Aún en su abandono de los ruedos políticos, Pedro Fernández Montes se creyó eterno. Hasta sospechar que Torremolinos, una gota espesa en el vasto océano de pérdida de poder institucional sufrida por el PP, no podría salvarse sin su figura. Llegó a decir, que tras 20 años en el poder, no se merecía «salir por la puerta de atrás», como si de «un ladrón se tratara». El hecho de que fuera inflexible hasta el final, enrocado a la alcaldía como un harakiri japonés dispuesto a morir matando, ha servido para herir al PP bajo fuego amigo. Deja en su adiós una petición de disculpas, tan inverosímil como difícil de creer, viniendo de alguien acostumbrado a vertir sus palabras al estilo justiciero y a pecho abierto.