Francisco López nació en Benamocarra hace 73 años. Con apenas siete años se acabaron sus juegos de niño. Su padre, un reconocido artesano, le inculcó casi desde la cuna un oficio: la elaboración manual de canastos de caña. Su infancia, adolescencia y juventud la dedicó por entero a esta tradición. Pero poco después de regresar del servicio militar obligatorio, el imperio del envase de plástico se asomó a los hogares malagueños y le quitó el empleo. «He estado desde entonces trabajando en mi pescadería y haciendo algún canasto de vez en cuanto. Pero ahora que tengo más tiempo, aquí estoy».

Este artesano axárquico ha visto cómo en pocos meses, gracias al boca a boca y en virtud de que los cestos suyos se han convertido en una alternativa «autóctona y ecológica», ha empezado a recibir pedidos desde todos los puntos de la Costa del Sol: «Hace poco se llevó una mujer más de veinte. Imagino que será para una casa bien grande, porque me dijo que eran para decorar la suya. Y también he recibido un pedido especial, de lámparas hechas con los mismos canastos de caña, para un bar que al parecer han abierto en Málaga».

Otra iniciativa que ha puesto al artesano en la boca de muchos vecinos ha sido la puesta en marcha de talleres en su municipio natal. «Hace unos cinco años, el Ayuntamiento me llamó para impartir unas clases y enseñar los secretos de la caña». Poco después tuvo la oportunidad de llevar incluso sus técnicas a tierras gallegas: «Participé en Lugo en un encuentro nacional de artesanos casi extinguidos», manifiesta.

Ecológicos y reutilizables

Francisco recuerda que en su adolescencia, debido al éxito de sus canastos, pudo ser contratado en Málaga por Antonio Mateo Juver, «un exportador que era el director también de esta zona de la Axarquía». Los cestos tenían «muchas salidas». Se empleaban en los domicilios para transportar todo tipo de alimentos y sobre todo para facilitar algunas tareas en el campo.

Como un elemento ecológico y reutilizable, al igual que las bolsas de tela para comprar, estos canastos han recuperado una parte del esplendor de antaño. Son una alternativa real a los envases que requieren, como materia prima, derivados del petróleo. «Una vez terminado el canasto mucha gente ni se imagina todo el trabajo que hay detrás. Para cortar la caña tenemos que buscar el mejor momento, las lunas en menguante. Porque durante el cuarto creciente la caña se encuentra en peor estado, es más mala. Tiene una especie de telilla que luego no deja el canasto igual».

López reconoce que este tipo de trabajos, tarde o temprano, «van a desaparecer». Él sostiene que sigue con esta tradición artesanal «por pura afición». Y agrega que le gustaría inculcar el proceso en su nieto, de apenas diez años: «Pero sé que dedicarte hoy en día a esto, de forma profesional, es complicado».