De niño jugaba a inventarse países. Se considera discreto. Dice que lo más impetuoso que ha hecho en su vida fue caerse al río de Tolox. Con su primer libro, Teoría del majarón malagueño, revolucionó los tipismos andaluces. Con el segundo, Viena a sus pies, publicado también por la editorial Rey Lear, ganó el prestigio premio de literatura humorística José Luis Coll. Ahora viene con una región africana bajo el brazo, Donga, donde los varones se visten de mujer hasta la mayoría de edad. Y donde nunca estuvo Livingstone, pero sí un expedicionario nórdico y una veintena de colonos romanos, entre ellos Marco Suplicio. Puro surrealismo colonial.

Sus últimos libros hablan de podólogos imperiales y majarones de Málaga. ¿Piensa seguir con la tragedia?

Sí, es curioso, hasta ahora todo han sido novelas de humor, aunque no creo que yo haya elegido deliberadamente el género. Más bien la literatura de humor me ha elegido a mí. Seguramente sería malísimo tratando de imitar a Sófocles.

¿No tiene la sensación de que el género se menoscaba a conciencia en España?

Ocurre un poco como con la zarzuela respecto a la música. O también con la comedia en el cine. Los Oscar siempre lo ganan actores que hacen de epilépticos o de gente que pierde una pierna en una isla. Si están enteros y además hacen reír lo tienen muy difícil.

Supongo que por eso ha decidido pasarse al contragolpe e inventarse un país.

No exactamente, aunque fue una época en la que coincidió la ola carca en la que todos hablaban de sus estatutos y subrayaban las diferencias con los demás, lo que no deja de ser una antigualla. También influye que desde pequeño me ha interesado la geografía. De niño dibujaba banderas y países imaginarios.

¿Donga será su Macondo?

No lo sé, pero lo que sí le puedo decir es que he disfrutado mucho creando ese mundo, que está en las antípodas de Tolkien, donde todos los héroes hacen el más sublime ridículo. Me ha ayudado mucho la acumulación de especiales televisivos sobre Isabel Pantoja y Julián Muñoz. Cada vez que la televisión emitía uno me iba a un sitio tranquilo a escribir. En eso hago como Groucho Marx.

Borges se inventó una civilización. ¿Ha querido ponerle el contrapunto humorístico con su país?

Aunque estoy a cuatro millones de años luz de Borges, he querido ofrecer una cosmovisión humorística. Incluso cuando terminé el libro, lo completé con aspectos como la geografía, con referencias a Herodoto. El libro es también una crítica a la literatura colonial, a la visión que había sobre África y a lo artificial que resultan tantos países y fronteras.

También a las costumbres españolas...

Hay muchos guiños a lo español. El Parlamento de Donga, por ejemplo, rechaza por unanimidad la compra de varios kilos de programas del corazón españoles. También hay un barrio, conocido como el barrio español, de arquitectura a lo loco, con edificios de diferentes alturas y tabiques finos, semejante a muchas ciudades de nuestra costa mediterránea.

Los dongaleños bailan la danza de los escrotos fluorescentes. ¿Una mala experiencia autobiográfica?

Me temo que no. Yo siempre fui muy discreto. Incluso en la infancia. Lo más que hice de niño fue caerme al río de Tolox, de donde tuvieron que rescatarme. La danza de los escrotos fluorescentes, que forma parte del folclore dongaleño, también servía para suplir las carencias de electricidad. Lo que ocurre es que los británicos la prohibieron y ya sólo quedó para las despedidas de soltera, aunque no con el significado que le da la tradición.

Luis Alberto de Cuenca habla muy bien de Donga. ¿Han pensado en darle algún título consular?

Luis Alberto de Cuenca se merece que le hagan dongaleño de honor o hijo adoptivo de Donga. Estuvo en el jurado cuando gané el Premio de Humor José Luis Coll de Novela Corta y por si eso no fuera suficiente, quiso prologar el libro porque le gustó, a pesar de que no nos conocemos personalmente. También valoro el detalle del escritor Guillermo Busutil, sin duda igual de loable, porque me conoce y, pese a eso, quiere presentar el libro con él.