Sobrevivió al infierno del campo de concentración nazi de Mauthausen-Gusen (Austria), donde su padre se convirtió en el primer español fallecido, después de haber salvado la vida en la sangrienta batalla de Dunkerque, y, sin un solo reproche a quienes le obligaron a derramar tanta lágrima, alcanzó los 97 años de edad.

José Marfil fallecía hace unos días en Perpiñán (Francia) y su municipio natal, Rincón de la Victoria, quiso volver a homenajearlo. Su testimonio sobre la barbarie en la Segunda Guerra Mundial quedará, no obstante, como legado imborrable.

«Tengo tanto vivido que a veces cuesta resumirlo. Pero en el caos en el que se convirtió Gusen cuando llegaron las tropas aliadas, con tanta confusión y tantos compañeros moribundos, recuerdo que llegué a salir de allí con hasta tres cogidos a mí. Saqué las fuerzas de mí que todavía me quedaban y me dirigí a Mauthausen ayudándoles porque sabía que si no morirían en el camino. Eran apenas cuatro kilómetros, pero se nos hicieron interminables. Lo que vimos por el camino fue una pesadilla. Pero incluso después de muchos años sólo era feliz cuando me despertaba. Por la noche, mientras dormía, yo seguía dentro de Gusen y los perros seguían mordiendo». Es el relato que Marfil desgranaba al rememorar su estancia en lo que se llegó a conocer como El Matadero, en referencia a que de Gusen apenas salieron represaliados vivos: «Algunos pueden pensar en la suerte que tuve. Pero yo a quienes se tiraban a las vallas electrificadas los consideraba como héroes. Pensaba a diario en hacer lo mismo, en acabar con mi vida. Ni siquiera sé por qué aguanté hasta el final, con lo duro que era todo en aquel lugar», expresa.

El profesor Miguel Alba Trujillo, historiador afincado en el municipio rinconero, también ha rescatado estos días algunas de sus vivencias junto a Marfil: «Recuerdo que en 2010, al pasar tres días con él, nos llamó mucho la atención sus mensajes para el alumnado que participó en una conferencia suya. Los propios docentes nos decían que jamás habían visto a los escolares tan atentos. José abría la boca, con su acento mezclado entre el francés y el español, y allí no se movía una mosca».

Advertencia a los más jóvenes

De todo lo que aprendió de él en esas intensas jornadas, a Alba le impactó su mensaje sobre la política en Europa: «Debéis mantener la alerta, Miguel. Porque vienen de nuevo», advertía en relación a las nuevas políticas ultraderechistas que empiezan a acaparar parlamentos en algunos de los países por los que pasó.

Afincado en tierras galas, Marfil llegó a editar el libro Yo sobreviví al infierno nazi, con muchas de sus vivencias durante la contienda internacional. Pero también tuvo siempre fresca la memoria de la Guerra Civil española, donde tanto su padre como él combatieron en las filas republicanas. «Cuando llegamos a Francia esperábamos ser recibidos como aliados. Pero la realidad es que nos metieron en unos rediles o alambradas, como si fuésemos borregos. Aún peor incluso, porque nos apuntaban los soldados con sus armas», expresó.

Padre e hijo se alistaron para la Segunda Guerra mundial en las filas francesas, «siendo capturados en Dunkerque» y luego trasladados a Polonia, donde pudieron trabajar como carpinteros sin muchos sobresaltos ni penurias, «hasta la acción de la larga mano de Franco, que se encargó de pactar con los alemanes un cambio en la situación de los españoles prisioneros». De allí al campo de Mauthausen, donde «se entraba por la puerta principal, por debajo de un águila, y nos decían que se salía por arriba, señalándonos un oficial el humo de un crematorio», recordaba Marfil.

En esos hornos no tardó en perecer su padre. Luego le sobrevino la sarna y el traslado obligado a Gusen, donde malvivió, con trabajos forzados y no pocos días de hambruna, hasta mayo de 1945 y el ansiado rescate por parte de las tropas estadounidenses. Más tarde se sabría que en Mauthausen-Gusen lograron sobrevivir unos 85.000 prisioneros y que, en los años anteriores, habrían perdido la vida en aquel complejo un número de entre 120.000 y 300.000 personas.

«Lo último que planearon para nosotros los alemanes era meternos en un túnel y hacerlo volar. Yo ya tenía un plan para entrar de los últimos. Pero afortunadamente nos rescataron las fuerzas aliadas». El calvario había terminado. Descanse en paz.