Tatuajes

Tatuajes: novatos de la tinta a los 80 años

Nunca es tarde para adornar la piel propia por primera vez. Así lo creen mayores como Carmen y Juan que han estrenado tatuajes a sus 78 y 89 años de la mano de un tatuador de Rincón

A sus casi 90 años, Juan se ha tatuado a su familia y a su perro.

A sus casi 90 años, Juan se ha tatuado a su familia y a su perro. / DANIEL PÉREZ / EFE

Daniel Luque (EFE)

Carmen se ha tatuado una media luna en la barbilla y Juan a su familia en el pecho. Nada fuera de lo común, salvo porque tienen 78 y 89 años, respectivamente, y a su edad han decidido liberarse de prejuicios y marcar su piel por primera vez en honor a sus orígenes y a sus seres queridos.

Carmen nació en Melilla una Nochebuena de 1944, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Creció en una familia amplia y en su infancia cohabitó con sus amigos marroquíes. Su deseo de tatuarse emergió a los 14 años, cuando acudió a una boda norteafricana y descubrió unos dibujos en la piel de las mujeres.

Se enamoró de los típicos tatuajes «henna» de la cultura marroquí, aunque su padre le prohibió tatuarse. Han tenido que pasar 64 años para que aquel deseo adolescente se haya hecho realidad.

Carmen Navas añade un nuevo tatuaje a su rostro. | DANIEL PÉREZ / EFE

Carmen Navas añade un nuevo tatuaje a su rostro. / DANIEL PÉREZ / EFE

Carmen Navas, al liberarse de responsabilidades y tras la muerte de su marido, se atrevió a dar el paso que siempre quiso dar.

Ahora una luna creciente despunta en su barbilla, un símbolo que la anciana ha decidido marcarse porque le «inspira a crecer, a ser buena persona y a dar mucho a los demás», como explica a EFE. Ha cumplido su objetivo tras tener cinco hijos y una vida a caballo entre Melilla, Málaga y Castellón, siendo agente judicial durante 33 años.

Su próximo tatuaje será el de su nombre en las cejas: Carmen en la izquierda y Navas en la derecha. La simpática anciana afirma que así no necesitan preguntarle su nombre y ella lo recordará si algún día contrae la enfermedad de Alzheimer. Bromea incluso con tatuarse, en este supuesto, el número del DNI en la frente.

Redrum tattoo, en Rincón de la Victoria, es el estudio donde Carmen ha dado este paso. Luis Solano, al que conocen en el gremio como Wicshky, es su tatuador y desde hace unos meses su amigo. De sus manos ha nacido esta pequeña luna que sorprende a todos los vecinos y que la ha hecho conocida en el Rincón, un municipio muy turístico pero también muy familiar.

Juan Alcalde junto al tatuador Luis Solano. | DANIEL PÉREZ / EFE

Juan Alcalde junto al tatuador Luis Solano. / DANIEL PÉREZ / EFE

En recuerdo de su familia

En este mismo estudio se marcó la piel Juan Alcalde, un jubilado de 89 años que se hizo su primer tatuaje cuando tenía 81. El carismático anciano se tatuó en el pecho a su mujer cuando murió y, posteriormente, a sus dos hijos, una de ellas fallecida. También a su perro Luca, esta vez en el hombro. El motivo era claro: llevarlos siempre consigo.

«No tengo que buscar una foto de mi mujer para verla, solo me miro en el espejo», explica a EFE el hombre, que nació en Argelia cuando ese país todavía pertenecía a Francia y que ha dedicado su vida a la fabricación de neumáticos, hasta que se jubiló y se trasladó a Málaga. Nunca antes había sentido atracción por los tatuajes.

«Cuando me vaya, tendré a todos conmigo», insiste el chistoso hombre, que no para de bromear con el tatuador y que se jacta de su fuerza y aguante al marcarse la piel. Confiesa, rebajando el tono, que el tatuaje de su hijo, próximo al extremo del músculo pectoral izquierdo, le «picó un poco».

Luis Solano, el artífice de estas obras artísticas de tinta, señala que es «bonito» que Carmen se haya esperado para hacerse este tatuaje hasta no tener «ninguna consecuencia social» por la edad y añade que es «una alegría» que las personas mayores comiencen a normalizar este mundo, algo difícil cuando él abrió su tienda hace 16 años.

Carmen y Juan son modelos que representan el «nunca es tarde», dejando a un lado los estereotipos sobre los mayores y tatuándose, ya sea por rebeldía o por conmemoración, aquello que les mueve y mantiene vivos.