La creencia de que Andalucía ha estado siempre en el vagón de cola de la industrialización no se ajusta del todo a la realidad, puesto que a mediados del siglo XIX aportaba el 18 % a la actividad industrial del país, con provincias preponderantes, como Sevilla o Málaga.

El Atlas de Historia Económica de Andalucía, realizado por el Instituto de Estadística y Cartografía (IECA), documenta este desarrollo económico de la comunidad entre los siglos XIX y XX y constituye una valiosa herramienta enfocada al público en general, según ha informado la Junta.

A pesar de mantener una participación en el producto industrial bastante pareja a su peso poblacional, entre el 17 % y el 18 %, la comunidad rápidamente se aleja de las dos regiones claves de este desarrollo en la geografía nacional, Cataluña, que hacia 1830 se encuentra sólo ligeramente por encima, y el País Vasco, que sólo superará a la región ya avanzado el siglo XIX.

A partir de finales del siglo XIX y, sobre todo, tras la Guerra Civil española es cuando la industria andaluza pierde peso en el territorio nacional. Entre 1930 y 1960 desciende unos siete puntos porcentuales su participación en el producto industrial español y en 1960 aportaba poco más del 8 % al conjunto del país.

En la economía regional, la industria mantiene una contribución muy estable hasta los años finales del siglo XX, siempre algo por encima del 20 % del Valor Añadido Bruto regional (VAB). El fuerte proceso de terciarización ocurrido en las últimas décadas en la economía andaluza ha reducido significativamente el peso de la industria, que hacia 2006 aportó un 12,2% al VAB.

Desde el segundo tercio del siglo XIX hasta la segunda mitad del XX es muy considerable en Andalucía la actividad industrial asociada a la minería, con numerosos establecimientos, fundiciones sobre todo, repartidos en especial por las comarcas mineras de Almería, Córdoba, Jaén y Huelva.

La agroindustria también ha sido históricamente un sector clave de la economía regional contemporánea, tanto por su importante peso en la producción final, como por la dispersión de los subsectores agroindustriales por todo el territorio regional.

Desde ciudades medias o grandes, como Jerez de la Frontera y su industria del vino, a pequeños núcleos como Benalúa de Guadix y su histórica industria azucarera.

A lo largo del siglo XX, las provincias de Huelva y Cádiz, junto con la de Sevilla, se sitúan por encima de la media regional en cuanto a intensidad industrial.

La de Huelva, primero por el peso de la minería y actividades relacionadas y desde 1964 por acoger un polo de desarrollo especializado en la industria química e implantado en la capital y sus alrededores.

La de Cádiz experimenta una recuperación al final de siglo al designarse el Campo de Gibraltar en 1966 como Zona de Preferente Localización Industrial y la Bahía de Cádiz, ya en la década de 1980, como Zona de Urgente Reindustrialización.

En el panorama industrial de Andalucía entre los siglos XIX y XX, Sevilla representa un caso de progreso paulatino, en contraste con el rápido arranque y posterior reajuste de Málaga, que la lleva a convertirse en el principal foco industrial de la región.

Mientras la capital malagueña se erige en cabecera de un distrito industrial, que abarca un amplio tramo del litoral provincial, Sevilla figura como un núcleo concentrado, señalándose tan sólo el establecimiento siderúrgico de El Pedroso, en los inicios de la Sierra Norte.

Durante el siglo XVIII la monarquía ilustrada de los Borbones promocionó la creación de establecimientos industriales mediante los que se organizaba la producción de bienes suntuarios, bienes vinculados a los monopolios o regalías fiscales y efectos de carácter militar.

Surgen así las Fábricas Reales ya sean como ramas de actividad novedosas (naipes de Macharaviaya, hojalata de Júzcar) o como reorganización de labores y producciones preexistentes (tabaco, moneda, artillería o salitre en Sevilla, artillería en Cádiz) cuya dirección y gestión pasa directamente a manos de funcionarios reales.