Me llamo Andrés Ducado. A los 15 años mi amigo César Fortuna me ofreció un cigarrillo. Lo encendí, y aquello me pareció como masticar carbón. Incluso me mareó.

Pero no sé porqué, al día siguiente compré en el quiosco de prensa dos cigarrillos "Bisonte". ¡Y lo contento que iba yo por la calle con mis Bisontes! Una vez superada la tos - mi amigo Fortuna me dijo que aquello era pasajero - yo caminaba más chulo que Clint Eastwood en Harry el sucio.

Me aficioné a los Ducados, porque eran más baratos que los que fumaban mis amigos. Por cierto que Olegario, el raro, era el único que no fumaba de la pandilla y lo llevábamos crucificado al pobrecillo.

Cuando acabé la carrera fue cuando empecé a toser por las mañanas. La tos del fumador, me dijeron, así que no hice demasiado caso.

Fue años más tarde, cuando hacia un ejercicio desacostumbrado me fatigaba y me ardía el pecho. Un médico amigo me sugirió dejar el tabaco. Lo pensé, realmente.

Y tomé mi decisión: dejé de hacer ejercicio. La verdad es que mejoré mucho. Ya no me fatigaba. Tosía, eso sí, pero como mis amigos los fumadores, porque el malasombra de Olegario seguía como una pera.

Un día nos reunimos los amiguetes de COU de los Maristas. Hicimos una comida llena de recuerdos y a alguien se le ocurrió repetir el partido de futbol del patio norte.

Acabamos por los suelos. ¿Saben quién fue el único que no echó los pulmones por la boca? Sí, ese.

El día de mi cincuenta cumpleaños lo celebré a lo grande. Acudí a la consulta de un neumólogo compañero de los Maristas, no les quiero decir el nombre, sería demasiado doloroso. El tipo tenía en su mesa un tarro lleno de alquitrán. Lo miraba con un asco irreproducible, hasta que me dijo que yo había inhalado dos tarros como aquel cada año durante más de 30. ¡Creí que iba a vomitar allí mismo! Pero eso no fue lo peor. Olé! El médico me dijo que mis pulmones funcionaban al 35% y, el colmo, que en mis bronquios había crecido un tumor.

Un tumor. ¡Era un cáncer de pulmón!

Aquí estoy, en la sala de quimioterapia. Maldiciendo una y otra vez a mi amigo Cesar Fortuna. Maldiciéndome a mí, en realidad. Al mal día en que se me ocurrió meterme en la boca un cigarrillo Bisonte. Al tiempo que he invertido en aspirar un humo ponzoñoso. A los miles de euros que he malgastado en un habito nocivo. A la falta de voluntad que me pudiera haber sacado de ese pozo, de negro fondo. Arrepentido de no haber escuchado los buenos consejos, ante los que hice oídos sordos."Eso a mí no me pasará".

Por cierto, estoy leyendo en el periódico que se ha celebrado la travesía del puerto para veteranos. Y el vencedor ha sido ¡el maldito Olegario!