Ahora que se habla tanto de vacunas, podíamos recordar que para la Real Academia Española de la Lengua "vacuna", entre otras interpretaciones, es "Virus o principio orgánico que convenientemente preparado se inocula a una persona o a un animal para preservarlos de una enfermedad determinada".

¿Y no les parece que la familia podría ser para sus hijos como ese principio que, adecuadamente administrado a los hijos, serviría para que se protejan y puedan defenderse de muchas agresiones externas?

La familia es la única institución que permanece a lo largo de la historia de la humanidad.

E. Dulanto define a la familia como un grupo humano unido por lazos de consanguinidad o sin ellos, y que reunido en lo que considera su hogar, se intercambian afecto, valores y se otorga una mutua protección.

A lo largo de su proceso de crecimiento y desarrollo un hijo se puede encontrar acompañado, sobreprotegido o abandonado cuando se tenga que enfrentar, en algún momento, con la realidad cotidiana y los riesgos que ésta trae consigo. La familia ejercerá un papel insustituible y podrá ser la guía que acompañe a un hijo desde el nacimiento hasta que logre su autonomía plena, al final de la adolescencia.

A título individual, por su origen genético, cada niño posee una determinada fuerza biológica y ciertas vulnerabilidades; pero es a nivel familiar donde va a poder desarrollar una adaptación entre sus características personales y las necesidades y capacidades de los padres (ambos como individuos y como pareja).

Aunque en teoría todo parece muy sencillo, no lo es tanto, y mucho menos en la actualidad que existe tanta diversidad de familias. De todas formas la familia -cualquier familia- puede y debe tener su protagonismo en la educación de sus hijos, para aportarles protección ante los riesgos que se puedan presentar en su entorno.

Ni sobreprotección ni abandono

A lo largo de la vida familiar determinados hábitos no se van a consolidar ni con sobreprotección, ni con abandono; va a ser preciso educar desde muy pequeño en actitudes de colaboración en el hogar y con ciertas "obligaciones" o "responsabilidades", siempre adaptadas a la madurez de cada hijo. Si no es así, cuando lleguen a la adolescencia no se les va a poder pedir que asuman responsabilidades "más serias", que aprendan a planificar su futuro, o que sepan distanciarse de los focos de riesgo y aprender a cultivar su independencia.

Cuando se conocen los elementos que colocan a un hijo en situaciones de riesgo, o si se conoce qué factores pueden disminuir los efectos negativos de ese riesgo, la familia estará en una posición inmejorable para poner en marcha estrategias que favorezcan la protección y minimicen ese riesgo. Desde esta privilegiada situación, se reconoce que los valores transmitidos a través del ejemplo se asimilan con más eficacia que los que lo han sido a través de sermones, diálogos o recomendaciones.

Valores a promover

Al partir de la base de que la mayoría de los hijos han sido educados en la cultura de los valores familiares, se puede estimular el deseo para que encuentren nuevos valores y vivan con ellos. Según Dulanto, entre los valores que habría que promover destacan templanza, prudencia, triunfo y derrota, esperanza, justicia, trascendencia, libertad, amor, autoridad, respeto, tolerancia, responsabilidad y honestidad.

Para R. Blum se podría actuar, amén de las otras intervenciones, potenciando la autoestima y la autoeficacia (reconocerse hábil para acciones positivas) utilizando para ello sus propias relaciones personales, las nuevas experiencias y el aprendizaje para enfrentarse a los desafíos.

Para la creación de habilidades para la vida se reconocen como fundamental la participación de escuela, familia y comunidad. Tres instituciones que están en el día a día de la vida de los hijos. Como familia, vacunemos a nuestros hijos.