El deporte profesional no es sano. Lo dicen los deportistas y asienten los médicos. Por eso es "un poco absurdo tratar de imitar la alta competición sin copiar también el control de riesgos que tienen los profesionales, con sus médicos y biomecánicos, sus entrenadores y psicólogos".

El doctor Nicolás Terrados, director de la Unidad Regional de Medicina Deportiva, acaba de prescribir prudencia y vigilancia preventiva contra la "muerte súbita" del deportista, que se ha cobrado cuatro vidas en menos de un mes en pruebas atléticas populares, de recorridos exigentes y alta demanda física, la penúltima el sábado en la media maratón de Gijón y la más reciente ayer mismo en una prueba de montaña disputada en Otañes (Cantabria). Desplomados en plena carrera habían caído otros dos atletas aficionados el pasado 17 de abril en Castellón. Los muertos tenían entre 37 y 57 años y uno más permanece hospitalizado en Gijón.

Al diagnosticar la frecuencia que ha adquirido el paro cardiaco en competición sin síntomas previos dirán los médicos que cierta predisposición genética al infarto en condiciones de esfuerzo físico intenso resulta a veces indetectable incluso para los exámenes más exhaustivos. Que no existe por tanto el "riesgo cero", pero sí muchas patologías asintomáticas y situaciones de peligro que un electrocardiograma o una prueba de esfuerzo cardiológica son plenamente capaces de encontrar.

"El deporte profesional no es sano", confirmará Terrados. "El ejercicio, sí".

Se diría que detrás de la imagen, aparentemente saludable, de los miles de deportistas preparados para salir a correr un maratón popular se esconde agazapada una amenaza invisible y silenciosa. Tal y como la explica David Calvo Cuervo, cardiólogo del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), incluso entre personas que se dirían con razón sanas "pueden existir factores que predisponen a determinados tipos de cardiopatías pero que pueden permanecer latentes, sin manifestaciones clínica o síntoma alguno hasta que un buen día, coincidiendo muchas veces con la realización de un esfuerzo físico intenso, se ponen de manifiesto de la peor manera posible, con una arritmia y parada cardiaca". Dice su juicio clínico que "situaciones de deshidratación asociadas a un esfuerzo intenso pueden provocar desencadenantes para un infarto si uno tiene el sustrato básico necesario".

Esa base puede haber sido fabricada por problemas "de carácter hereditario que no se han puesto de manifiesto antes porque tal vez nadie de la familia había realizado deporte competitivo de alta intensidad". Son alteraciones genéticas que no se identifican, que incluso en los controles médicos más estrictos ofrecen "signos sutiles, o incluso inexistentes", lo que explicaría que la memoria reciente de la historia del deporte sea capaz de encontrar un puñado abundante de víctimas incluso en la alta competición profesional. Desde la conmoción que causó en Estados Unidos, ya a finales de los ochenta, la muerte en directo del baloncestista de la liga universitaria Hank Gathers hasta la más reciente y cercana de Hugo Suárez, el futbolista corverano de 28 años que no hace ni dos meses falleció fulminado por un infarto durante un partido de Primera Regional con el Llaranes, la galería tiene otras caras marcadas por la tragedia de la muerte súbita. Antonio Puerta, jugador del Sevilla, falleció a los 22 años durante un partido de Primera; Daniel Jarque, del Espanyol, con 26 en la habitación de un hotel durante una concentración de su equipo, y el pasado reciente cuenta varios casos en competiciones populares. En 2012, un estudio de la FIFA calculó que sólo en los cinco años anteriores habían fallecido en los campos de todo el mundo 84 futbolistas por problemas cardiacos.

Pero no es exacto decir que de un tiempo a esta parte, matiza Calvo con la misma voz que Terrados, se hayan incrementado las muertes que provoca la práctica deportiva amateur, sino más bien que "hace treinta o cuarenta años" no existía con la intensidad de hoy "este tipo de eventos masivos en los que mucha gte concurre para una prueba deportiva muy exigente desde el punto de vista físico", asegura Calvo. "Se ha puesto de moda" y a lo mejor, en algún caso, eso puede llegar a relajar los controles. "Una actividad física de la intensidad de un maratón no es algo que una persona deba plantearse alegremente. Debe haber un entrenamiento previo, una preparación física que permita hacerlo sin llegar a la extenuación". Y aunque aquí "la posibilidad de marcar un riesgo cero no exista", y aunque siempre vaya a quedar "un vacío al que será difícil llegar", las prevenciones imprescindibles aconsejan al menos "un estudio médico que sí va a ser capaz de detectar las alteraciones más habituales".

La tarea de sensibilización popular ha de alcanzar, a su juicio, a los organizadores de pruebas deportivas populares. Deben estar preparadas, apunta David Calvo, "para asumir estas complicaciones. Uno de los requisitos fundamentales para evitar casos como éstos es que la atención sea muy rápida, inmediata, muy coordinada, y que tenga prevista en todo momento la posibilidad de trasladar al enfermo a un centro sanitario donde pueda ser atendido".

Nicolás Terrados añade al argumento la urgencia de "un mínimo control médico que incluya al menos un electrocardiograma" "sobre todo para quien no haya hecho deporte de joven. A partir de los 55 años es además recomendable una prueba de esfuerzo cardiológica". En su versión de los hechos, "no me parece normal que una persona que decida a los cuarenta años participar en esas pruebas de deporte extremo lo haga sin someterse a un mínimo de control médico". Influye el aumento del gusto competitivo, o tal vez no tanto, porque la verdadera moda consiste, a su juicio, en que "cada vez más gente se ha dado cuenta de lo beneficioso de hacer deporte. Luego, de esa gran parte hay una que le da un matiz competitivo", dice. "Pero con un mínimo de control médico gran parte de estos problemas desaparecería".