Cuando a las diez de la mañana comenzaba la cuarta jornada seguida de declaración, con su fin de semana incluido, nadie podía pensar que no saldría de los lúgubres pasillos y salas del edificio del Prado casi un día después. Fueron 22 largas e interminables horas esperando un final prácticamente anunciado desde el pasado viernes cuando Alaya le leyó la brutal imputación de hechos al exconsejero de Empleo Antonio Fernández.

La jornada comenzó con los últimos coletazos del interrogatorio, para a las 22 horas comenzar la vistilla que se alargó hasta casi la una. Hasta la jueza sufrió un mareo, pero debió ser algo pasajero, cuando luego fue capaz de retirarse a su despacho a la 1.15 horas y no aparecer con el auto en la mano hasta las 6.45 horas. Todo un récord, pues hasta ahora Alaya había tenido por costumbre mandar a los imputados a prisión sobre las dos de la mañana.

Convivencia letrados-periodistas. Charlas, paseos por los pasillos, mucho móvil, más Apalabrados, Twitter, o Facebook fueron algunos de los entretenimientos de periodistas y letrados. Otros optaron por dar una cabezadita y otros se entregaron al café de máquina.

Fue una auténtica convivencia letrados-periodistas, que de haberse resuelto antes la cosa, quién sabe si hubiera acabado en el Real de la Feria de Abril de Sevilla. El punto crítico llegó a las cinco de la mañana. El secretario anunció que a la jueza le quedaba «al menos una hora». Tiradas al reloj y consenso general: hay que ir a buscar algún sitio para cenar. Sí, a las cinco de la mañana cenando y fue posible gracias a un burguer ambulante.

Abogados y periodistas se mezclaron con feriantes agotados con el único afán de llevarse algo a la boca para poder aguantar lo que aún quedaba. Ya arriba, en el pasillo, las baguettes con pollo o tortilla supieron a gloria. Salvo a Fernández, que era incapaz de probar bocado.

Alaya apareció, se desató la noticia y ya la espera se trasladó a la calle para poder captar y contar el momento histórico del ingreso en prisión de un exconsejero. A esa hora, casi las ocho, ya no había feriantes, sólo funcionarios entrando a sus puestos de trabajo.