O te vas o te echamos. Con estas palabras invitaron al presidente andaluz Plácido Fernández-Viagas a dejar la presidencia de la Junta. Y añadieron: «Has cumplido, ahora estamos en otra onda». La cúpula socialista llevaba tiempo estudiando el recambio por considerar que se necesitaba al frente de la Junta un político más guerrillero. Lo tenían, Rafael Escuredo, un abogado nacido en Estepa, mecido políticamente en las ubérrimas ubres del socialismo sevillano, casado con Ana María Ruiz Tagle que siempre se había movido en las áreas del poder socialista que ya representaban Felipe González y Alfonso Guerra. Es cierto que Rafael Escuredo seguía levantando ciertas suspicacias en El Canijo, como llamaban a Guerra en Sevilla, porque no era fácil controlarlo y, quizás, por ser un acendrado defensor de las tesis andalucistas, tan en boga en aquellos años.

En cierta manera, Rafael Escuredo coincidía con Felipe González de que la mejor manera de reducir la fuerza electoral del Partido Socialista de Andalucía (PSA) y de su líder, Alejandro Rojas Marcos, era entrar en su terreno y capitalizar el creciente andalucismo en el pueblo andaluz, granero de votos para González y Guerra que ya tienen en la mente y entre en sus estrategias la conquista de La Moncloa. Para muchos ortodoxos socialistas Escuredo parecía estar «siempre al borde de la herejía», dice el periodista Francisco Romacho.

Rafael Escuredo, el guerrillero de la autonomía, como fue calificado en aquellos años, no lo dudó cuando le ofrecieron la oportunidad de liderar el proceso autonómico andaluz. El presidente lo primero que hace es formar su equipo, cercano, ardorosamente andalucista; capacitado, eficaz y paño de lágrimas, si fuere preciso. En la sala de máquinas del Gobierno tiene a Antonio Ojeda, a José Rodríguez de la Borbolla, a José Aureliano Recio entre otros y a su alrededor uno más próximo y al que Rafael Escuredo llama «Comando autónomo». Las autonomías históricas se alzan en guerra porque en el sur, dicen, hay un guerrillero dispuesto a levantar al pueblo andaluz. Y así fue.

El vía crucis de Viagas. Poco más de un año había estado Plácido Fernández-Viagas, del 27 de mayo de 1978 a 2 de junio de 1979, al frente de un voluntarioso gobierno preautonómico en el que, como ha dicho en alguna ocasión quien fuera vice consejero de Economía y Hacienda, el actual presidente de Unicaja, Braulio Medel, no tenían ni mesas donde sentarse. El presidente andaluz apenas si tiene recursos humanos, con 76 funcionarios tan sólo y un presupuesto ridículo de 150 millones de pesetas (poco más de 900.000 euros), con las consejerías dispersas por provincias y una sede oficial de prestado en la Diputación sevillana. Rodríguez de la Borbolla calificó de épico el trabajo de Fernández-Viagas en su afán de hacer visible un gobierno andaluz que apenas si tenía donde caerse muerto «mientras que Tarradellas ocupaba el Palau de la Generalitat a Plácido hubo que buscarle un despacho en la Diputación de Sevilla».

Plácido Fernández Viagas, que algo de ciclotímico tenía, era empedernido luchador cuando estaba convencido de algo como la autonomía para nuestra tierra haciendo bueno lo que dijo en su discurso de investidura: «Es hora de que este pueblo empiece a cantar sin pena".

Para el Gobierno de UCD el inicio de la preautonomía andaluza era como un molesto forúnculo y no le puso fácil su andadura. Así como su sucesor, Rafael Escuredo, tuvo los santos leresles de poner firme al capitán general de Sevilla, Merry del Val, Plácido Fernández Viagas tuvo que lidiar con lo más duro de los restos del franquismo, con reticencias en casi todas las autoridades locales, cuando no menosprecio. Se le intentaba humillar por algunos gobernadores civiles, por alcaldes y hasta por presidentes de diputaciones al máximo representante del pueblo andaluz, como si Franco aún estuviera vivo. En ocasiones, los viajes del presidente andaluz eran como un vía crucis, de estación en estación de penitencia, hasta que consiguió el respeto merecido y convertirse en referencia de los nuevo tiempos políticos que se abrían en Andalucía.

A Plácido Fernández Viagas hay que reconocerle, entre otras muchas cosas, el haber impulsado el Pacto de Antequera, abrir los caminos de la autonomía, cuyo testigo fue recogido por quien en su gobierno había sido consejero de Obras Públicas y Ordenación del Territorio, el socialista Rafael Escuredo que toma posesión del cargo como presidente el 2 de junio de 1979.

Nada más ser investido presidente se da cuenta sabe que la Junta, tal y como recuerda García Gordillo, cabía en un taxi, que son cuatro pelagatos, que no dispone de recursos y, además, hay una declarada guerra de cargos del Gobierno central que pretenden subírsele a las barbas, con torpedos en profundidad. Pero el nuevo presidente andaluz no es dado al desánimo pese a que un mes después de llegar a la presidencia se sabe que UCD y el Gobierno de Suárez tienen el ánimo de dinamitar el Pacto de Antequera al que se había sumado y firmado el partido centrista. Y sabe, también, que en la cúpula de su partido, o sea Felipe González y Alfonso Guerra están por meter una marcha corta en el proceso autonómico.

Escuredo saca pecho y el 23 de junio, veintiún días de haber sido elegido presidente, convoca el pleno que se reúne en Granada y aprueba acogerse a la vía del artículo 151 de la Constitución para la consecución de la autonomía. No hay vuelta atrás y con el «Comando autónomo» se da un baño de multitudes que duraría dos meses. Miguel Ángel Pino Menchén, socialista y uno de los padres del Estatuto afirmaba que «Rafael Escuredo mantuvo el consenso como instrumento político y emprendió una campaña de divulgación y concienciación de la Autonomía por todos los rincones de la geografía andaluza, consciente de la necesidad de fortalecer la confianza del pueblo andaluz en sí mismo».

A finales de agosto, más del 95% de los ayuntamientos andaluces y las ocho diputaciones se sumaron a la iniciativa autonómica a través del artículo 151, cumpliendo así el primer requisito del mismo. En este mismo mes y en el Parador de Carmona, con un sol de justicia, se crea una Comisión formada por nueve representantes de todos los partidos parlamentarios andaluces y aprueban un primer anteproyecto de Estatuto. Sería Borbolla el que propuso se celebraran las sesiones de trabajo en la ciudad de Carmona.

«Comando autónomo». Cuando a Rafael Escuredo le llegan las noticias de que su partido y UCD negocian en Madrid poner sordina a la autonomía andaluza decide saber de primera mano lo que piensa el Gobierno de Suárez. Ya se tomará con mano izquierda descubrir lo que piensan en su partido y conocer los acuerdos de mesa de camilla que se cuecen en Madrid.

Pero lo primero es tener información fundada de lo que pretende el Gobierno de Suárez y coincidiendo el 11 de agosto con el ministro Clavero Arévalo en el primer homenaje que se hace a Blas Infante en su pueblo natal, Casares (MA), lo coge corto y le pide explicaciones de la actitud de Suárez y de UCD. Clavero que sabe lo que se cocina en su Gobierno y en su partido le dice a Escuredo que se lo van a poner difícil a él y a Andalucía «pero no hay que desanimarse, hay que seguir adelante y conseguir la autonomía por el artículo 15». A Rafael Escuredo le sale un aliado en Manuel Clavero, que no esperaba. Estaban como testigos del «Compromiso de Casares», tal y como lo bautizó el periodista de la SER, Pepe Fernández, el que fuera portavoz de UCD en el Parlamento, Miguel Sánchez Montes de Oca y un joven aprendiz de la política que lleva la agenda del ministro Clavero en Sevilla de nombre Javier Arenas que daba sus primeros pasos en la política andaluza.

La andadura de la autonomía no fue tan fácil como parece sobre el papel. Tener convicciones autonomistas en momentos de tanta inexperiencia democrática era casi un milagro y por eso, nada más iniciarse el verano de 1979 Rafael Escuredo decide que en los despachos no se consigue nada y como misionero de la autonomía se echa a los caminos para mirar a los ojos a los andaluces y hablarles de autonomía y autogobierno. Es el periodista Enrique García Gordillo, que llega a la Junta desde Radio Sevilla de la SER donde puso en marcha el primer informativo regional de la radio, quien le planifica los viajes del presidente a las zonas más deprimidas de Andalucía. Gordillo conoce muy bien a Escuredo y sabe que en la distancia corta es irresistible y por eso lo pasea por pueblos casi perdidos. Gordillo con José Luis Hernández y el chófer Anarte dan cuerpo al que Rafael Escuredo llama de forma cachonda el «Comando Autónomo» que en un Seat 1.500 se tragan a diario cientos de kilómetros por carreteras de segunda hasta llegar a los rincones más apartados de la geografía andaluza; a Enrique, como diría Escuredo, le salía su vena minera por aquello de haber nacido en Villanueva del Río y Minas y recordando aquellos viajes de bocata y tragos de cerveza calentorra en los apeaderos de carreteras con más baches que la corteza lunar, el presidente recuerda a Enrique «como el hermano que tuve».

En la sala de máquinas del Pabellón Real donde ya está la sede de la Junta Rafael Escuredo tiene un reducido equipo de fieles, de enorme valía, todos ellos autonomistas convencidos y capaces de los mayores sacrificios. En la manivela del Gobierno tiene a José Rodríguez de la Borbolla, meticuloso, el hombre del aparato, el hombre-organización; un tipo rocoso y macizo dialécticamente hablando, con gran preparación y ortodoxo tal y como tiene escrito el periodista Francisco Romacho. Rafael Escuredo y Borbolla supieron cohabitar y se respetaron. Otra persona en la que confía el presidente es en Antonio Ojeda, su consejero de Interior, todo rigor y demostrada capacidad para ir armando los instrumentos de la autonomía y, de ellos, la vigilancia extrema para que se cumpla el mandato legal de que el 75% de los ayuntamientos andaluces aprobaron en pleno ir por el artículo 151 de la Constitución y tiene, además, la ingrata y pesada tarea de pedir dinero a las cajas (Caja San Fernando como primera en la batalla) para la campaña electoral del referéndum toda vez que el dinero que llega de Madrid es escaso, con cuentagotas y siempre tarde. Otro personaje cercano Escuredo es Pepe Recio, economista, hábil en los mensajes y en el diseño de campañas y a quien el presidente le encargaría el diseño del Referéndum, maceta y geranio de rojo intenso incluido.

Escuredo, cuando finalizaba el verano se da cuenta de que el pueblo andaluz responde, que concita el consenso de partidos y ciudadanos, como síntesis del deseo de los andaluces y como lo define Miguel Ángel Pino, un sueño para «poder llegar intelectual, cultural, económica y socialmente a niveles de desarrollo tan altos como cualquier pueblo de España y terminar con la situación de lacerante injusticia que se daban en nuestra tierra». A eso se dedicó al presiden te andaluz.