Cuatro directores artísticos, probablemente, en menos de ocho años de andadura del Museo Picasso Málaga. Uf. Será que esa pinacoteca que nos vendía pulcritud, escrupulosidad, es, en realidad, una caja de truenos hermética; será que los directores que anunciaban que se iban porque habían cerrado un ciclo escondían que, en realidad, el ciclo se lo habían cerrado otros; será que la sociedad –políticos y medios incluidos– desplegó una alfombra roja para dar la bienvenida a una donación tan generosa como interesada –nadie da duros a cuatro pesetas, los cuadros no rentan en casa propia–. Y ahora Christine Ruiz-Picasso, de heroína a villana. Qué ingenuidad. El análisis de la crisis del Picasso no debe quedarse en la crítica a la legataria y en la defensa de Lebrero; debe tomarse como caso de estudio para analizar cómo, una vez más, la cosa público-privada genera monstruos de interminable cola espinosa. Como precedente para que cuando alguien quiera hacer «una generosa donación», desde las instituciones, cualquiera, se establezcan unas férreas reglas del juego.