que era la época de la leche en polvo y el queso amarillo, fueron años buenos. Los que realmente lo pasaron mal fueron nuestros padres. Nosotros fuimos saliendo adelante más o menos bien, yo no me puedo quejar. Tuve una infancia feliz.

Dentro de esa admiración que profesaba por los maestros, con el valor del contacto humano, sin rigurosidad. Usted tuvo inclinación por la docencia, por el magisterio... ¿Cómo se concibe en su posición de profesor aunar las exigencias de un directivo de empresa con un grupo profesional perfecto, el mejor equipo, con esa capacidad docente? ¿Cómo logra aunar el resultado inmediato con la tranquilidad para contarle cuál es el proceso al que se quiere llegar?

Los maestros que tuve eran severos. En cuanto a la selección, hablamos de un grupo de empleados especiales, no comunes. Son muy jóvenes, ganan mucho dinero y tienen mucho eco todo lo que sucede a su alrededor. Estamos en una época de extremismo, de lo bueno o lo malo y no hay término medio. Creo que intento, desde que me retiré, primero educar a los chavales más jóvenes del Real Madrid y ahora en la selección, con toda normalidad, transmitiendo las ideas deportivas que queremos y también las relaciones humanas. En ese sentido hemos tenido buena respuesta. No tengo nada especial, sinceramente. Ellos se han dado cuenta de que obramos con normalidad en esas relaciones humanas que tan importantes son para estar más cerca del éxito. Si no hay un buen grupo, unas buenas relaciones, difícilmente estaremos ahí. Es verdad que cuando terminé bachillerato, empecé Magisterio con el ánimo de hacer una carrera corta, pero mi pasión y vocación era el fútbol. Quizás perdí otra cosa que podía haber hecho.

Su padre lo llevaba de niño a visitar la tumba de Miguel de Unamuno, días antes de la festividad de Todos los Santos, ¿le explicaba su padre el sentido de aquella visita?

Íbamos a ver a los abuelos primero y luego a familiares que habían fallecido y luego pasábamos por el nicho de Miguel de Unamuno. Era de costumbres, muy metódico en todo lo que hacía y sin eso no sabía... Luego posteriormente falleció un hermano mayor que yo, murió muy joven e íbamos a misa a oír al cura del cementerio, y no era muy creyente, pero luego empezó a ir todos los fines de semana. Pero esa es otra historia...

Unamuno hablaba mucho de la vanidad, decía del hombre que "satisfecha la necesidad surge la vanidad". Usted dice que su estilo de dirigir tiene que ver mucho con la persona, con el factor humano. En grupos donde la vanidad a veces es ensordecedora, ¿cómo se pone el cascabel para que esas pequeñas vanidades no contaminen al grupo?

Tenemos una imagen distinta de lo que es la realidad y no digo que no todos, porque cualquiera tiene un poco vanidoso, pero son chavales curtidos, impropio por la edad que tienen. El fútbol les ha madurado mucho. Claro que sucede, pero esa lucha de vanidades, en los 23 jugadores, es inevitable que no haya mala cara en los otros doce que no juegan porque sólo pueden jugar once. Es inevitable que no haya una mala cara. No es una vanidad... Darían su salario por poder jugar. Es lo normal aunque no ganaran tanto dinero. El amor propio de querer jugar, de participar en estos momentos de bonanza, siempre se genera un poquito, pero como en todos sitios. Lo llevamos bien. Son generosos, buena gente.

¿Cómo logra trabajar lo que quiere en tan poco plazo de preparación entre convocatorias?

-Nuestras concentraciones son un poco atípicas. Tenemos reciente el hilo de lo que dijimos la última vez y lo aprovechamos para seguir a partir de entonces. Habrá jugadores que en su equipo van bien y otros pasan malos momentos. Tengo la fortuna de que en el espacio de la selección se aíslan. Todos vienen muy contentos, felices, sin excepción. Antes posiblemente eran más refractarios. No vayas a la selección, decían. Ahora no, ahora todos desean venir.

Usted ha hecho viajes muy importantes en su vida, pero hay uno en el que se decide todo. Podría ser aquel en el viejo Renault 8, con Toñete, desde Salamanca a Madrid...

Era un hombre bueno, recuerdo, que se dedicaba en toda Castilla y León a llevar jugadores al Real Madrid y él me llevó a Madrid. Era una aventura. Viéndolo con el tiempo, no sería algo extraño que un chaval de Salamanca fuera a Madrid, pero en aquel entonces sí que fue un paso complicado. Es verdad que tenía un R8. Era entrenador nacional, un hombre majísimo y mi padre, una vez que estuvimos en Madrid, vio que me quedaba en buenas manos. Antes no había teléfono ni contacto diario, pero con el señor Malo, que era el responsable nuestro, y el señor Molowny, todos estaban pendientes y le decían cómo me comportaba por carta. Todos los padres queremos que nuestros hijos estudien Lengua y Matemáticas, pero también está bien la actividad física y que se haga deporte. Era una vigilancia silenciosa. Siempre vigilante. Supo que estaba en buenas manos.

Pero no ha podido evitar desde adolescente estar con los focos hasta el día de hoy. Precisamente, usted es una persona discreta. ¿Cómo son los focos para una persona que no vive de ellos?

Convivo pero no me acostumbro. Intento colaborar con todo el mundo. Cuando hablamos de las buenas relaciones entre entrenador y jugadores también hay que incluir a toda la gente que nos rodea, incluyendo a la gente de la prensa. Creo que debemos tener buenas relaciones y entender la crítica. Los resultados cambian mucho la opinión del que va a hacer la crónica. Eso lo entiendo, que no podemos estar con la visceralidad de cabrearte cuando una crítica no es buena o favorable. En ese equilibrio nos intentamos mover.

¿Dónde encuentra el seleccionador la paz?

Me gusta el rincón de San Esteban, de los Dominicos, en Salamanca, pero todos encontramos la paz en casa, al llegar a casa. Si has ganado, tienes más hambre. Si has perdido, menos. Pero la tranquilidad está en casa y el apoyo está en la familia, sin ninguna duda.