­El presidente del PP-A, Juanma Moreno, vive los mejores días en la política de toda su vida. Ya se comió el marrón de ser el segundo de Ana Mato como secretario de Derechos Sociales cuando ésta celebraba aquellos cumpleaños infantiles o miraba a sus retoños para ver cómo los vestían (el servicio, claro); ahora, el malagueño es consciente de que tiene muchos retos que superar: lo primero, la reticencia de un aparato administrativo monstruoso acostumbrado a que la clave de bóveda sea el centralismo sevillano. En segundo lugar, debe desmontar y «despolitizar», usando su argot, ese aparato y, en tercer lugar, tratar de que Ciudadanos siga haciendo de bisagra y que Vox, los ultraderechistas, no tiren al monte, algo que, según parece, está en el ADN de los de Santiago Abascal.

Moreno hizo ayer un discurso en el que fue aplaudido veinte veces, no habló de Málaga (normal, para qué más charcos, debió pensar, con el diluvio que tiene delante) y trufó sus palabras de citas de Kennedy, Machado, Virgilio o Adolfo Suárez, arquitecto de la Transición española, con la que comparó la hercúlea labor que tiene por delante. Se trata de una transición desde el PSOE (red clientelar, conformismo, etcétera... según dijo él), lo único que muchos andaluces de hasta 37 años han conocido por aquí, a una Andalucía conservadora, algo que no se ve por estos lares desde hace mucho. Como buen púgil, Moreno dejó traslucir en su discurso las dos almas que va a tener su Gobierno: la reformista, la dialogante, la moderada (la suya y la del PP malagueño, por otra parte, o la que muestra la formación naranja que preside Juan Marín) y la ultramontana que simboliza Vox, denominación del partido derechista. Un ejemplo: deslizó en su discurso nombres como los de Antonio Machado y Lorca junto al de Vox. Moreno guiñó, y mucho, a sus socios de Gobierno más extremos, demostrando, de paso, que sabe moverse como nadie en los entresijos de la semántica política, que conoce como pocos desde que echó los dientes en el ramo. No dijo Málaga ni una vez, y es el primer presidente malagueño, el primero que llega fuera del establishment de la Andalucía Occidental, hasta ahora los mascas del chiringuito autonómico, y para colmo, sacando la mitad de escaños que el campeón Javier Arenas, va a gobernar, algo que algunos en su partido no le perdonarán (cierta dama incombustible de la política local estaba ayer más triste que de costumbre).

Moreno fue todo contundencia y miel, tifón y llovizna meliflua, según con quién; con Susana Díaz, por ejemplo, le salió lo de red clientelar pero luego le dio las gracias, aunque con Vox le nació sacar la violencia de género de la agenda y después habló de cualquiera que sufra violencia.

Moreno hizo de Alí, picó como una avispa y bailó como una mariposa cuando debió, de forma que las costuras de esas dos almas que tendrá el Ejecutivo andaluz desde ahora, la reformista y la contrarreformista, se estiraron hasta el máximo.

Ayer recibió aplausos y sonrisas, conoció el lado dulce de la política, y muchos de los que lo miraron comprenderían que, como en aquella anécdota en la que el añorado exedil malagueño Antonio Cordero se refería a Paco de la Torre como el señor alcalde para cuadrar a sus concejales una vez marchado el huracán Celia Villalobos a los Madriles, ahora Moreno deja de ser Juanma para convertirse en el señor presidente, ese tipo al que hay que llamar para pedirle cosas y el hombre que se necesita para mantener unido con pegamento ese Gobierno que empieza a caminar en pocas horas. De sus habilidades, de mostrar idéntico mimo dialéctico al que enseñó ayer, de imponer su estilo tranquilo, sonrisa inmaculada incluida, depende la estabilidad de su Ejecutivo. Y de Andalucía, por extensión.