Amador Menéndez, doctor en Química, investigador del Instituto de Materiales (ITMA) y extraordinario divulgador científico que colabora con La Opinión de Málaga, es el último Premio Internacional de Ensayo «Jovellanos» por la obra Historia del futuro. La era del Homo Tecnologicus, un galardón que se le entregó el pasado miércoles en Gijón. En estas páginas se ofrece un adelanto editorial del libro de Amador Menéndez, publicado por Ediciones Nobel.

En los textos, seleccionados por el propio autor, se abordan los cambios tecnológicos que nos esperan a la vuelta de la esquina o que ahora misma ya están transformando nuestras vidas.

Una visión holística: la era de la conectividad

Es cada vez más claro que el siglo XXI no es una continuación del pasado siglo XX, sino uno nuevo y muy diferente conceptualmente. Estamos viviendo una era en la que todo está conectado con todo. Esto exige nuevas estrategias y formas de pensar para afrontar los grandes problemas y retos de la humanidad. Es el momento de escapar de las limitaciones del pensamiento disciplinario, de ese pensamiento limitado a compartimentos estancos. No podremos afrontar los grandes desafíos del siglo XXI únicamente desde una disciplina académica concreta.

Robots sociales

«A nuestros hijos del futuro, orgánicos o sintéticos» es la peculiar dedicatoria que reza en el libro Designing Sociable Robots (“Diseñando robots sociales”), escrito por la investigadora del MIT Cynthia Breazeal. Como proyecto de su tesis doctoral y bajo la dirección de Rodney Brooks, en 2001 veía la luz Kismet, el primer robot social del mundo. Un robot social es una máquina inteligente, capaz de comunicarse e interaccionar socialmente con personas y de aprender a través de esta interacción. «Como diseñadores, no podemos predecir todos los posibles escenarios con los que se encontrará un robot», puntualiza Cynthia. Por eso el robot debe ser capaz de aprender y de adaptarse a nuevas experiencias.

Los ojos de Kismet son cámaras de vídeo, sus orejas micrófonos y su boca un altavoz. Pero la esencia de Kismet se esconde en su software, que se tuvo que enfrentar a algunos de los más grandes retos de la robótica de su tiempo, como son el aprendizaje y el reconocimiento visual de patrones. Detrás de una tierna pero calculadora mirada se esconde un robot capaz de reconocer voz y expresiones faciales, de asociarlas con emociones o estados de ánimo y de responder adecuadamente. Su cara es capaz de reflejar alegría, tristeza, aburrimiento o curiosidad, entre otros sentimientos.

Máquinas con emociones

Que Kismet se esfuerce en reconocer y expresar emociones no es un capricho de su creadora, sino una forma de mejorar la comunicación hombre-máquina. Las emociones y su manifestación física, a través de la modulación de la voz o las expresiones faciales, juegan u n papel crucial en la comunicación cotidiana entre personas, aportando información extra y más matices que, por ejemplo, un simple y frío correo electrónico. Rosalind Picard es otra investigadora del MIT Media Lab que trata de incorporar emociones y sentimientos a los ordenadores. De su mano está naciendo una esperanzadora disciplina conocida como computación afectiva.

Por sorprendente que pueda parecer, el emocionar a una máquina es también un requisito necesario para que la máquina sea verdaderamente inteligente. Ya en 1985 el célebre investigador del MIT y pionero de la inteligencia artificial Marvin Minsky escribía en su libro La sociedad de la mente: «No se trata de si las máquinas pueden tener emociones, sino de si las máquinas pueden ser inteligentes sin ellas».

El neurofisiólogo Antonio Damasio estudió un grupo de enfermos con un daño en el lóbulo frontal, la zona del cerebro ligada a las emociones. Sus pacientes invertían dinero y a pesar de que les iba mal seguían invirtiendo hasta que lo perdían todo. Este comportamiento es cualquier cosa menos inteligente. La carencia de emociones les impedía razonar adecuadamente.

Un robot en cada hogar

Todavía pasará un tiempo hasta que su ordenador le sonría o hasta que un robot social pase a formar parte de nuestras vidas cotidianas con todo su potencial. No es una tarea fácil. En el año 1997 descendía el primer robot de la NASA en Marte. Puede resultar paradójico que hayamos sido capaces de enviar robots al espacio pero no de tenerlos en nuestras casas. Pero tiene su lógica. Los robots de Marte deben obedecer a las leyes de la física. Sin embargo, una máquina social que interactúe con nosotros no sólo está sujeta a las leyes de la física, sino también a las complejas leyes que rigen nuestro cerebro, probablemente el ente más complejo del universo.

Hace ya más de 30 años que Bill Gates soñaba con que hubiese un ordenador en cada casa y oficina. Sus sueños se han cumplido con creces. El gran gurú de la informática personal vaticina un futuro similar con los robots, un futuro no demasiado lejano en el que estas máquinas invadirán nuestras casas. Ése es precisamente uno de los grandes desafíos de la robótica de nuestros días.

Los coches aprenden a conducir

Desde su invención en 1980, los ordenadores personales han sido útiles para diferentes fines. Pero su verdadero potencial se incrementó significativamente cuando fueron interconectados a través de una infraestructura adecuada como es internet. ¡La interconectividad entre los vehículos podría suponer otra revolución de similares dimensiones! Los coches del futuro estarán doblemente conectados: por una parte, a redes de datos, lo que les conferirá la inteligencia y autonomía necesarias para conducirse a sí mismos; por otra parte, estarán conectados a la red eléctrica, lo que les permitirá intercambiar no sólo datos, sino también energía, facilitando la integración de las energías renovables.

Es demasiado limitante pensar en los vehículos eléctricos simplemente como consumidores de la electricidad suministrada por la red. Cuando tengamos aparcamientos con un gran número de vehículos eléctricos, podremos pensar en los mismos como fuente de almacenamiento de energía. ¿Por qué desaprovechar esta oportunidad? Los vehículos tendrían la energía almacenada en sus baterías y la devolverían a la red eléctrica cuando la demanda de la misma sea alta.

Viajamos ahora hasta España. En Castilla- La Mancha nos encontramos con unos preciosos molinos blancos. Incluso alguien que viajase por primera vez a este lugar sería capaz de reconocerlos. Son los feroces gigantes contra los que cargó D. Quijote en el siglo XVII. En todo caso, estos gigantes se han visto empequeñecidos. En nuestros días, el ingenioso hidalgo debería hacer frente a legiones de inmensas turbinas eólicas, cuya misión es generar energía en vez de moler harina. Lamentablemente, parte de esta energía se desaprovecha, pues no siempre sopla el viento cuando se necesita energía o viceversa.

Se habla mucho del potencial de la energía solar y de la eólica. Pero uno de los grandes problemas de estas fuentes de energía renovables y ecológicas es su intermitencia. No podemos depender de las mismas como un interruptor que encienda o apague nuestras demandas. El almacenamiento de la energía en una flota de coches eléctricos, desde que brilla el sol o sopla el viento hasta que el consumidor demanda energía, es una esperanzadora vía para paliar este problema. Los coches eléctricos podrían ser un componente importante de las redes eléctricas inteligentes del futuro o smart grids. Esta tecnología se conoce como V2G (vehicle to grid), siglas inglesas de vehículo a la red.

Inteligencia natural y artificial

Tenemos buenas razones para creer que, por el momento, somos la especie más inteligente en este planeta y hemos logrado grandes gestas. Como resultado, el futuro de todas las especies en la Tierra depende en gran medida de nuestras decisiones y acciones. Por poner un ejemplo, un chimpancé o un rinoceronte son mucho más fuertes que nosotros. Pero gracias a nuestra inteligencia y a la tecnología, podemos acabar con ellos si nos lo proponemos. Su supervivencia depende en gran medida de nosotros.

A pesar de ser la especie más inteligente del planeta, ya hemos sido superados -y mucho- por nuestras propias creaciones en tareas específicas que hacen uso de aspectos limitados de la inteligencia. Humildes calculadoras de bolsillo pueden ejecutar procesos aritméticos con mucha más rapidez y fiabilidad que nosotros. Lo mismo se puede decir del ajedrez o de los coches autoconducidos. No pueden disfrutar de una puesta de sol, pero su inteligencia nos supera en dominios concretos.

(…) Por el contrario, la denominada inteligencia artificial general, también referida como inteligencia artificial fuerte, hace referencia a la hipotética inteligencia de una máquina que podría afrontar con éxito cualquier tarea intelectual propia de un ser humano. Quizás no fuese tan buena ajedrecista como Deep Blue (el ordenador que derrotó a Kasparov), pero en contraposición sabría hacer muchas más cosas que jugar al ajedrez. Esta inteligencia artificial fuerte ha llegado a ser una idea socorrida en películas de ciencia ficción. Pero en la actualidad vuelve a cobrar protagonismo en el mundo científico- tecnológico. Investigadores de todo el mundo persiguen el gran reto de una inteligencia artificial general.

Hormigas y hombres-máquina

Medio millón de hormigas legionarias desfilan juntas. Nadie está a cargo de este ejército, no tiene comandante. Cada hormiga individual es casi ciega y carece de inteligencia, pero las hormigas marchando juntas crean una masa coherente e inteligente que avanza con firmeza, matando y devorando las presas que se encuentran en su camino. Lo que no puede ser devorado de forma inminente no se pierde, es transportado por el grupo.

Después de un día de asaltar y destruir la vida comestible en una densa extensión de bosque del tamaño de un campo de fútbol, las hormigas construyen su refugio durante la noche. Se aglutinan formando una especie de bola o balón de fútbol. Las hormigas obreras ocupan la parte exterior y algunas capas intermedias de esa masa, dejando la zona central para las jóvenes larvas y la reina madre, para garantizar así su protección. Cuando amanece, el balón vivo se derrite: las hormigas se van apeando de la agrupación y toman posiciones en el suelo para iniciar su marcha.

Nigel Franks, un biólogo especializado en el comportamiento de las hormigas, ha escrito: «La hormiga solitaria es uno de los animales menos sofisticados imaginables; incluso si 100 hormigas legionarias se colocan sobre una superficie plana, caminarán dando vueltas y vueltas en círculos concéntricos hasta morir de agotamiento». Pero la cosa cambia cuando aumenta sustancialmente el número de hormigas. Medio millón de hormigas juntas adquieren una inteligencia colectiva que les permite actuar y tomar decisiones inteligentes.

Los biólogos usan el término superorganismo para hacer referencia a grupos de animales altamente cooperativos e integrados socialmente, tales como las colmenas de abejas y las colonias de hormigas. Sus miembros operan de una forma tan armónica que, en conjunto, se comportan como si fueran una única criatura u organismo, a pesar de la individualidad física de cada animal. De ahí la denominación de superorganismo.

(…) Si la clave de la inteligencia colectiva está en la conectividad entre los diferentes agentes, piense en la poderosa inteligencia colectiva que puede emerger de máquinas y hombres interaccionando en esta era de la hiperconectividad. Estamos en un nuevo estadio de la evolución humana, estamos ante el nacimiento del superorganismo planetario, un poderoso ente formado por máquinas y hombres con una inteligencia colectiva superlativa. (…) El más inteligente del grupo es el propio grupo, la simbiosis de hombres y máquinas. (…) Podemos hablar de un cerebro global o cerebro planetario, donde cada neurona sería un hombre o una máquina y las sinapsis entre neuronas equivaldrían a las conexiones que internet nos brinda.

Desempleo tecnológico y renta básica universal

Si llega la superinteligencia, estaremos efectivamente en un punto crítico en la historia de la humanidad. No obstante, antes de que llegue ese momento, ya caminamos a una importante automatización de tareas propias del ser humano. Esto nos conduce a lo que se ha dado a conocer como desempleo tecnológico. Para un empresario las máquinas resultan muy atractivas. Y es que a la larga no sólo pueden reemplazarnos en tareas, sino además hacerlo mejor y de forma más rápida y barata. Ante este escenario, resulta muy tentador para el directivo de una empresa contratar robots en vez de personas.

(…) Como cabría esperar, los retos son grandes y no sencillos. Muchas personas creen que una renta básica universal sería una herramienta adecuada para afrontar el problema del desempleo tecnológico. Esta renta básica universal consistiría en una paga que recibirían todos los ciudadanos del planeta, simplemente por el hecho de ser ciudadanos.

Nanotecnología, la inmensidad de lo mínimo

«Carbón y diamantes, arenas y chips de ordenador, cáncer y tejido sano: a través de la historia, las variaciones en la disposición de los átomos han distinguido lo barato de lo valioso, lo enfermo de lo sano. Ordenados de un modo, los átomos forman el suelo, el aire y el agua; ordenados de otro modo, las frutas maduras. Ordenados de un modo forman hogares y aire fresco; ordenados de otro, cenizas y humo». Así empezaba Eric Drexler su libro Engines of Creation: The Coming Era of Nanotechnology del año 1986 (La nanotecnología: el surgimiento de las máquinas de creación, edición en castellano del año 2009). Efectivamente, el valor no está en los propios átomos, sino en la disposición de los mismos. Sería entonces maravilloso contar con una tecnología que nos permitiese mover los átomos, reordenarlos a voluntad. La nanotecnología es la tecnología que lo hace posible. Es una fascinante y revolucionaria ingeniería a escala atómica y molecular.

Biomimética, tecnologías inspiradas en la naturaleza

Los mecanismos utilizados por los camaleones y otros animales para cambiar de color, los dispositivos y mecanismos de vuelo de diferentes especies de aves o las distintas estrategias empleadas por las plantas para diseminar sus semillas a grandes distancias son algunos ejemplos de diseño inteligente de la naturaleza. En definitiva, casi en cualquier detalle del mundo vivo en el que nos fijemos, por insignificante que pueda parecer a primera vista, descubrimos una solución ingeniosa y eficaz a problemas que se nos plantean cotidianamente (…) La biomimética (de «bios», vida, y «mimética» imitar) es la ciencia que mira a la naturaleza y sus sistemas vivos como fuente de inspiración para la solución de algunos de los problemas de la humanidad.

Neuroprótesis y la integración hombre-máquina

«Podemos reconstruirle. Tenemos la tecnología. Tenemos la capacidad para hacer realidad el primer hombre biónico del mundo». Así comenzaba la popular serie televisiva americana de los años 70 conocida como El hombre de los seis millones de dólares. La trama giraba en torno a Steve Austin, un astronauta y piloto que sufre un fatal accidente durante un vuelo, como resultado del cual los médicos deben amputarle ambas piernas y el brazo derecho. Además, una infección hará que pierda también la visión del ojo derecho. La película mostraba la reconstrucción de su cuerpo con implantes biónicos que él podía controlar con su mente. En aquel tiempo estas ideas eran pura fantasía, pero en nuestros días comienzan a hacerse realidad.

Tecnologías de la información y la comunicación

Millones de personas viven en zonas remotas o rurales sin acceso a internet. Estas regiones no son demasiado apetitosas para las compañías de telecomunicaciones, conscientes del bajo retorno económico tras la gran inversión que supondría dotarlas de torres de comunicaciones y demás infraestructuras necesarias.

En aras a reducir la brecha digital, Google planea lanzar miles de globos sustentados por helio que servirán de punto de acceso a internet en las zonas que sobrevuelan. La electrónica se alimentará mediante paneles solares. (…) Otras compañías como Facebook apuestan por estrategias similares. En el caso de la red social usará drones o vehículos aéreos no tripulados para llevar internet a todos los rincones del planeta.

Miniaturización al servicio de la salud

Es como una escena de la película Viaje alucinante. Una pequeña nave -mucho más pequeña que una célula humana- dando tumbos a través de la corriente sanguínea de un paciente, a la caza de células enfermas para penetrar sus membranas e inyectarles precisas dosis de medicinas. Sólo que esto no es Hollywood. Es ciencia real. La seductora promesa de entregar fármacos directamente a las células cancerígenas, dejando intactas las sanas y evitando así los devastadores efectos secundarios de la quimioterapia, es hoy una realidad.