Antonio Fernández llegó a los juzgados del Prado acompañado por su abogado, Alfonso Martínez del Hoyo, animado, dispuesto sentarse ante la temida Mercedes Alaya y contestar todo aquello que se le preguntase. «No hay ningún motivo para guardar silencio ni para dejar de contestar a ninguna de las preguntas que se le hagan. Tiene un designio claro de aclarar todas las cuestiones que se le planteen siempre y cuando tengan que ver con los hechos relacionados con la investigación», aseguró el letrado. Sólo la jueza tiene 200 preguntas.

Parecía tranquilo, pero poco a poco, y pese a que se mostró en todo momento solvente ante el intenso interrogatorio, los nervios fueron aflorando. Nada más comenzar escuchó durante hora y media como la magistrada le señalaba prácticamente como el cerebro que posibilitó un convenio bajo el que más adelante se ampararían cientos de irregularidades y le imputaba nada más y nada menos que seis delitos.

El exdirector general de Trabajo Francisco Javier Guerrero dijo que recibió las «directrices» de sus superiores, entre ellos Fernández y el propio José Antonio Viera, hoy diputado en el Congreso por Sevilla. Y eso parece que es lo que la jueza cree por los hechos que le imputan.

El exconsejero de Empleo se mostró más nervioso –se golpeaba la pierna con la mano según algunos letrados presentes– cuando Alaya le acusó de vulnerar la Ley de Incompatibilidades durante un mes al seguir ocupando su cargo de diputado y el de presidente el Consejo Regulador de Vinos de Jerez. Fernández negaba con la cabeza cuando la titular del Juzgado de Instrucción número 6 le recriminaba que si renunció a la póliza por estar acogido al ERE de las bodegas González Byass es porque «se inició el procedimiento judicial», pues de lo contrario hubiera comenzado a cobrar a partir de mayo de 2012.

En su turno y ahí Fernández se mostró contundente, con solvencia, superando con nota el interrogatorio que no avanzaba, pues de cada pregunta que le hacía surgían tres más. Llegó un momento en el que, pese a que él seguía diciendo a la prensa en los recesos que todo iba «bien», que los nervios se hacían patente, pues el exalto cargo no paraba de secarse el sudor con un pañuelo. El cansancio le fue haciendo mella.