Como la etiqueta de denominación de origen, si vas a comprar un pintalabios, un esmalte de uñas o una loción hidratante -ahora que se acerca el calor- y en el envase encuentras el emblema "cruelty free", estarás adquiriendo un producto que no ha sido testeado con animales.

¿Qué significa esto? Pues que el proceso productivo de ese producto cosmético puede presumir de aquello de "ningún animal ha sido dañado en la filmación de esta película". La conciencia en pro de los animales se extiende no sólo por nuestros armarios, cada vez más carentes de pieles auténticas gracias a los avances de la técnica en tejidos.

Ahora nuestros tocadores pueden ser igual de condescendientes para con el resto de seres vivos que nuestro vestidor. Marcas de toda la vida -como Margaret Astor-, marcas de tradición "ecológica" como The Body Shop, incluso otras más actuales en España pero con gran prestigio como Bobbi Brown o Stella McCartney han dado ya el paso para que sus clientas vayan guapas y sean respetuosas con los animales.

Cada día son más empresas relacionadas con la industria química (esta tendencia no sólo afecta al maquillaje y los tratamientos de belleza, también a los productos de limpieza del hogar o de higiene personal) que piden su certificado "cruelty free", gestionado por una entidad del mismo nombre y que se encarga de corroborar la ausencia de crueldad animal. No obstante -y por temas relacionados con patentes, espionaje industrial, etc.- resulta complicado saber qué pasa exactamente en esos laboratorios. ¿Es este certificado una manera de lucrarse? ¿Los test hechos en animales, son tan crueles como dicen?

Suponemos que hasta que sea la propia ley la que regule este tema, tendremos que seguir confiando en las etiquetas.