Soy mi pasión y mi transitoria libertad. Una frase del maestro Caballero Bonald a la que me añado ser un hombre que dentro de su gran familia europea se siente orgulloso de tener una cultura andaluza que lo enriquece como persona. Valga esta entrada para aclarar lo poco que tengo que ver con un patanegra por los cuatro costados. Lo mío es descendencia de un Mediterráneo de mediterráneos con letra de poema; de una luz alegre y extenuada; de una tierra de sequedad embriagada y también fértil en fruta para los labios; de una piel tatuada con tantos nombres como las conquistas, el amor y el drama. Nacido de Lorca y de Baudelaire soy andaluz de Homero y de Stevenson, de Platón y de John Ford, de Borges y de Morente, de Cortázar y de Hawks, de Verne y de Paco de Lucía, de Picasso y de Virginia Woolf, de Camarón y de Cezanne, de Macondo y de Labuán. Rosas de los vientos de un mapa existencial con vocación de lenguaje más allá del duende y del manantial. Nunca he creído en ese traje de adjetivos costumbristas del orgullo, que ha terminado convirtiéndose en el disfraz gastado de una denominación de origen.

Desde esta declaración de principios trabajo por una cuna de la que seguiré reivindicando su liberación del naufragio en los espejos de su leyenda. El mal de una Andalucía cuya alma continúa secuestrada por los tópicos que otros narraron desde el exotismo romántico, rescatado por el franquismo. Nunca he entendido porqué hemos asumido ese trampantojo de la mirada, a modo de imaginario simbólico de nuestra tierra. Nuestros políticos tampoco han sabido depurarlo dentro de los significados de una tradición, y como un eslabón más de nuestra cultura. Al contrario, y al menos desde la televisión autonómica, han promovido ese cliché alejado de otras realidades y expresiones de la cultura. Porque sí, tenemos la copla y la gracia, pero también tenemos cineastas, pintores, escritores y emprendedores que no se han visto representados por el ente público, al que la clase política no ha exigido equilibrio entre lo popular y lo culto, independencia crítica ni una educación en el conocimiento para enriquecer la identidad por encima de los tópicos de la tierra y también del relato del poder.

Treinta años después

Desde 1982 Andalucía apostó por el desarrollo de infraestructuras en el arte, en la lírica, en el teatro, en literatura, como instrumentos de cambio y de progreso. Sin embargo, después de 30 años, y en un hoy donde muchas de estas empresas están en la UVI, cabe preguntarse si existe realmente una cultura andaluza contemporánea o se trata más bien de una cultura que se hace y se proyecta desde el sur. Si el empuje se hizo para crear una riqueza efímera y una marca de publicidad, o si las administraciones se han quedado a medias en el objetivo de consolidar una auténtica industria cultural. ¿Por qué no se admiten ni se corrigen los errores en las estrategias ineficaces en generación de empleo y divulgación de la creatividad? ¿Por qué aquellos ideales y los valores humanistas se traicionan puertas adentro, amparados por los silencios del miedo, las dictaduras del ego y la falta de una eficaz gestión de la inversión pública? Las alfombras de siempre que ya nadie se atreve a levantar. Ni intelectuales ni prensa. Los viejos argonautas en inferioridad de poder, pendientes del clientelismo o engañados por los que manejan las máscaras de seducción.

Conformar una necesaria y auténtica sociedad civil, educada en miradas y en lenguajes creativos y en un pensamiento crítico, no puede ser como abrir esas bibliotecas rurales con meritorias profesionales a las que apenas se dota de recursos, ni igual que las ofertas Guadalinfo contra la brecha digital en cuyos centros tartamudea internet. El plan de ruta no es otro que la construcción de nuevos discursos sin estereotipos y avalados por hechos, la colaboración con otras culturas y argumentos del siglo XXI que favorezcan una necesaria reinterpretación de nuestra identidad, de nuestros recursos y potencialidades. La construcción de ese futuro requiere inversiones públicas y privadas en cultura, favoreciendo la excelencia profesional en lugar del amiguismo y sin demandar rentabilidades inmediatas. Un objetivo extrapolable a la reforma de la sanidad y a los programas educativos que demandan combatir la descapitalización profesional, digna e igualitaria de ambos sectores. Y sobre todo, el compromiso real de que sean lo que deberían ser y de crear las condiciones necesarias que generen una economía emprendedora, innovadora y competitiva enfocada a que nuestra sociedad avance sin la excesiva dependencia del monocultivo del turismo, ni recaiga en la embriaguez del boom de la construcción, que tanto ha dañado nuestro medio ambiente, y su vínculo con la corrupción.

Algo hemos avanzado, aunque continuamos con pesadas tasas de paro porque no se ha sabido promover otros sectores dinámicos ni una formación de alto nivel. Es cada vez más urgente que afloren políticas e ideas capaces de promover, diversificar y consolidar un tejido productivo mayor y mejor; una educación que forme andaluces cada vez más cualificados, y en cuya mano estará la transformación de los modelos de producción para que sean más eficientes, y proyectos conjuntos con otros países y posibilidades, como fue el sueño del PTA, o como está haciendo Málaga con el Museo Picasso, el Centro de arte contemporáneo, el Museo ruso y el Pompidou. Ese horizonte no está lejos ni cerca. Depende de, como dijo Humpty Dumpty a Alicia, del tiempo y del esfuerzo que dediquemos a recorrer el camino. El kilómetro cero parte de la superación de la complacencia en los rasgos nacionalistas, de que nos emancipemos de su demagogia y de los tópicos, y exijamos una clase política acorde con una preparación eficaz en su empresa constructiva y acorde al siglo XXI. Sin ese equipaje de ilusión, de autocrítica y de trabajo nunca saldremos del eterno laberinto, y será muy difícil definir lo andaluz como la suma de identidades que dialogan en común y sin fronteras, desde dentro de las culturas, y de un proyecto de España y de la Humanidad.

Andalucía, en mi memoria conmigo, orilla desde la que gestar un mañana sin soberbias ni barrizales, la vida en la que un hombre pueda sentirse libre, transeúnte de los sueños y capaz de traducir la realidad en poesía, hijo de un lenguaje en el que cada palabra tiene su arquitectura y su perfume. De esa Andalucía, es mi pasaporte del mundo.