A un lado, la postal de la parada de burro-taxi. Al otro, la escena igualmente típica del cochero de caballos. La mijeña plaza de la Virgen de la Peña era un canto a las vacaciones, una tranquila secuela de cualquier día de julio que se rompía en cuanto se atisbaba el runrún que rodeaba al Ayuntamiento.

Había llegado al fin el pleno en el que se elegiría a un alcalde, pero nadie se atrevía a poner las manos en el fuego por un nombre. En el abarrotado salón municipal, la elección del alcalde se produjo por votación secreta en una urna, por lo que el posterior recuento fue incrementando el nerviosismo y la tensión en la sala. O, incluso, fue dando pie a las primeras confirmaciones sobre un resultado que se había venido mascando muy tímidamente entre rumores desde el inicio de la convulsa sesión.

Tal fue la sorpresa, o la improvisación de última hora para el pacto, que el nuevo regidor socialista, Josele González, reconoció que no tenía preparado un discurso como alcalde, que el que traía era de «no investidura». «Mis padres no han venido al pleno porque yo les pedí que no lo hicieran porque el resultado no iba a ser el deseado, les pido disculpas porque me están viendo por la tele», aseguró.

A medida que se acercaba el inicio del pleno, fue llamando la atención de los presentes la ausencia de algún cargo provincial del PP. En cambio, el PSOE era representado por su candidato al Ayuntamiento de Málaga, Daniel Pérez, y por la dirigente mijeña Fuensanta Lima, quien no ocupó a última hora la plaza que tenía reservada en la primera fila entre el público porque, según se comentaba, había apurado hasta entonces para negociar un alcalde de su partido. Asimismo, la habitual media sonrisa de Dani Pérez empezó, de repente, a ser de ángulo completo. Y, en la recogida de actas, el beso de Natalia Martínez a Fuensanta Lima lo insinuó todo.

El concejal de Vox

Además, Vox envió a sus dos primeros miembros de la lista de la capital malagueña, José Enrique Lara y Sonia Crespo, periodista que precisamente reside en Mijas. Ambos mantuvieron la lógica actitud vigilante. De hecho, muchas de las miradas estaban puestas en el único edil de Vox, Carlos Rivero, quien renunció a encabezar la lista cuando ya estaban impresas las papeletas y después reivindicó el acta de concejal tras conocer que lo había obtenido. Es más, desde el público alguien le gritó mientras tomaba posesión «falso que eres un falso». Poco después, Rivero fue el único de los cinco posibles candidatos a la alcaldía que no manifestó su deseo de serlo antes de la votación. Igualmente, su paso a edil no adscrito flotó en la sala por mucho que él dijera que defenderá las propuestas que comparte del partido por el que ha sido votado.

En el epicentro de un refugio tan british como la ciudad mijeña no extrañó que una de las postales más llamativas la protagonizara el británico Bill Anderson, número 7 de la lista del PP, que tomó posesión como edil ataviado con la tradicional falda escocesa y pajarita. «Lo he hecho para recordar que Ángel Nozal es el único que tiene entre su equipo de concejales a un extranjero cuando el 35% de la población lo es», explicaba motivado.

Fue un mediodía repleto de nerviosismo en el que todo, afortunadamente, no se ajustó a la tensión reinante.

La sesión plenaria comenzó a las 12.08 horas con la constitución de una mesa de edad compuesta por el propio Ángel Nozal y la joven edil socialista Natalia Martínez. Enseguida, el primero de los ediles en tomar posesión, con juramento, fue Nozal. Luego, hizo lo propio la número dos del PP, Lourdes Burgos, que llegó a sonar como alcaldesa. Y, poco después, ante la imagen del número 5 del PP, Marco Cortés Millán, recogiendo su medalla de concejal se vivió una de las anécdotas alegres del día, pues desde el público su hija le gritó «papá» con el consiguiente aplauso de todos los presentes. Sin duda, fue el instante más unánime de la jornada.

Luego, en cuanto finalizó un pleno que no superó la hora, los inesperados vencedores se abrazaban y los derrotados, si los hubo, se marcharon con menos euforia. En el exterior, la parada de los burro-taxi seguía envuelta por un extraño sosiego alérgico a las siglas.