«El grueso de los escritores somos anónimos», incluso tras ser finalista del Premio Planeta, afirma la escritora (Picanya, 1969), que presenta nueva novela, «El rayo dormido» (Destino), y da por extinta la sociedad del bienestar.

Al final, en su novela nadie es bueno del todo. ¿Nos despedimos de los héroes y aceptamos la complejidad de la vida?

Hay quienes necesitan creer en la maldad y bondad en términos absolutos, pero yo no lo creo. Hay personas intrínsecamente malas, pero no creo que seamos de una sola pieza y así invento personajes, que aunque quieran hacer el bien se les cuela un poquito de mal.

¿Usted lleva algún rayo dormido dentro, que de vez en cuando le incendia?

A todos nos han pasado cosas tan dolorosas que las hemos dejado apartadas y que han salido cuando menos lo esperábamos. Vivimos en una sociedad que da la espalda al dolor y es preciso convivir con él y la frustración.

¿Por qué toma como ejes víctimas de la Guerra Civil de los dos lados? ¿Por corrección política?

Durante la dictadura se anuló la voz de las víctimas y todos eran unos violadores de monjas. Con la democracia vivimos el efecto contrario, que era necesario y justo, pero ha pasado suficiente tiempo para darnos cuenta de que no podemos sentirnos orgullosos de todos los milicianos.

¿Esa mirada no da fuerza a los revisionistas para equiparar los hechos de un bando y de otro?

No sé si alguien lo ha equiparado. Yo no, desde luego, porque no es comparable, pero ¿por qué no voy a reconocer lo que pasó antes? Los comunicados internos de la República contra los excesos de los milicianos indican qué esos hechos sucedieron. De todas formas, en esta novela es más importante la II Guerra Mundial, por la injusticia a los de la Nueve.

Ahí vamos: el olvido de la Nueve. ¿Nos falta propaganda o autoestima?

En España el franquismo no podía tolerar elevar a héroes a 160 republicanos que fueron los primeros en entrar en París porque eran los mejores, no porque pasaran por allí. En el plano internacional, se silenció porque su compañía era francesa y existía el compromiso de que los franceses liberasen París.

Hasta el punto de no citarles en el memorial a los héroes de la toma de París…

Así es. Luchaban por la esperanza de recuperar después España, sufrieron una traición tremenda y la siguen sufriendo cada vez que no sabemos quiénes fueron.

Como a su Natalia, ¿le emociona la palabra escritora?

Sí. Aunque escritor es quien escribe -pase lo que pase con lo que hace-, yo todavía creo que soy aprendiz de escritora.

Y como ella, ¿está prevenida ante el fracaso?

Sí. Es una buena manera de premedicarte ante la frustración, porque es bastante fácil que las cosas no salgan como uno piensa.

¿Cree que la vida tiene como objetivo hacerle daño?

No, pero los personajes amargados son más agradecidos.

¿Le molesta que la sitúen entre las autoras especializadas en dar voz a la mujer sin atributos?

Me molesta porque no es real y porque se suele utilizar con un tonito despectivo. Reducirlo todo a una etiqueta me parece absurdo.

¿Cree como Vila-Matas que a los escritores se les ve demasiado hoy y se les lee poco?

Hay algunos que sí, pero es que los escritores no viven de escribir.

¿Ni los finalistas del Planeta?

Creo que ninguno vive sólo de sus novelas. Sí de dar charlas o ser tertulianos y a alguno de esos sí que quizá se le ve demasiado. Pero el grueso de los escritores seguimos siendo anónimos.

Dicen que el escritor ha de ser un tipo huraño y solitario. Natalia lo cumple, pero ¿es tópico o es verdad?

Es un tópico. Conozco a alguno bastante estúpido y huraño, pero a más que son personas normales.

La sociedad del bienestar que aparece de trasfondo en la novela se desmorona hoy. ¿Le angustia ese fin de un tiempo?

Sí. Esa sociedad ya no existe. Hay una generación que lo va a sufrir mucho más, que ha crecido pensando que todo era más fácil. Parece que volver a la esencia será mejor, pero lo vamos a pasar mal. Siempre acaba habiendo algo bueno en casi todo.