Llamamos dieta al esfuerzo que se hace cuando se restringe cuantitativamente o cualitativamente la ingesta de alimentos. Ya Hipócrates, al que se considera primer médico científico, recomendaba la curación por medios naturales: colaborando con el organismo en el restablecimiento del equilibrio. La dieta era la piedra angular de su terapia, entendido como manera de vivir, incluía la comida además de otras cosas. No estoy muy seguro de si creía que había alimentos con específicos poderes salutíferos, que actuaran reequilibrando los cuatro humores, bilis negra, bilis, flema y sangre. Hoy sí creen muchos que a través de la dieta se pueden curar enfermedades. Son los alimentos funcionales; el más celebrado, el yogur.

Durante muchos años se pensó que los alimentos tenían tres objetivos: proporcionar energía; aportar la materia de la que estamos hechos, que son las proteínas y los minerales, por ejemplo el calcio, minerales que junto con las vitaminas y las proteínas también tienen otro papel: regular los procesos bioquímicos. Desde tiempo inmemorial se intuyó que algunos alimentos eran causa o se relacionaban con enfermedades.

Fue en la primera mitad del siglo XX cuando se demostró que las grasas elevaba el colesterol y un poco más tarde se certificó la asociación entre colesterol y enfermedad coronaria. Más difícil fue probar la relación entre dieta y enfermedad coronaria porque, entre otras cosas, en ella puede haber sustancias que eleven el colesterol y, a la vez, otras que sean protectoras. Estos hallazgos obligaron a pensar que en la dieta hay más que energía, proteínas, vitaminas y minerales.

Una idea que se reforzó cuando se pudo demostrar que ciertas sustancias de los alimentos podían inhibir el proceso carcinogénico. Abundan en algunos vegetales, como las crucíferas: brécol, berza etcétera Se empezó a hablar de quimioprevención en cáncer. Eran los últimos años del siglo pasado. Se intentó demostrar, por ejemplo, ¿protegen del cáncer de pulmón los betacarotenos? No tuvieron menos los fumadores que tomaban una pastilla diaria. Tampoco otras sustancias funcionaron. Pero la idea de alimentos con capacidad preventiva caló en el público y en los aledaños de la ciencia, esa penumbra que gusta tanto de las palabras con significación aparentemente mágica: enzima.

'Echerichia coli'

Las enzimas son proteínas que regulan las funciones del organismo. François Jacob, recientemente fallecido, lo demostraba en uno de los experimentos más bellos que conozco. 'Echerichia coli', una bacteria que vive en el intestino y contamina las aguas, produce las enzimas necesarias para metabolizar los hidratos de carbono en función de la clase que hay en el medio. Si añadimos glucosa, deja de producir lactasa, la enzima con la que se rompe la molécula de lactosa de manera que se pueda digerir. Lo que ocurre es que la glucosa avisa a unos genes específicos para que no se esfuercen en producir lactasa ya que no se necesita.

Pero si cambiamos el medio y ponemos lactosa, entonces esa inhibición se revierte. Así funcionamos: nuestros genes fabrican las proteínas que se precisan para reconstruir nuestro cuerpo, por ejemplo tras una fractura o bhacemos ejercicio, o para realizar la función, las enzimas son proteínas que en ese momento necesitamos. No tenemos un almacén de enzimas, sería carísimo.

El cuento dibuja un boxeador en la miseria que tiene su última oportunidad. Cree que necesita un filete de carne para robustecerse y afrontar el combate. Jack London no sabía que para el ejercicio es mejor disponer de hidratos de carbono y que bastan 60 gramos al día de proteínas. No, no hace falta comer alimentos con enzimas, las que necesitemos las fabricamos en el momento. Ni tampoco, que yo sepa, hay enzimas que tengan propiedades preventivas. Si las hubiera, la farmaindustria estaría encantada de fabricarlas y venderlas. Lo hace cuando se descubre una enfermedad por la carencia de una enzima. Entonces intentan sintetizarla y salvar a estos pacientes. No siempre funciona bien, pero no deja de ser un camino interesante, por ahora muy caro.

Recuerdo hace años que una popular escritora recomendaba el ajo y la cebolla como remedio para todos los males. Son alimentos que quizá tengan esa capacidad preventiva que comenté al evitar la formación de trombos. Pero las pruebas son escasas. Ahora nos hablan de las enzimas en los alimentos. Hiromi Shinya es un respetable cirujano digestivo que pasará a la historia por sus contribuciones a la técnica de la colonoscopia pero me temo que sus teorías sobre las enzimas no tienen base científica.

En primer lugar, que yo sepa, las proteínas se rompen en sus componentes básicos, los aminoácidos, en el intestino, antes de ser absorbidos. A partir de ahí el hígado hará su trabajo, la mitad las convierte en glucosa, el resto le sirven para construir nuevas proteínas, entre ellas enzimas. Además, no hay ninguna publicación científica que apoye esta rara teoría. Para disminuir el riesgo de enfermedad lo mejor, simplificando, es comer abundantes vegetales y moderar el consumo de carne, sobre todo la roja y la procesada.