La lucha por la autonomía para Andalucía, históricamente, había sido cuestión muy alejada de los principales problemas que tenía el pueblo o que preocupara a los políticos. El notario Blas Infante, principal impulsor de la autonomía en la II República, había sido un político menor en su tiempo y un perfecto desconocido del pueblo andaluz. En el tardofranquismo empezó a aflorar el movimiento autonómico y se puso en marcha el pueblo andaluz y nadie le detendría ya. Pero no fue un camino fácil porque Andalucía llevaba siglos en el abandono, en la miseria, el olvido y el caciquismo; con el 20 por ciento de su población analfabeta, carne de cañón de la emigración y martirizada por los tópicos. Los hijos de la autonomía poco saben de la Andalucía que lloraba sus miserias, la de la pena negra, el olé y el torito marismeño, de la Andalucía que tenía más de un millón de sus hijos creando riqueza en Cataluña, el País Vasco y media Europa. En este clima opresor, con los alientos de la dictadura franquista resoplando en las plazas de los pueblos cuando llegaba el manijero para dar trabajo, con salarios de hambre, surge poderoso el grito de la autonomía, la libertad y la democracia.

Blanquiverde, la desconocida. En la plaza del Hospital Noble de Málaga, en la lluviosa mañana del 4 de diciembre de 1977, el ondear de las banderas blanquiverdes era el signo de identidad de miles de ciudadanos que, en momento festivo, se prestaban a vivir un día único, pidiendo autonomía. Las consecuencias de este 4 de diciembre en toda Andalucía desembocaron en el 28 de febrero de 1980 cuando los andaluces se ganaron el derecho a decidir en un referéndum de infarto, primer paso para conseguir los derechos, los mismos derechos, que las comunidades históricas. La manifestación por la autonomía del 4 de diciembre de 1977 fue la primera vez que en la historia de Andalucía era convocada por una sopa de siglas de partidos políticos que, aún hoy en día, causa asombro. El asesinato de García Caparrós en la manifestación de Málaga llenó de sangre y dolor un día que pretendía ser festivo. La blanquiverde, la bandera que portaban miles de ciudadanos, todavía era un símbolo desconocido para muchos.

Fueron estos partidos los que movilizaron al pueblo para pedir autogobierno (autonomía) detrás de una bandera aceptada por todos. La bandera en la que se había envuelto Blas Infante y que su hija Ángeles llevaba en la manifestación del 4 D en Sevilla. Todo un símbolo. El pueblo se había puesto en marcha para conseguir una democracia real por un lado y por otro lado mayores cotas de libertad, capacidad para decidir y, muy importante y definitivo para el futuro, la reivindicación autonomista se encarnaba en la sociedad andaluza, como tiene escrito Rodríguez de la Borbolla. «Por primera vez en la historia de Andalucía, no había que inventar un pueblo que secundara las aspiraciones y las ideas del cualquier presunto líder, sino que el reto era el de lograr decantar unos liderazgos, personales y organizativos, que tuvieran la capacidad de dirigir a un pueblo que se había puesto en marcha». José Carlos Aguilar, uno de los padres del Estatuto, estaba sorprendido por la respuesta del pueblo cuando desde el Prado de San Sebastián arrancó la manifestación sevillana y confesaría que «era la más genuina afirmación del andalucismo».

La Asamblea de Parlamentarios aprueba el 7 de enero de 1978 la Junta de Andalucía que cuenta con 39 miembros, treinta y uno son parlamentarios y un representante por cada una de las ocho diputaciones. Si antes era el pueblo es ahora cuando los políticos se toman en serio que no hay vuelta atrás en la autonomía. Alfonso Guerra, muñidor dentro y fuera de su partido, lleva la voz cantante del PSOE y afirma que «no vamos a aceptar una autonomía descafeinada». Y al lado, un joven de melena suelta, guerrillero de la palabra, de ojos azules y tozudo como nadie, añade en alusión a la autonomía catalana: «Tarradellas es el único exiliado que conozco que tiene una finca». Este joven se llama Rafael Escuredo y será el político que encare mejor que nadie la aspiración del pueblo andaluz para conseguir la autonomía plena, como las históricas.

Pero Andalucía salta a las primeras páginas de los periódicos porque en el pueblo sevillano del Palmar de Troya un tal Clemente Domínguez es elegido Papa y toma el nombre de Gregorio XVII, con el espiritual nombre de La Gloria de las Olivas, cachondeo aparte, como relata el periodista Pepe Fernández.

Años de infarto. Los años escriben su futuro en 1979 y 1980, dos años porque es cuando cuaja el proceso para conseguir el estatuto andaluz. Nada fácil porque era necesario crecer la semilla de la autonomía en un pueblo que se preocupaba más por comer y tener trabajo; que soñaba con más libertad y más igualdad y porque a nivel nacional el Gobierno de UCD y ante la presión de las comunidades históricas, en especial la catalana, se lo iban a poner muy difícil. No veían con buenos ojos la proliferación de autonomías que consagraba la Constitución de 1978 y el presidente de la Generalitat Josep Tarradellas no quiere más de tres autonomías y así se lo hace ver al presidente Suárez. Hay otro problema que acojona y es que los militares, también se lo han dicho a Adolfo Suárez, no quieren oír de la España rota que se imaginan y es inevitable que en alguna sala de armas se hable de cuartelazos, con crecientes ruidos de sables en un año, por desgracia, en el que ETA asesina a 93 personas y el Gobierno de Unión de Centro Democrático (UCD) se la coge con papel de fumar en el asunto autonómico, cuestión de Estado tal cual manifestó el presidente del Congreso, Landelino Lavilla. El ministro andaluz Manuel Clavero es el único que discrepa de la política autonómica de UCD y en especial del ministro Rodolfo Martín Villa. Manuel Clavero Arévalo se inventa lo del «café para todos» pero todos los demás ministros y la cúpula de UCD proponen que Andalucía transite por la autonomía lenta, la que fija el artículo 143 de la Constitución. Pero Andalucía, tal cual tiene escrito Antonio Ramos Espejo, uno de los periodistas que más vivió en primera línea la Transición y los avatares que rodearon el 28 F, «no se resiste a ser una comunidad de segunda división». Y Ramos como otros periodistas imbuidos del sentimiento autonómico denuncian la traición de los ministros andaluces como García Añoveros y Pérez LLorca. El más duro en sus críticas a UCD y al Gobierno es otro guerrillero de la política andaluza, Alejandro Rojas Marcos, líder del PSA que dos años antes, en mayo de 1976, en el restaurante del Puesto de Los Monos había presentado un anteproyecto de Estatuto de Autonomía.

Pacto de Antequera. El 27 de mayo de 1978 y en la Diputación de Cádiz es elegido presidente andaluz el juez y senador Plácido Fernández Viagas, no sin reservas de algunos dirigentes socialistas. Fernández Viagas no es persona de fácil manejo, sino todo lo contrario, con bien merecida imagen de ácido pero amante del consenso y el diálogo como comprobarían los partidos, sobre los que no estaban en el arco parlamentario. Alfonso Guerra se había opuesto a que Rafael Escuredo fuera el primer presidente de la preautonomía por considerarse que «todavía está muy verde», dicen que dijo. Al acto asiste lo más granado de los partidos políticos, en especial del PSOE y de UCD, con la presidencia de Manuel Clavero que en julio del 77 había sido nombrado por Suárez ministro de las Regiones. Pero el nuevo presidente, para sorpresa de algún sector del PSOE y perplejidad del Gobierno de UCD toma la senda de la autonomía e impulsa el Pacto Autonómico Andaluz, llamado de Antequera porque fue en esta ciudad donde lo firmaron todas las fuerzas políticas. Aunque lo niega fue José Rodríguez de la Borbolla quien propuso la reunión de todos los partidos en Antequera, propuesta que rápidamente fue acogida con enorme ilusión por el presidente Fernández Viagas.

Uno de los asistentes, el profesor José F. Lorca, de Acción Ciudadana Liberal (ACL), afirmaría que «el sentimiento andalucista comienza a racionalizarse» y añadía «Andalucía era, ya, algo más que un sentimiento, que un ondear de banderas verdiblancas, algo más que un escudo, algo más que un himno». (El proceso autonómico andaluz. Editorial Mezquita).

Recuerdo que la redacción del pacto no fue nada fácil, con Alfonso Guerra afilando el lápiz, en la cocina para que el guiso autonómico no desbarrara, con algunos centristas haciendo de tripas corazón porque desde Madrid, vía Rafael Arias Salgado, secretario general de UCD, se había ordenado poner la reductora a la autonomía andaluza no fueran a cabrearse los catalanes. Pero sería la izquierda revolucionaria la que no se dejó amilanar y se hace notar de forma rotunda y clara en las reuniones previas a la firma del Pacto. Quieren que el poder resida en el pueblo y que ayuntamientos y diputaciones fueran protagonistas, al mismo tiempo que llamaban a la solidaridad y a luchar contra las diferencias sociales y económicas existentes entre regiones tal y como denunciaba Isidoro Moreno, un activo profesor, antropólogo de profesión y cofundador del Partido del Trabajo de Andalucía (PTA)

Era una mañana lluviosa, con pocos antequeranos interesados en lo que allí se negociaba para el futuro de Andalucía. Fueron horas de intensos debates, todos ellos conscientes de que se cocinaba el futuro de Andalucía, tal cual dijo Manuel Chaves, años más tarde presidente de la Junta.

Todo el mundo, a derechas e izquierdas, considera que el Pacto de Antequera es el documento más importante de la reciente historia de Andalucía, como lo calificó el portavoz de la Junta, Rafael Escuredo y fue firmado, y así debe quedar acreditado por su significado de futuro, por José Rodríguez de la Borbolla (PSOE), José Javier Rodríguez Alcaide (UCD), Fernando Soto (PCE), Miguel Sánchez Cañete (AP), Alejandro Rojas Marcos (PSA), Isidoro Moreno (PTA), Manuel López Portillo (DCA), Fernando Giménez Girón (ID), Pedro Ruiz Berdejo (RSA), Juan Ceada Infante (ORT), José Lorca Navarrete (ACL) y Plácido Fernández Viagas en representación de la Junta de Andalucía.

El punto tercero del Pacto es el catón que habría de seguirse a partir de entonces, un camino no de rosas, y sí de muchos debates, enconos y miedos, tal y como dejó dicho el propio Plácido Fernández Viagas y es que hacerlo cumplir no sería nada fácil. «La Junta de Andalucía, señala el punto tercero, exigirá y los partidos políticos apoyarán el más rápido proceso de transferencias de competencias que hagan posible, en el marco de la Constitución, una actuación eficaz del gobierno preautonómico para la resolución de cuantos asuntos afecten a los intereses generales del pueblo andaluz».

La izquierda revolucionaria, de fuerte implantación en el campo andaluz, tomó nota y se alzó en lucha para enterrar el caciquismo, promover la deseada reforma agraria (ocupación de fincas abandonadas) y pedir en los ayuntamientos donde gobernaban la vía rápida de la autonomía por el artículo 151.