Máximo Gómez Padilla. Así sin más. Un nombre que dice tanto para todos aquellos que somos amantes del carnaval. De las coplas, del soniquete del 3x4, de los papelillos y de la música de una caja y un bombo. Máximo Gómez Padilla, revelado este año y entregado a un grupo nuevo, renaciendo de una etapa para entrar en otra. Dejando atrás a una comparsa que segura estoy la lleva en su corazón. Unificando genialidad de diecisiete carnavaleros de pro para parir una hija perfecta. Una niña con rasgos paleños, con aire en su mirada alhaurina, con un llanto que suena a nuevo, que suena a Samuel.

Una mezcla de lo nuevo y de lo viejo. Un llanto entre sonrisas porque se siente segura.

Segura porque esta niña está sostenida por los brazos de un Carlos que durante años ha aprendido a apretar fuerte contra su pecho pero no dejarla caer, cantándole una nana acompañado por un maestro de la guitarra que como nadie la sabe mecer.

Máximo Gómez Padilla, invisible pero tan presente. Tu pluma se afila cada febrero y tu niña nos canta en forma de pasodoble esas verdades que no somos capaces de declarar. Críticas hechas versos, poemas que van directos al corazón, a la sin razón, a la reflexión de que hay cosas que tenemos que cambiar. Y llora, llora tu niña guapa.

Máximo Gómez Padilla, valentía y sensibilidad. Poesía, tu poesía. Esa en la que sacas los sentimientos más profundos que un padre puede sentir, que no te toquen lo tuyo porque entonces eres capaz de matar. La tinta que corre en tu 3x4 es la de la verdad, la de los sentimientos más rudimentarios que puede sentir un padre. ¡Qué demonios aquellos que hemos parido a un hijo como no vamos a pensar igual!

No ha sido esta tu primera hija, eres padre desde hace muchos años de preciosas niñas malagueñas que han tenido la suerte de crecer a tu verita. Máximo Gómez Padilla, tu barca atracó el lunes en nuestro embarcadero para presentarnos a tu niña preciosa transformada, engalanada y disfrazada de un hijo de Caronte ladino que nos ganó la puja, que ni con monedas de prejuicios pudimos evitar que se llevara nuestra alma. Porque esa noche todo aquel que tuviera el más mínimo instinto carnavalero murió contigo y con tus versos en las tablas. Y en el viaje de vuelta y aún sabiendo que has perdido y que has vendido tu alma, te das cuenta que vas sonriendo y con una melodía metida en tu cabeza, y con un nombre€el de Máximo Gómez Padilla.