En el momento de su mayor éxito, Juanma Moreno miraba hacia su derecha. Desde el atril de los oradores en el imponente salón plenario del Parlamento andaluz, en el rabillo de su ojo, se dibuja la bancada de Ciudadanos. Apenas se aprecia una sonrisa en su expresión. Durante las intervenciones en la sesión de investidura y en sus turnos de réplica, Moreno se comporta como todo un profesional. Cuenta buenos asesores y tiene un discurso preparado de manera minuciosa para el que ha contado con la colaboración de buenos profesionales. No lleva en esto desde ayer, precisamente. Sabe de la trascendencia de la fotografía. Conoce el poder de la imagen. Más vale no mostrarse demasiado triunfante, aunque en su interior percibe como le invade la emoción. Ahí está, ese roce invisible de la gloria que tantos le habían negado.

Es la misma sensación que le invade en la toma de posesión, el último acto para cerrar el círculo protocolario que abre una nueva era política en Andalucía. Hay un desembarco masivo de representantes del PP. Pablo Casado, claro. Pero, también, Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría. Ese es otro de los éxitos Moreno. «Quiero que mi Gobierno tenga la altura institucional de un gran gobierno, el que encabezó Rajoy y el que tuvo como vicepresidenta a Soraya Sáenz de Santamaría. Su buen hacer fue un seguro para Andalucía», llega a decir. O sea, gobernar Andalucía al estilo Rajoy.

Estas son las licencias que ahora sí se puede permitir porque ya tiene más poder territorial que ningún otro dirigente de su partido. El PP sigue teniendo varias familias, pero Moreno ya tiene voz propia. Ahora está en lo más alto de su larga carrera política. Esa que comenzá allá por los 90 en el Ayuntamiento de Málaga. Pero como pasa tantas veces, hay una figura imprescindible, que es clave para su ascenso. Su nombre no está entre los citados anteriormente, pero es el del rabillo del ojo del principio de estas líneas. No es otro que Juan Marín, el líder andaluz de Ciudadanos. En un discreto segundo plano desde el debate de investidura, es la otra pieza imprescindible del nuevo Gobierno andaluz. Ocupará la Vicepresidencia y de la relación entre ambos, dependerá, en buen grado, la supervivencia y la longevidad del autoprocalamdo Gobierno del cambio. Hasta anteayer, Moreno y Marín eran rivales. Cada uno guiado por sus propios cálculos electorales. Unos cálculos que volverán más pronto que tarde. Las elecciones municipales de mayo están a la vuelta de la esquina. Llegado el momento, PP y Ciudadanos tratarán de marcar distancias para luchar por los diferentes ayuntamientos de toda Andalucía. El PSOE intentará meter a los dos partidos en el saco de la derecha. Y estará por ver hasta qué punto puedan abstraerse de todo este ruido los dos socios en Sevilla no desgastarse.

Hay también ideas distintas en las direcciones nacionales de ambos partidos. Ambas mandan mucho, desde luego, como se ha demostrado en las negociaciones entre el PP y Ciudadanos. Teodoro García Egea y José Manuel Villegas han ejercido de embajadores en Andalucía. Pero Casado y Albert Rivera no ven el futuro de la misma manera. El primero pretende extender el pacto andaluz al resto de España. Hacer de la suma de PP, Cs y Vox una herramienta transversal para gobernar en ayuntamientos y comunidades. Antes de asaltar así a La Moncloa. El segundo no quiere desgastar la centralidad de Ciudadanos atándose a un compañero de viaje que considera tóxico. La formación naranja capitaliza que puede ser un partido con capacidad para pactar a su derecha y a su izquierda. De ahí el constante guiño a los barones socialistas que están más lejos de Pedro Sánchez.

Hay más. Una vez disipada la euforia, vendrán las dificultades de una manifiesta debilidad parlamentaria del nuevo Gobierno. Para reclutar la mayoría absoluta se requieren 59 escaños. Cada ley que se quiera aprobar en el Parlamento, requerirá una fuerte dosis de diálogo sin intrigas e indiscreciones. La suma de PP (26) y Ciudadanos (21) solo llega hasta los 47 escaños. Para fraguar el consenso necesario será necesario tirar de Vox. La formación de Francisco Serrano tratará de capitalizar titulares y ejercerá como víbora oportunista cuando sus tutores desde Madrid así se lo exijan. No es más que el brazo prolongado de Santiago Abascal para ganar notoriedad en la batalla política nacional. La buena noticia para Moreno está en la animadversión mostrada a todo lo que huela a izquierda. El odio hacia el PSOE y Adelante Andalucía puede ser el mejor garante para que Moreno agote la legislatura.