Hace miles de años que compartimos el planeta con los perros. Al principio, nuestra unión era un mutuo acuerdo para sobrevivir. Más tarde, todo cambió. Mientras unos comenzaron a respetarlos y protegerlos, otros, sin embargo, a odiarlos y rechazarlos.

El problema del abandono de animales comenzó con el nacimiento de las primeras ciudades, con ese éxodo imparable de personas desde las zonas rurales hasta los nuevos núcleos urbanos, en busca de una vida mejor. Seguramente, en muchas cosas la encontraron pero, también, debieron echar a faltar otras como, por ejemplo, el contacto directo con la naturaleza. Para intentar paliar esa profunda falta llegaron las primeras macetas a los hogares. Gracias a éstas, aquellas personas pudieron disfrutar de algo de vegetación allá donde sólo había ladrillo.

Sin embargo, la vida rural también contaba con otros seres que, además de ayudar y servir, daban un sentido especial a la misma: los animales. Por eso, perros y gatos, cuya función hasta entonces había sido la caza, la guarda o, simplemente, evitar la presencia de roedores y serpientes, fueron llegando también a las ciudades pasando a desempeñar, oficialmente, sus primeros puestos como animales de compañía.

Pero, no crean, al principio nadie les regaló ese estatus. Tuvieron que luchar con otros aspirantes. En los años cuarenta y cincuenta, las cabras y ovejas eran las preferidas como animales de compañía. Mucha gente, por aquel entonces, las sacaba a «pasturar» como el que hoy saca a su perro. Sin embargo, como es sabido, aquello duró poco y, finalmente, fueron los perros los que impusieron su supremacía en eso de hacer compañía.

Claro que, desgraciadamente, la incorporación de los animales a las ciudades pronto trajo también otros males, como el abandono de los mismos. Así, el 1 de julio de 1927, el gobierno de la nación estableció, mediante Real Orden, la obligación de recoger a aquellos perros que, vagabundos, circularan por la ciudad, con el fin de evitar posibles riesgos sanitarios. Había que controlar, entre otras cosas, la terrible enfermedad de la rabia. En realidad, aquella norma fue el origen de la existencia de las primeras y temidas perreras municipales de nuestro país. Desde entonces hasta el animalismo actual, es decir, desde una España en la que se aceptaba natural y legalmente el maltrato hacia los animales, hasta hoy en día en que, aunque sigue existiendo, es ya indigerible para la mayoría, hay muchas historias que contar y, desgraciadamente, casi ninguna buena.

info@fundacionraulmerida.es