Cuando repasamos los problemas más comunes que aparecen en la vejez, lo más probable es que aquellos que afectan a los pies pasen completamente inadvertidos.

Pero si nos paramos a pensar en que los pies nos permiten caminar, mantenernos erguidos y sostener el equilibrio mediante las terminaciones nerviosas situadas en la superficie plantar, la salud de los pies debería recibir mucha más atención.

Con el paso de los años cambian las estructuras que forma las zonas del pie y el tobillo, y envejece la piel de toda esa zona, lo que puede favorecer que las personas de mayores de 65 años sufran dolor crónico o caídas.

Según el Colegio de Oficial de Podólogos de Galicia, entre el 71% y el 90% de los ancianos sufren alguna enfermedad podiátrica que afectan a los huesos, al sistema vascular, a la piel o a las uñas de los pies.

Las alteraciones óseas más comunes en los pies son los juanetes, los dedos en garra, dedos superpuestos o pies planos geriátricos.

Entre los problemas vasculares que se suelen repetir en las extremidades de los mayores se encuentran las trombosis venosas, las insuficiencias vasculares, las tromboflebitis o la necrosis.

Por lo que respecta a la piel, las durezas o hiperqueratosis son el problema más habitual. También son comunes los callos, ojos de gallo, sequedad que produce fisuras y grietas, y suelen padecer piel de atleta.

Por último, y probablemente a causa de la dificultad para cortárselas, en las uñas aparecen uñeros, uñas engrosadas y hongos.

Cualquiera de estas afecciones en los pies puede convertirse en un foco de infección si no se tratan correctamente, y pueden llegar a incapacitar al mayor que las padece.

Y aunque el envejecimiento no vamos a poder evitarlo, sí se pude intentar prevenir la aparición de este tipo de lesiones. Pero, como aseguran desde el Colegio Profesional de Podología de Madrid, esta prevención debe comenzar años antes de la vejez.

Acudir habitualmente al podólogo e hidratar los pies con frecuencia son algunas de las prácticas recomendables.

Una vez producida la lesión, del tipo que sea, los podólogos madrileños realizan una serie de recomendaciones, tanto de higiene como de calzado, para reducir el impacto de las lesiones.

En cuanto a la higiene, aconsejan el lavado diario de los pies con agua templada y jabones neutros; eliminar la humedad del pie, sin olvidar la zona entre los dedos; y aplicar crema hidratante una vez secos.

Cuando cortemos las uñas, lo mejor es evitar redondearlas o dejar picos. Debemos cortarlas en recto.

En el caso de aparición de durezas, debe ser el especialista en podología el que se encargue de eliminarlas. No se deben eliminar en casa con cuchillas o parches.

Y, cómo no, moverse. Pasear y hacer ejercicio repercutirá también en la salud de nuestros pies.

Si hay algo complicado para una persona mayor es encontrar el calzado que no roce ni moleste, y que facilite el desplazamiento sin dolor.

Por eso los especialistas en podología recomiendan usar un calzado para cada actividad (estar en casa, salir a pasear, hacer ejercicio físico...). Y lo mejor es que el zapato sea de piel, evitando productos plásticos o sintéticos.

Mejor que la piel sea flexible y que el zapato tenga pala ancha y alta, porque mejorará la movilidad de los dedos y la traspiración.

Si tienen cordones y la suela es de goma antideslizante y flexible, todavía mejor.

2 o 4 centímetros de tacón será suficiente. Eso sí, es importante escoger un número que supere al pie entre medio y un centímetro.

Y ya con los zapatos elegidos, optaremos siempre por calcetines de algodón o hilo, no sintéticos, para permitir la traspiración.

Y si el especialista así lo indica, unas medias que compresión para favorecer la circulación en el pie.

En definitiva, el pie geriátrico es especialmente sensible, por lo que lo más conveniente es acudir a un podólogo, que decidirá cuál es el mejor tratamiento para cada lesión.