Un nuevo día comienza a asomarse tímidamente sobre la plaza del Carmen de Los Boliches, en Fuengirola. Los más madrugadores se disponen a desplazarse a su trabajo, a comprar el pan o a llevar a los niños al colegio, como un día cualquiera. La célebre churrería ubicada en el corazón del barrio fuengiroleño sirve los primeros cafés a los taxistas que vienen a relevar a los compañeros que han cubierto el turno de noche y ella, sin más ruido que el chirriar de sus dos maletas, abandona el cajero donde cada noche se entrega al sueño.

Con la mirada perdida y un rumbo incierto, inicia su habitual peregrinar por las calles bolicheras en busca de algunos céntimos -con suerte de algún que otro euro- para pasar el día.

«Antes venía aquí a tomarse un café. Sólo un café. No sabemos cómo se llama porque nunca contestaba a nuestras preguntas. Lo único que sabemos es que es extranjera, del centro de Europa, que no habla nuestro idioma y que es bastante huraña; parece no querer saber nada de la gente», revela unos de los trabajadores de la churrería situada en la plaza del Carmen.

Así, con la única compañía de sus dos inseparables maletas marcha al paseo marítimo, a la altura del monumento a la Peseta, donde en la terraza de uno de los restaurantes que todavía están cerrados -son las ocho de la mañana, solamente- saca un camping gas y se prepara un café. De nuevo, sola; sin hacer ruido; tratando de pasar inadvertida.

«Luego se viene a la ducha de la playa donde se asea a diario. Para nada es una persona que se abandona físicamente y que viste cuatro trapos. Va siempre lo más limpia que puede, con unas gafas de pasta y vestida normal. No parece que viva en la calle a primera vista», apunta el responsable del chiringuito cercano a las duchas públicas a las que acude a bañarse la enigmática mujer.

A partir de ese momento, no es raro verla en cualquier punto de Los Boliches deambulando. Siempre arrastrando sus maletas, con paso ligero y deteniéndose sólo para pedir, muy selectivamente, una pequeña limosna.

«Siempre dice que es «para coger el tren», señala un taxista que la ve a diario, «es lo único que le he oído decir porque cuando tratas de interesarte por ella en seguida hace aspavientos y se va tal y como ha venido».

Un carácter arisco con las personas que para nada raya la mala educación, según refrenda el propio trabajador del taxi además de varios compañeros que habitualmente prestan servicio en la plaza del Carmen.

Su figura menuda, algo desgarbada como consecuencia de su edad -sobrepasa los 60 años- se entremezcla entre el paisaje habitual urbano y entre las idas y venidas del día a día en el popular barrio bolichero. Poco a poco, van pasando las horas y se sienta en un banco cercano a la avenida de Jesús Cautivo, pendiente del cierre de la sucursal bancaria donde pasa cada noche.

«Cuando cerramos, ella ya está cerca. Muchas veces volvemos por la tarde para seguir trabajando y ya está en el cajero. Aunque parezca mentira, aunque lleva desde verano aquí, no hemos intercambiado ni una palabra con ella. Respeta el horario de apertura de la oficina e incluso, cuando llegamos por la mañana, ya se ha ido. No nos molesta en absoluto y no nos consta queja alguna de los clientes que usan el cajero donde ella duerme», asegura un trabajador de la oficina bancaria donde pasa las noches.

Así, cuando cae la noche y el barrio duerme; cuando el día termina para el resto de vecinos, ella lleva ya algunas horas durmiendo. Aprovecha sus dos enormes maletas para sentarse encima de una mientras se construye un respaldo con la otra sobre el que apoya su espalda y dobla el cuello hacia adelante. Así, día tras día, desde el pasado verano.

Casi medio centenar de personas vive en la calle. El concejal responsable del área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Fuengirola, Francisco José Martín, afirma que en la localidad hay un total de 42 personas sin techo. «Muchos de ellos, como el caso de esta señora, rehúsan cualquier tipo de ayuda y optan por llevar sus vidas al margen de lo que conocemos como unos hábitos normales. A alguna de ellas, incluso, se les facilita la vuelta a su país y luego vuelven», asegura.

Martín recuerda que los Servicios Sociales están abiertos a todo este tipo de personas y que, además, hay instituciones, como la iglesia Evangélica ubicada en el centro de Fuengirola, que presta servicios básicos tres veces a la semana a todos aquellos «sin techo» que deambulan por las calles de la ciudad.

Poco o nada más se sabe del caso de esta señora. Al igual que con sus vecinos habituales, la mujer declinó hacer cualquier tipo de comentario a este periódico. Su mirada triste y melancólica parece haber dejado atrás cualquier tipo de vida que hubiera llevado antes.

Parece que no quiera saber nada de su pasado. Su único futuro, su única ambición es continuar, día a día, teniendo algo de dinero para subsistir y vivir al margen del resto de la sociedad, como suele hacerlo: en silencio, sin molestar a nadie y dejando que el tiempo pase en esta ciudad de la Costa del Sol.