¡Estamos de enhorabuena! Setenta años después de su publicación original, en Nueva York, en 1940 y en inglés (I must have liberty), la pequeña pero combativa editorial Horas y horas (www.unapalabraotra.org/horasyhoras.html) ha lanzado al mercado la traducción de la autobiografía (He de tener libertad) de la periodista y diplomática malagueña Isabel Oyarzábal Smith, una mujer ejemplar, un referente del feminismo moderno, una pionera del compromiso de las mujeres con la causa de la libertad, y que representaría a la España republicana en los más importantes foros internacionales en la procelosa y trágica década de los años treinta del siglo XX.

La figura de Isabel Oyarzábal merece, sin duda, que se rescaten sus libros y que se conozca su vida. Antes de esta feliz edición ya podíamos hacer un primer acercamiento a su personalidad gracias a otras dos pequeñas ediciones casi artesanales: por una parte, su biografía Rescoldos de libertad. Guerra civil y exilio en México, a cargo de Alfama, y por otra su novela En mi hambre mando yo, de la mano de Mono Azul, con prólogo de Jorge Martínez Reverte. Dos lecturas igualmente interesantes y complementarias.

Isabel Oyarzábal nació en Málaga en 1878, y murió en México en 1974, sin poder volver ni a España ni a su Málaga natal. Hija de un rico comerciante malagueño, su madre escocesa marcaría su vida y su carácter, indomable e independiente. En su autobiografía, Isabel Oyarzábal describe con encanto adolescente sus años en Málaga, su vida acomodada, perteneciendo como pertenecía a la clase alta de Málaga, a la rica burguesía con intereses comerciales y empresariales. Emparentada con la familia Loring, una de sus tías estaba casada con el entonces gobernador militar de Málaga, con residencia en el castillo árabe del Limonar, escenario de algunas de sus correrías infantiles.

Despreocupada y ajena a los problemas de las clases populares, sin embargo la vida de Isabel Oyarzábal la fue enfrentando poco a poco con las injusticias que la rodeaban. La llegada masiva a Málaga de tropas heridas y convalecientes de la guerra perdida de Cuba; las desastrosas campañas de África, a las que se enviaban a morir a los jóvenes malagueños, andaluces y españoles en medio de una corrupción militar generalizada; la miseria de los jornaleros agrarios, que pudo conocer de primera mano por las estancias de su familia en pueblos como Alhaurín el Grande o Yunquera; y finalmente la tremenda presión social hacia las mujeres, reducidas a meras comparsas de sus parejas masculinas, obedientes, hogareñas y familiares. Su postura en este último aspecto de su vida es clara y nítida: «La flor y nata de los caballeros malagueños no era nada atrayente. Típicos señoritos, hijos de padres adinerados, solamente pensaban en caballos, corridas de toros y en encontrar una esposa rica», escribe Isabel Oyarzábal sobre sus recuerdos de sus años de tránsito de la adolescencia a la juventud, convertida en joven casadera y asfixiada por la atonía de una ciudad claustrofóbica.

Por suerte para ella, criada en una casa bilingüe, algunos veranos la familia se trasladaba a Escocia. Y es en tierras escocesas donde conoce a gente interesante y a mujeres que le enseñan el camino de la libertad y la lucha por los derechos de la mujer. En esta primera visita a Escocia destaca la impresión que le casó Eunice Murray, una activa sufragista en los tiempos en que en España era la campaña de Marruecos la que ocupaba todo el espacio público.

Aficionada al teatro, culta y emprendedora, Isabel Oyarzábal tuvo el apoyo de su madre para trasladarse a Madrid para probar suerte como actriz en la compañía de María Tubau. La crisis económica acabó con el teatro, aunque ella ya había descubierto que no era su verdadera vocación, y en el año 1907 pone en marcha, con los ahorros de una amiga, La dama y la vida ilustrada, la primera publicación periódica editada en España y dirigida a un público exclusivamente femenino. Su creciente actividad profesional hicieron que se convirtiese, casi de rebote, en la corresponsal en España de diversos periódicos británicos, y en ser la primera mujer joven en dar una conferencia en el Ateneo de Madrid.

Casada con Ceferino Palencia, hijo mayor de la Tubau, los años veinte fueron años de activismo político y de angustias económicas: la dictadura de Primo de Rivera persiguió a los intelectuales y activó la censura, pero la independencia económica de Isabel Oyarzábal, su tenacidad y su valentía sacaron adelante a una familia que ya contaba con dos hijos: Cefito y Marisa.

Hay un hecho crucial en la vida de Isabel Oyarzábal: la infidelidad de su marido. Desde ese momento, y aunque seguirían juntos toda su vida, la relación de igualdad que existía entre ellos, que había sido una relación «consentida» por un marido educado en un ambiente liberal, se hizo claramente innegociable. Y es que si hay una idea que preside la vida de Isabel Oyarzábal es precisamente la reivindicación de su libertad, la persecución de la independencia personal y económica a toda costa, lo que le permitiría viajar al extranjero, ser absolutamente dueña de sus decisiones, de su agenda, de su talento. Y fue gracias a su inagotable trabajo, a su lucha constante y cotidiana, que Isabel Oyarzábal podría prestar llegado el momento los mejores servicios posibles a la causa de la mujer, primero, y a la causa de la República, más tarde, cuando dio una gira por Estados Unidos y Canadá, ya en 1936, para ganar adeptos y fondos a la causa del gobierno legalmente establecido, cuando representó al Gobierno en las principales conferencias mundiales celebradas entonces (Sociedad de Naciones, Conferencia Internacional del Trabajo) y cuando fue nombrada Embajadora en Suecia, en plena Guerra Civil, para defender allí los intereses del gobierno legítimo de España.

Es muy difícil resumir en este artículo las sensaciones tan positivas y emocionales que transmite Isabel Oyarzábal en su autobiografía. Es un libro ameno y honesto, que describe los principales momentos y logros de una vida ejemplar. No es un ajuste de cuentas, no hay ni una sola palabra amarga, ni un reproche en este libro que es un monumento al compromiso de una mujer con la libertad, con la suya, con la de su género, con la causa de los desfavorecidos, con la idea de justicia social.

Inteligente e hiperactiva, Isabel Oyarzábal nos regala un libro en el que da gracias a la vida: al fin y al cabo, y pese a todas las penalidades sufridas, tras la derrota lograría reunir a su familia en México sana y salva, rescatando a los suyos de campos de concentración ubicados en Francia y en Túnez. En días como los que vivimos, en los que todo es pesimismo y tristeza, leer este libro supone un aliciente para seguir luchando, para mirar adelante, para encarar el futuro con optimismo, aunque sólo sea como homenaje a mujeres como Isabel Oyarzábal, que dieron lo mejor de ellas mismas en momentos mucho más difíciles, peligrosos y siniestros. Lo dicho: una mujer ejemplar.