¿Cómo recuerda ese momento en el que los doctores le dicen que posiblemente no podría volver a cantar?

Lo pasé fatal durante varios días, no quería saber nada de nadie. Pero luego empecé a pensar que mis capacidades me iban a dar la oportunidad de hacer otras cosas, y ahí surgió la posibilidad de la docencia. Cuando conocí la gravedad de la situación y la asumí, me calmé. Descansé, disfruté de la familia y aprendí a priorizar sobre las necesidades de la vida y del trabajo. Afortunadamente, la experiencia me sirvió mucho.

¿La recaída fue más dura?

Sin duda. Estuve un año entero sin cantar, desde septiembre de 2008 hasta septiembre del siguiente año. En ese espacio de tiempo fue la primera operación. Después regresé con éxito a Zúrich, a Turín, a Roma... Pero en el ensayo general de Atila, en el Metropolitan de Nueva Yok en febrero de 2010, tuve que cancelar mi actuación. Fue un golpe anímico muy duro porque la lesión había vuelto a reaparecer. Me enfrenté de nuevo a 11 meses de recuperación obligatoria, otras dos operaciones... Fue duro pero tenía muy claro que saldría adelante, como intérprete de ópera o haciendo otra cosa.

¿Cómo afrontó la vuelta?

Para mí lo importante era poder aguantar los periodos de ensayo más que la función en sí. Lo difícil era medirme ante mis compañeros, no ante el público. Si era capaz de superar esa prueba estaría listo.

Los programadores confiaban en usted. A pesar de su largo periodo de baja firmaba contratos ante un hipotético regreso.

¡Es el mejor piropo que le pueden echar a uno! [Risas] No me pesan las alabanzas porque tengo un gran sentido de la responsabilidad. No me vale con subirme al escenario y hacerlo medianamente bien. Si lo hago es porque siento que estoy preparado. Hay que saber decir que no.

Usted lo hizo. Rechazó una oferta de Riccardo Muti para cantar Rigoletto en La Scala. Y ahora es uno de sus solistas favoritos.

Era muy joven y no me sentía preparado. No se trata de decir que no y ya está, sino argumentarlo. Yo lo hice y luego siguió llamándome. Fue una decisión correcta.

¿Qué le parece abrir la ópera y la música clásica a grandes escenarios para buscar ese público que se está perdiendo?

Yo no creo que se esté perdiendo público, al contrario. En cada actuación en la que participo veo el aforo lleno. Popularizar la ópera no significa sacarla de contexto y llevarla a los campos de fútbol. Eso es otra cosa, no lírica, y debe quedar muy claro. La función de los teatros pequeños es, precisamente, programar temporadas de ópera para sus ciudades y dar la oportunidad de escuchar buena música. El programador es muy importante y debe arriesgarse y hacer muchas funciones.

¿Aunque se les critique? Recuerde las quejas a Gerard Mortier en el Teatro Real de Madrid por programar obras demasiado modernas.

Abogo por la independencia y la autonomía de los programadores artísticos. La cuestión fundamental es el criterio final de ese trabajo y cómo se evalua. Cuando uno decide qué programar también tiene que estar dispuesto a aceptar las decisiones del público si no le gusta.

¿Y qué hacemos con los jóvenes, muy alejados de este mundo?

Desde luego habría que reducir el precios de las entradas para los menores de 30 años. Luego entramos también en una cuestión de educación y cultura. Y la televisión parasitaria y sus programas basura han hecho mucho daño.

¿Nota falta de sensibilidad cultural también en los políticos?

No creo en la cultura subvencionada solo con dinero público. Deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en hacer una buena ley de Mecenazgo que haga apetecible a los posibles inversores participar en los proyectos. Por ejemplo ofreciendo un buen retorno fiscal.

Eligió Palma de Mallorca para su retorno nacional. ¿Por qué un espacio, digamos, pequeño?

Me apetecía mucho y mi agenda me permitía poder decidir y dar el sí casi de manera inmediata. Hay además motivos que tienen que ver con lo sentimental, con lo profesional y con nuestra capacidad de hacer que el trabajo trascienda de alguna manera. Es en los pequeños escenarios donde hay que poner un poco más, porque se exige un plus de actividad necesaria porque las circunstancias son más difíciles. No se pone más voluntad, porque en mi caso siempre es la misma, sino más cariño.