Antonio López García (Tomelloso, 1936) mata las últimas horas de la tarde con un libro. "Ahora estoy releyendo Fortunata y Jacinta", explica el pintor y escultor manchego desde su taller en el barrio madrileño de Chamartin. La jornada comienza cada día a las ocho y media de la mañana. Con calma se dirige a la fundición a dar fos.rma a sus gigantescas obras de bronce o al Palacio Real, donde trata de concluir el retrato de los Reyes con sus tres hijos que comenzó a pintar hace ya más de 17 años.

"Yo voy a mi ritmo, ¿quién dice que yo soy lento?", se pregunta López con cara de pocos amigos mientras acaricia a su gato Cascabel. La pregunta desespera a los responsables de Patrimonio Nacional, quienes han forzado el traslado del cuadro del estudio del manchego al Palacio Real con la esperanza de que de una vez por todas se pueda colgar en las regias paredes. "Lo terminaré cuando Dios quiera", responde con firmeza el artista de Tomelloso que repasa en exclusiva sus más de 50 años de trabajo, habla de su familia, de la amistad, de los miedos y de los retos de un mundo globalizado y "lleno de trincones y sinvergüenzas", de su proceso creativo repleto de "arrepentimientos" y de su obsesión por la alimentación sana para esquivar con 77 años las enfermedades.

El tratamiento del cuadro de la familia real no acaba de convencer al pintor, por lo que tras 17 años de trabajo, aún continúa en proceso de elaboración. El lienzo, de 3,40 metros de ancho por tres de altura, se encuentra ahora en una sala contigua a la Capilla Real. Los últimos años estuvo en el estudio de López, en el barrio de Chamartín.

"Llevo un ritmo normal", se defiende López antes de comparar su método de producción con el crecimiento de los árboles. "Algunos crecen muy lentos y otros, sin embargo, cogen dimensión en apenas 10 años", explica con un simil que considera irrebatible.

Antonio López se ha comprometido a concluir este trabajo que comenzó en 1996 y por el que ya cobró 43 millones de pesetas de entonces (unos 300.000 euros). Sin embargo, se hace el remolón al dar la fecha tope que se ha marcado para entregar la tela al organismo que administra los bienes estatales. "Lo terminaré cuando Dios quiera", se enroca molesto con las prisas.

-¿Sabe, más o menos, cuándo va a querer Dios?

-Se lo preguntaré a Dios esta noche.

-¿Cree usted en Dios?

-No creo en Jesucristo, ni en Buda, ni en Mahoma, pero pienso que el hombre tiende desde siempre a creer en la existencia de un ser superior. Lo de los dioses concretos ya es otra historia...

El genial pintor, Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1985, admite que han sido muchas las modificaciones que ha introducido en el lienzo real: "He cambiado la posición, la luz y el tamaño de las figuras", relata. También el atuendo de doña Sofía, que pasó de lucir un traje de color vainilla a otro estampado. El punto de partida de esta tela sin fin son las numerosas fotografías que el propio pintor hizo a la familia real en Zarzuela, en 1996.

"El cuadro está en permanente transformación, pero como todo en la vida", argumenta López desde su excepcional capacidad de observación de todo lo que le rodea. Luego, con una pícara sonrisa, insinúa que esa transformación podría durar toda la vida. Sólo entregará el lienzo "cuando vea que me complace". Las demoras no le inquietan.

"Esta tardanza no tienen ninguna importancia si se compara con los problemas reales de España", zanja un incómodo López, tras agradecer retóricamente la comprensión de Patrimonio Nacional y de la propia familia real.

"Lo que sucede es que en España la gente es muy cotilla, el español es muy pelmazo", espeta en un intento por cerrar bocas.

José Rodríguez Spiteri, presidente de Patrimonio Nacional, confía en que el cuadro esté terminado antes de final de año. Reza porque a nadie se le ocurra dar una nueva idea a López sobre la tela. Y es que el artista no oculta que escucha y tiene en cuenta las opiniones de todos. "Las cosas se hacen para los demás y conocer la opinión de cualquier persona me parece interesante y la respeto, aunque no entiendan de pintura", comenta en una de las frases más largas de la distendida charla de esta tarde en su estudio.

"Tengo muchísimas obras sin terminar y no me quita el sueño", asegura el escultor y pintor manchego. Todos los bocetos que expuso en 2011 en el Museo Thyssen-Bornemisza siguen en el mismo estado de esbozo. "En el comienzo de las obras suelo ser rápido", reconoce mientras eleva los hombros, pero una vez empezadas, todo cambia.

"Unas cosas se irán trabajando, otras se quedarán detenidas en el comienzo, otras se acabarán y otras no", admite despreocupado y sin darle mayor importancia. "¡Son cosas que pasan!", confiesa mientras Cascabel salta sin complejos de la mesa de la cocina a su regazo.

Lo que pasa en la soledad de un estudio a nadie debería importarle, considera Antonio López, convencido de que sin vocación es imposible dedicarse al arte. La soledad y el silencio son sus compañeros de trabajo.

"La creación es una tarea que se hace en solitario, según Dios te da a entender, no es necesario tener a nadie al lado", insiste por si no había quedado suficientemente claro.

El retrato de la familia real lo comenzó en su casa, luego se trasladó al Palacio Real, regresó a su estudio y ahora está de vuelta en Patrimonio Nacional. Dice que cuando trabaja en casa aprovecha mejor el tiempo.

"Me gusta el silencio. No pongo la radio ni el tocadiscos", revela. Sin embargo, no siempre fue así. Hace años sonaban de fondo en su taller las composiciones de Mozart o Beethoven junto con piezas populares.

El arte padece una "crisis permanente", según López. Es "un territorio sumamente maravilloso, lleno de luz pero es muy complicado y lo ha sido casi siempre". Además, avisa, esa precariedad en que vivimos se complica en épocas de recesión.

"Las épocas de crisis no son buenas para nadie. La vida sigue su curso, los árboles siguen creciendo, los pájaros siguen piando. La vida no se va a detener por esta gentuza", afirma al aludir de forma implícita a algunos políticos, a los que culpa de la crisis económica y social que padece España.

Antonio López dice no estar en su mejor momento. No es hablador, pero denuncia el "pesar" y "la irritación" que le provoca " ver la cantidad de trincones que hay en puestos de responsabilidad". El artista no duda ni un segundo al afirmar que es la "peor época" de su ya extensa vida. "Nunca antes había tenido la sensación de que la gente fuese tan sumamente sinvergüenza y de que hubiese tanta gente así", se queja el pintor y escultor que nació el mismo año en el que comenzó la Guerra Civil.

"En aquella época yo solo tenía que preocuparme de comer y de jugar en la calle", rememora. "Mi generación fue la última que pudo disfrutar de los juegos al aire libre", comenta con una nostalgia no disimulada que le deja triste durante unos segundos.

Las aficiones de Antonio López le vienen de su trabajo. "Me paseo por Madrid. Voy, vengo, veo tiendas, cojo el metro para ir a Patrimonio Nacional. Tengo que hacer un transbordo hasta llegar a Ópera. Es un permanente contacto con el mundo exterior que me sirve de inspiración", relata con fruición. No conduce, no tiene teléfono móvil y tampoco ordenador.

"No los necesito", lo tiene claro. Una de las cosas que más le sacan de quicio es perder el tiempo. "Mi día a día es como el de cualquier albañil", prosigue.

A Antonio López le gusta cuidarse y ahora lee todo lo que tiene que ver con la alimentación. "Nunca he sido juerguista, ni he bebido alcohol, pero sí que he fumado hasta 1993. Lo tuve que dejar", se sincera.

Entre sus mayores descubrimientos está el salvado. "Es laxante", un remedio natural, justifica, para alguien que siempre sufrió de estreñimiento. Cada vez come menos carne. La sustituye por frutos secos para proseguir su proceso de "purificación". Del espíritu hemos pasado al cuerpo sin solución de continuidad, en una conversación en la que el artista, siempre calmo, vuelve a la realidad de pregunta en pregunta, como a trompicones.

"De pequeño comía lo que me daban. La comida española es buenísima, magnífica", reconoce. Porque López ha comido muy bien, "pero no siempre como debía", precisa el artista reconvertido en defensor de los platos de cuchara. "El español come muy bien cuando guisa y se preocupa un poco de conseguirse la comida", sentencia.

El deporte tampoco es una asignatura pendiente en la vida de este manchego de 77 años. Pero nunca ha pisado un gimnasio.

"El deporte está incorporado a mi trabajo. Me muevo mucho, trabajo de pie y la pintura y la escultura son actividades muy físicas", explica con sus propios movimientos. "¡Vamos, que lo que hago no es como escribir poemas!", pone como ejemplo. Al segundo, el símil del poeta ya no le sirve a alguien tan acostumbrado a corregirse: "La verdad es que no sé lo que le mueve a alguien que escribe un poema", concluye el artista.