¿Nos estamos quedando sin espermatozoides? ¿Son realmente necesarios los machos? (Pódcast)

¿Nos estamos quedando sin espermatozoides? ¿Son realmente necesarios los machos? (Pódcast)

¿Nos estamos quedando sin espermatozoides? ¿Son realmente necesarios los machos? (Pódcast)

Eduardo Costas Catedrático de Genética y Académico

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En las últimas décadas la calidad de los espermatozoides humanos ha empeorado significativamente. Cada vez producimos menos espermatozoides y muchos de los que producimos son defectuosos.

¿Hemos entrado en una tendencia irreversible que podría resultar en un gran problema para el futuro de nuestra especie?

Aunque analizado desde otra perspectiva… ¿Son realmente necesarios los machos?

Desde que Louise Joy Brown vino al mundo el 25 de julio de 1978, siendo la primera persona en nacer mediante la fecundación in vitro, casi 10 millones de personas han sido concebidas mediante técnicas de reproducción asistida. La razón de la utilización de estas técnicas, o cuando menos una de las causas principales, es la baja calidad de los espermatozoides humanos.

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¿Menos espermatozoides y peor calidad?

En los últimos años se observa una tendencia aparentemente imparable: cada vez producimos un menor número de espermatozoides y peores. Los datos hablan con rotundidad: La calidad del esperma se ha reducido más de un 50% en el último medio siglo. La concentración de espermatozoides ha disminuido un 52,4% y la cantidad hasta un 59,3%. La consecuencia directa es que los varones son responsables de 6 de cada 10 casos de infertilidad.

La merma es sobre todo preocupante en europeos, australianos, neozelandeses y pobladores de América del Norte, mientras que afecta menos a los de América del Sur, Asia y África.

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Probablemente las causas hay que buscarlas en el ambiente y el estilo de vida. El desarrollo industrial nos somete a los efectos nocivos de los ‘disruptores endocrinos’, sustancias que sin ser hormonas actúan como ellas y que afectan negativamente a las células de los testículos del feto provocando mayor infertilidad, cáncer de testículos, criptorquidia, alteraciones físicas en el desarrollo del pene además de la propia disminución en la calidad del esperma.

Cotidianamente estamos sometidos a disruptores hormonales en muchos de los materiales derivados del plástico y el vinilo que abundan en las casas, como pinturas, aislantes, electrodomésticos, aparatos electrónicos, juguetes e incluso en nuestra ropa.

Las dioxinas, que se producen en determinados procesos de combustión, también actúan como disruptores hormonales, lo mismo que muchos de los pesticidas y herbicidas empleados en agricultura, o algunos de los filtros UV utilizados en los protectores solares.

Se han encontrado disruptores hormonales en productos cosméticos. Bisfenoles, alquilfenoles o benzofenonas, ampliamente utilizados en diferentes procesos industriales, también son potentes disruptores hormonales.

Una idea del potente efecto de los disruptores hormonales lo tenemos en el tributilestaño (TBT), una sustancia empleada en pinturas para fondo de los barcos. El TBT se prohibió en muchos países tras producir efectos catastróficos sobre la fauna marina, a pesar de la ínfima concentración que se liberaba desde las pinturas de los barcos.

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Además, existen evidencias de que el sobrepeso, la vida sedentaria, la diabetes, el tabaquismo y el alcohol participan en el descenso de la calidad del esperma.

Hasta 7 de cada 10 voluntarios para donar esperma en los bancos de semen de las clínicas de reproducción asistida no cumplen con los requisitos mínimos y son rechazados. El panorama no es muy halagüeño, pero…

Eyaculamos más espermatozoides que un caballito de mar

Perdemos por goleada ante un simple pajarillo llamado maluro (Malurus splendens). A pesar de que solo pesa unos pocos gramos el maluro libera más de 8.000 millones de espermatozoides por eyaculación. Sin embargo, le ganamos a los caballitos de mar cuyos machos apenas producen unos cuantos miles de espermatozoides.

La biología evolutiva nos da la explicación mediante un fenómeno que se llama competencia espermática: Las hembras de los maluros son muy promiscuas. Se aparean con docenas de machos. Ellas, que solo ponen unos pocos huevos, se aseguran con tanto espermatozoide la fecundación. Pero un macho de maluro tiene muy pocas posibilidades de que alguno de sus espermatozoides llegue a fecundar entre tantos espermatozoides de otros machos. Para él la mejor manera de incrementar sus posibilidades de ser padre es producir muchos espermatozoides.

Por el contrario, los machos de los caballitos de mar no tienen problema: ellos recogen los huevos de la hembra y los acumulan en un saco de incubación que tienen en el abdomen (los machos de los caballitos de mar son unas madres excelentes).

Fertilizan los huevos a medida que van entrando en el saco de incubación. El caballito de mar no tiene competencia con otros machos para fertilizar los huevos. Por eso no necesita muchos espermatozoides.

A tenor de nuestro número de espermatozoides, las hembras de los seres humanos no fueron muy promiscuas durante nuestra historia evolutiva. Así nunca necesitamos ser buenos sementales, aunque ahora seamos peores. Pero todo es susceptible de empeorar…

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En algunas especies han desaparecido los machos y ya solo nacen hembras

Lejos queda el optimismo de aquellos ilustres varones de los siglos XVII y XVIII que, al observar con los primitivos microscopios su propio semen, afirmaban que se contemplaba un ‘hombrecillo’ perfectamente formado, encogido en el interior de cada espermatozoide. Se denominaban a si mismos preformacionistas.

En su rocambolesca hipótesis asumían que los seres humanos se encontraban perfectamente preformados en el interior de los espermatozoides. Las mujeres quedaban relegadas a aportar el alimento que necesitaba el ‘homúnculo’ que se había depositado en su interior para que se desarrollase.

Algunos preformacionistas pensaban que las mujeres serían perfectamente prescindibles en el momento en el que el desarrollo de la ciencia permitiese que el varón, el rey de la creación, fuera capaz de proporcionar de manera artificial los nutrientes para que el espermatozoide creciera por sí mismo sin necesidad de mujeres.

Pero se equivocaron mirando a su propio ombligo. Si hubieran tenido mayor amplitud de miras se hubieran dado cuenta de que 3.500 millones de años de vida sobre la Tierra se empeñan tozudamente en llevarles la contraria.

Por más que nos resulten familiares, los machos son una rareza. Y a nivel evolutivo, un invento muy reciente.

Si toda la historia de la vida sobre la Tierra hubiese empezado un lunes y durado apenas una semana, los machos aparecerían durante el fin de semana.

Así que la tozuda realidad podría estar mucho más cerca de todo lo contrario: a menudo no son necesarios los machos. Ni siquiera es necesaria la reproducción sexual. Muchos de los más exitosos organismos sobre la tierra se reproducen asexualmente.

Una de las muchas formas en que las especies pueden prescindir de los machos es gracias a un peculiar tipo de reproducción en el que solo participan las hembras: la partenogénesis. En este tipo de reproducción, una hembra -sin fecundar por macho alguno- se reproduce teniendo hijas genéticamente iguales a ella.

Este tipo de reproducción es muy efectivo, como habrán podido comprobar quienes sean aficionados a las plantas: a menudo las plagas de pulgones que las infestan en pocos días son solo hembras reproduciéndose partenogenéticamente.

Pero aún hay más motivos para que los machos se alarmen: en numerosas especies de animales, en los que había machos y hembras, los machos han comenzado a extinguirse.

Eso ocurrió por ejemplo en especies de insectos como los fásmidos, un próspero grupo al que la gente llama “bichos palo” y que proliferan por el mundo con una distribución muy amplia: en los fósiles más antiguos de estos fásmidos se pueden encontrar machos y hembras, pero las numerosas especies de fásmidos que viven hoy en día están constituidas por hembras partenogenéticas.

También en algunas especies de serpientes (sobretodo en especies del Nuevo Mundo) los machos se extinguieron quedando solo hembras partenogenéticas. Lo sorprendente del caso es que estas serpientes todavía mantienen los rituales de apareamiento: dos hembras se cortejan y siguen un ritual de cópula tras el cual se reproducen. Pero, sin este ritual, las hembras no disparan el proceso complejo hormonal que les permite reproducirse partenogenéticamente.

¿Por qué hay reproducción sexual?

Es difícil de entender. La reproducción sexual no parece un buen negocio a corto plazo. Porque si para reproducirse hacen falta dos individuos, al final tendrán la mitad de descendientes que si se reproduce cada uno partenogenéticamente. Y la verdad es que a la biología le cuesta explicar por qué hay machos. Tanto que a día de hoy existen más de dos docenas de hipótesis diferentes para dar una respuesta a esta pregunta. Y si hay tantas es porque quizás aún no hayamos dado con la buena…

Pero hay una parte positiva. Al menos a los genetistas nos gusta explicar que la reproducción sexual tiene la ventaja de que puede juntar en el mismo individuo mutaciones que son beneficiosas (por ejemplo, una mutación que ocurrió en el macho y otra que ocurrió en la hembra terminan juntas en su hijo, lo que es mucho más eficaz). Además, al recombinar genes de machos y de hembras en los hijos, el sexo crea nuevas combinaciones de genes que pueden ser más aptas que las anteriores.Pero aún estamos lejos de saber todos los porqués.

Lo único seguro es que nuestro papel de machos no es ni de lejos el que se imaginaban los preformacionistas que veían el homúnculo perfectamente formado en el interior de nuestros espermatozoides.

¿Todos los espermatozoides son iguales?

Rotundamente no. Se supone que los espermatozoides más rápidos son de mejor calidad que los retrasados. Pero los que van más despacio (y no llegarán a fecundar el óvulo) tienen su misión: impedir que los espermatozoides de otro macho puedan llegar a fecundar.

¿Cuánto dura vivo un espermatozoide?

Esto depende, en gran medida, del momento del ciclo menstrual en el que se encuentra la mujer. Los espermatozoides son muy sensibles al grado de acidez y el ambiental que hay en la vagina. En periodo no ovulatorio vivirán poco, mientras que en el periodo de ovulación pueden durar con vida entre dos y 48 horas.