El prestigioso director de espectáculos de danza celebra los 25 años de su compañía con una gira por toda España que incluye un programa mixto formado por cuatro coreografías, una de ellas nueva, ‘Bolero’.

-¿Cómo ha sido el proceso de creación de ‘Bolero’?

-La idea surgió del promotor de giras cuando se conmemoraron los 75 años de la muerte de Ravel. Él me animó a componer un bolero. Yo pensé inmediatamente en el de mi maestro, Maurice Béjart, pero se refería al de Ravel. Y a partir de este último me puse a trabajar en mi propio bolero.

-Creo que en él el baile tradicional en pareja toma protagonismo.

-Sí. Mi hijo Josué Ullate y la bailarina Marlen Fuerte me dieron mucho juego. Después comencé a montar el cuerpo de baile, e ideamos una escenografía con mesas, como si de un cabaret de los años 20 se tratara. La escenografía es como un teatro en el que se representa un bolero. Es teatro dentro del teatro. Resulta muy glamouroso. Después añadí una grabación de la Argentinita de los años 20. Aunque no sea el bolero de Béjart, yo creo que él me ha echado un cable desde arriba.

-¿Qué hace cuando se siente bloqueado artísticamente?

-No me sucedió tal cosa porque tenía muy claro desde el principio lo que quería. Nunca hago ballets por hacerlos o porque alguien me diga lo que tengo que hacer. Yo los hago porque me salen de dentro y para pasármelo bien.

-Los cabarets siempre resurgen con las crisis. ¿Ha sido intencionado en su caso?

-Es cierto, pero no. Lo mejor de la vida es que fluyan las ideas y las energías. Con Wonderland ya lo visteis en Palma: es un ballet que sucede en un psiquiátrico donde hay gente con diferentes patologías. Yo estaba muy revuelto en aquella época, me acordaba de mi propia familia... Y así me salió.

-¿Debe haber coherencia entre el hombre y su obra?

-Siempre. En todas las obras hay vivencias, sensaciones del coreógrafo, elementos que forman parte de su vida. Todo ese sentir y ese hacer deben estar ahí porque sus obras son como sus hijos. En la creación tienes que ser tú mismo, no puedes imitar nada ni a nadie. Todo ha de salir del estado anímico que tengas.

-Como artista, también debe usar lo que hay a su alrededor. ¿Es usted optimista o pesimista respecto al estado en que se encuentra el país?

-Estoy muy optimista. A pesar de la crisis, continuamos teniendo éxito. Es cierto que hay menos dinero, pero la mente me funciona al 200%. Quiero mantenerme activo. Sí me entristece que en España no se valore el arte como en cualquier otro país de Europa. En Portugal y en Italia, la cultura está mucho más vigente que aquí. En Italia hay muchos bailarines, escuelas y grandes teatros con sus propios ballets. Aquí hay dos compañías y no se habla mucho del tema. Se sabe que el ballet no está bien considerado en el país. Así no puede haber futuro para la danza. Tampoco es una actividad sólo para mujeres y poco adecuada para los hombres, como muchos padres les dicen a sus hijos. Pero todo se andará. No hay que tirar la toalla.

-¿No cree que el Gobierno actual no hace más que poner trabas a la cultura?

-Sea el gobierno que sea, si en un país no hay educación artística o en danza, raramente va a tener futuro esta disciplina. Esa educación artística se ve en las escuelas europeas. Van a visitar teatros, allí hay muchas funciones especiales para niños... Es una cuestión que deben decidir los gobiernos en bloque, no va tanto con los políticos de manera aislada. Por ejemplo, Loyola de Palacio era una experta en danza. Venía a vernos hasta cuatro o cinco días consecutivos. Se conocía todo mi repertorio. O Alberto Ruiz Gallardón, que fue el que propuso que el ballet de Ullate fuera también el de la comunidad de Madrid.

-¿La fórmula semiprivada de su ballet sería la receta para que hubiera más compañías?

-La fórmula sería la ley de mecenazgo, que ya debería estar vigente. Muchas empresas darían dinero a la cultura como ocurre en cualquier otra parte del mundo.

-¿Está obsesionado con la perfección?

-Un cosa puede ser bella, pero a veces rozar la perfección no llega al público. Yo creo que hay que dar calidad y un sello muy personal. También hay que distinguirse con el repertorio.

-¿Cómo valora que la Compañía Nacional de Danza haya recuperado el ballet clásico en su repertorio?

-Me parece muy bien, una compañía de danza nacional debe poder ofrecer un repertorio amplio. Para eso debes tener bailarines de mucha calidad. Y tener una escuela detrás para formar a esos bailarines. Ser bailarín en la Ópera de París, en el Bolshói o en el Royal Ballet es un prestigio en los países que albergan estos teatros. Son gente muy valorada por la sociedad. Aquí eso no sucede tanto. En nuestro caso, si alguien dice que viene de la compañía Víctor Ullate, le abren la puerta en todos los sitios porque saben cómo trabajamos con la gente. Pero no tenemos una institución detrás. Si fuéramos la compañía del Teatro Real, tendríamos más peso. Pero me conformo con lo que tengo. No quiero frustrarme.

-¿Prefiere bailar sobre la pierna derecha o sobre la izquierda?

-La derecha, a causa de los trombos que he sufrido, la tengo bastante cascada. Prefiero que todo sea un fifty-fifty, soy de centro. Hay que torear con todo el mundo. Mi motor real es ir ampliando el grueso de adictos a la danza.

-¿Cuál es su definición favorita de la danza?

-Hay un dicho: se baila como se es. Si uno es generoso, transmitirá generosidad con su baile.

-¿Qué cree que transmite su compañía?

-Belleza, buena técnica y energía.

-Cuando bailaba con Béjart, ¿qué defectos debía ocultar usted?

-Cuando uno baila no trata de ocultar nada. Pensaba únicamente en mejorar. Y estaba tan pendiente de los personajes que interpretaba que no pensaba en esas cuestiones de los defectos. Recuerdo que cuando hice El pájaro de fuego con Béjart no estuve tranquilo hasta la sexta o la séptima representación. Estaba muy pendiente de la ejecución, de ser musical cuando bailaba.

-¿Qué enseñanza le dejó el maestro francés?

-Me enseñó el amor por mi trabajo, esa dedicación plena, esa idea de que la danza lo es todo para uno, tu familia. Él fue un revolucionario de la danza en muchos aspectos. Sacó la danza de los teatros, era un filósofo de la misma. Recuerdo que siempre decía que al estudio de baile debía entrarse como si fuera un templo, un lugar sagrado. Y así lo hago siempre.

-¿A quién le bailaría el agua?

-A nadie. Cada uno que se baile el agua a sí mismo.