CINEASTA. En tiempos de tertulianos mediáticos, este barcelonés de 1967 confiesa lo poco que le gusta opinar y cómo evita las redes sociales. Sus filmes hablan por él. En la ciudad, Una pistola en cada mano... retratan a jóvenes urbanos, sus conflictos y sus frenos emocionales. Ahora bucea de nuevo en el mundo de la pareja con su primera obra teatral, que también dirige, Els veïns de dalt (Los vecinos de arriba), mientras ultima Truman, con Javier Cámara y Ricardo Darín.

Su debut teatral nace de una anécdota vivida por usted y su pareja, la actriz Àgata Roca: la llegada de unos vecinos, de sexo ruidoso, a su edificio.

Aquello hizo surgir la idea. Pero la obra exagera y trata de cómo aquel hecho genera un debate, enciende la mecha. Es una obra sobre la pareja y sobre esa extraña necesidad de pelearnos.

La pareja, su tema predilecto.

Sí, somos capaces de lo mejor y lo peor. La discusión es absurda y sin embargo es algo que se instala en las parejas.

¿Qué le irrita de la convivencia?

La falta de soledad. Es básica. Y más en trabajos creativos. No es un reclamo ni un reproche; en las familias con niños la soledad no existe, a veces la encuentras en el lavabo. O yendo en coche a buscar a mis hijos a algún partido. Esos trayectos son islas de paz, de reflexión.

¿Enganchado a las redes?

No. No tengo Twitter ni Facebook. Entre e-mails y whatsapps tengo bastante. No me gusta opinar, me incomoda. Con mi trabajo ya doy información.

¿Se ve reflejado en sus filmes?

Las películas son mentira. Y eso me gusta. Es evidente mi relación con ese mundo y esos personajes, pero no son un retrato de mí. Mi vinculación no tiene por qué ser mayor que la de Balagueró con los zombies de REC.

¿Algún ritual a la hora de escribir?

Yo no soy novelista. En el cine, escribir es una pequeña parte de todo el proceso. Yo recojo de aquí y de allí, mientras veo al Barça o estoy en la ducha. Me tengo que despistar a mí mismo para que surjan las ideas. Me gustan los sitios ruidosos, como un bar, me evado escuchando música y de repente me sorprendo pensando. Así va naciendo el filme, hasta que llega un día en que lo veo todo claro, me siento y escribo.

Su música imprescindible.

Uf, difícil, estoy todo el día con el Spotify y escucho de todo. Diré dos nombres: Nina Simone y Leonard Cohen.

El filme que despertó su vocación.

No, no llegué al cine viendo cine. Empecé con la música, componiendo. Luego me lancé a filmar. Yo he sido más de hacer cine que de verlo. Quería inventar, jugar. Vivía en Nueva York, con 26 años, cuando hice mi primera peli, Hotel Room, que no ha visto nadie. Con otro chalado como yo, Daniel, viendo a Jarmush y Kevin Smith, pensamos que se podía hacer buen cine con cuatro duros. Su humor nos atrapó.

¿Qué le gusta leer?

Me gustan los relatos cortos y las biografías. Quim Monzó, Paul Auster. Y también la poesía. Gabriel Ferrater.

¿Adónde escaparía ahora mismo?

Al desierto. Me gustaría volver, revivir algún momento allí. Me parece brutal.

¿Mitómano?

Me ocurre una cosa. YouTube te permite ver hablando a gente a la que admiras y a veces es decepcionante. Me fascinaba Groucho Marx, por ejemplo, y al verlo allí piensas...vaya gilipollas. Pero me apasiona acceder a declaraciones de gente como Jimmy Hendrix o Einstein.

¿Con qué estrellas de Hollywood filmaría su próximo filme?

Así de repente diría Edward Norton; me gusta mucho. Y quizás Glenn Close.

Contra la corrupción...

Colgarlos de un semáforo. Eso, exhibirlos.

¿A qué teme?

A las llamadas de madrugada. Nunca son por un buen motivo.

Una virtud que le ayude a vivir.

Saber morderme la lengua a veces, esencial en esta profesión.