Volver a escribir este texto sobre el concurso de carnaval me trae sensaciones pasadas. Cada primera semifinal, tras el trámite necesario y familiar de la preliminares, nos da una tarde-noche extraña donde las tensiones de todos los años se reverdecen como si el carnaval quisiera salirse del tiesto. Piensas que todo puede cambiar pero encuentras en el camino al teatro Cervantes (felices 150 años, por cierto), a los mismos actores en las mismos papeles. El resplandor de la plaza Gerónimo Cuervo preparada ya para la fiesta, los pasacalles de los grupos que van a actuar, la impaciencia de los espectadores a punto de entrar en el teatro y los nervios de los que hacen el carnaval durante dos semanas de competición. Todo se mezcla en una nueva sesión del concurso.

Con la intención de dar visibilidad a los grupos infantiles, alguien, colocó a estos grupos infantiles abriendo las sesiones de semifinales. A pesar de que los pequeños tienen su propia gala se les coloca en el escenario y gracias a los medios de comunicación se le ve mas allá del público que va a verlo por la ternura y la foto, imagen que con el tiempo se esgrimirá como arma parental para regocijo de los abuelos.

Los territorios carnavaleros han estado siempre abonados a la reivindicación y la denuncia, ¡Así debe ser! Desde los primeros tiempos, esta fiesta ha intentado relajar la tensión de la rutina poniendo el mundo al revés pero no siempre la careta esconde la identidad del autor malhumorado, no siempre lo cantado consigue relajar la tensión acumulada, ni muchas veces la crítica tiene el punto de mira ajustado.

Como el mayo francés del 68, muchos actuantes piden lo imposible pensando que es lo mas lógico sin medir las consecuencias. Pedir que todo el concurso se desarrolle en el Cervantes es una utopía que choca con la intensa y desbordada agenda de teatro municipal que tiene un asentado festival de teatro y una cuaresma llena de cine y festival que acecha por detrás en un marzo sin tregua. Los grupos que han pasado por el digno Centro Maria Victoria Atencia no han conseguido, en la mayoría de los casos, llenar el reducido aforo de la calle Ollerías, lo que hace impensable trasladar esta fase del concurso a las mas de 1.100 butacas del Cervantes. La fase previa no puede ir mas allá del ámbito de lo familiar, mas allá de los devotos y entendidos y dejando hueco para principiantes y curiosos. No puede al menos por ahora. La gran tarea para el próximo año será buscar un escenario de consenso para esta fase, que es para muchos, la primera toma de contacto con las tablas y el repertorio ante el público amable y conocido que, a precio asequible, puede ver el trabajo de los grupos en un entorno amable. La noche del domingo nos puso en la pista de una buena final. Diosas empoderadas, genios de barrio, vigías atentos a los sentimientos y la defensa, vaqueros espídicos, alter egos de Salvador Dalí, ladrones de serie con alias muy malagueño y guerreros urbanos con Malafama fueron los primeros en defender la posibilidad de estar en la final del próximo viernes. La libertad se defenderá en el carnaval callejero, cuyo veredicto público dará a algunos un lugar en la memoria.