La Senda Litoral se encuentra ya al 80% de ejecución y encara esta recta final del mandato con un plan de señalización, en los 150 kilómetros ya accesibles, que rescata del olvido enclaves históricos de la magnitud del lugar en el que se hundió en plena Guerra Civil el famoso «barco del arroz».

Frente a las costas torroxeñas, concretamente en la playa de Calaceite que tomó su nombre de los daños medioambientales que generó aquel suceso, la Diputación ha instalado un panel informativo de manera que se facilita la localización de los restos del navío a cuantos aficionados al submarinismo viajan hasta la zona cada temporada.

Uno de los clubes locales incluso organiza cada verano rutas hasta los restos del vapor, de nombre El Delfín, que cargado de alimentos y otras provisiones, fue torpedeado por el submarino italiano Ciro Menotti. Málaga se encontraba en esas primeras semanas de 1937 sitiada por el bando sublevado y el barco nunca pudo alcanzar la capital costasoleña, como relataron las crónicas.

En las bodegas, el navío contenía además de arroz -que no era el cereal principal pese a la leyenda que posteriormente se extendió- harina de trigo, bacalao y una gran cantidad de aceite. Al parecer, las costas del término municipal de Torrox amanecieron con un gran vertido de combustible, ese que daría para siempre una nueva denominación a Calaceite, la playa más próxima al límite con Nerja. Es, además, el lugar elegido durante la pasada década por la Junta de Andalucía, después de largos exámenes medioambientales, para que se instale el que está llamado a ser segundo puerto deportivo de la comarca de la Axarquía, junto al ya existente en Caleta de Vélez.

Antesala de La Desbandá

Sólo un mes más tarde también sería noticia este tramo del litoral malagueño, pero por un episodio que desde hace ya décadas se conmemora en la Axarquía y las costas de Granada y Almería, La Desbandá de miles de malagueños hacia tierras levantinas, una vez tomada Málaga. Algunos testimonios de la Guerra Civil elevan las cifras de refugiados durante aquella huida a más de 150.000.

Muchas de esas personas hubieran podido aliviar en parte su hambruna, de haber alcanzado la capital El Delfín, aquel buque correo del que apenas quedan unos restos en el fondo del mar, a muy poca distancia de una costa ahora al fin señalizada como enclave histórico de interés general.