Cuando te presentas a un concurso corres el riesgo de gustar mucho, gustar un poco o no gustar nada, pero eso no se sabe con exactitud hasta que no cantas en el teatro.

Es posible que cuando estás ensayando tu repertorio, en tu local con tus amigos, creas que es lo mejor que podrías cantar y mueres con tu idea. Incluso puede que el que va a tus ensayos te diga que es genial, que puede ser cierto, pero casi siempre, los que van a escucharte son familiares que no son del todo objetivos. No quieren quitarte esa ilusión, saben que estás trabajando y dejándote la piel con tu grupo como si no hubiese un mañana y es posible que no te digan realmente lo que piensan.

Pero llega el día que debes entregarle a Málaga tu repertorio y vas con esa confianza que has depositado en tu gente y en ti mismo intacta. Ya no están solo los familiares, hay más gente. Arriba observando, está el jurado, cinco personas que deben evaluar tu repertorio. Te presentas a un concurso y no puede ser de otra manera. Las quinielas comienzan, se hacen conjeturas sobre las que deben o no estar en el siguiente pase; habrá quien te incluya y quien no. Solo son apuestas y conjeturas entregadas a la suerte que, en este caso, es la suerte del jurado, el cual puede bajarte de tu nube en un golpe de bolígrafo a lo que tú has decidido escribir y cantar.

Para pasar el corte de preliminares, de semifinales y ganar un concurso es obvio que no solo tiene que gustarte a ti, pero no hay nada más honorable que morir con la idea que el autor ha plasmado en tu cabeza, aunque esa idea, a veces, sea equivocada.

Si no pasaste el corte de preliminares no te aburras, no desconfíes, sé que ahora mismo estás sumido en tu rabia y dolor. Sigue intentándolo, debe servirte para mejorar tus ideas; si insistes y te esfuerzas mucho más, encontrarás la llave que abra la puerta del concurso y, si esto ocurre, algún día, más pronto que tarde, recogerás con el alma llena de orgullo el ansiado arlequín dorado.