Hacía equilibrios cómicos mientras andaba hacia su destino. La chancla, con más años que el Acueducto de San Telmo, estaba a punto de romperse. Toalla con el escudo del drama y las pocas alegrías al hombro. Camiseta de publicidad con boquetitos y un bañador 'descolorío' por el sol y la lejía que jugaban a amarse en tendederos de piso de ladrillo visto. Miró un hueco entre dos esculturales guiris níveas y una familia numerosa que con rumba social de fondo se disponía a repartir bocadillos de salchichón a la prole bronceada por el Lorenzo que trajeron los fenicios. Allí ondeó la toalla y clavó su bandera reclamando para sí ese trozo de tierra más que de arena, en una calita de Pedregalejo. Y la tarde comenzó a fluir entre las serenas ondas que el mar regalaba en forma de olitas a los bañistas.

En silencio un universo distópico de lo cotidiano empezó a surgir. Una supernova creaba vida entre latas de cerveza y envoltorios de polo flash. Una música imperceptible le llegaba al oído. Una música que hablaba de los 2.500 años. Del rey tarteso falso. De romanos y árabes y algún que otro mal cristiano. De idas y desbandá y del orgullo que desaparece a las primeras de cambio. Liándose un cigarrillo sus ojos se fijaron en una pareja que se entregaba con toda la naturalidad de los primeros hombres en el jardín de las delicias, al amor adolescente del beso apasionado. Sonrió con cierta envidia mientras de soslayo miraba a las nórdicas buscando ese contacto visual que pudiera ocasionar un interesante intercambio cultural.

El sol jugaba a esconderse. Los niños a escapar de la ducha fría, volvían enfangados en arena como rogando que unos minutos más fueran el infinito eterno de la caricia de la playa. Una mujer de avanzada edad, sostenía pacientemente una toalla para que su marido se cambiara de bañador sin vergüenzas públicas. Al fondo, una jabega bogaba contra el mar como si quisiera escapar de la ciudad que imantada la atraía a la orilla. Se fue al kiosco, se compró una litrona y se sentó en el espigón a ver como Málaga moría. El anaranjado cielo dejó paso a una paleta de impresionantes rosas. Un grupo de estudiantes de intercambio se hacían fotos como queriendo captar el fallecimiento y renacer de la ciudad. Las primeras luces se encendían. Y delante del alfa y omega del paraíso de balcones prendidos al cielo infinito. Delante del principio y fin de las penas mojadas en moscatel y guitarra. Delante del entierro más alegre del sol justiciero de los terrales calientes. Delante de la madre se dio cuenta que ahí estaba el carnaval. Desde el espigón.