No es que encuentre en Carmen Lomana un faro espiritual, pero, desde luego, es mucho más inteligente y certera que mucha gente que no es más que un hueso de aceituna en un envoltorio de Ferrero Rocher. «La gente me ataca diciendo que lo tengo todo solucionado. Y si es así, ¿no puedo sufrir por lo que le pasa a la gente de mi alrededor? Si compras bolsos de Hermès y modelitos de Chanel no tienes derecho a opinar», sostenía la celebrity en una reciente entrevista publicada en este periódico. Y creo que tiene razón: una de las peores consecuencias de la crisis es esa especie de revanchismo social, ese odio al que tiene la vida resuelta simplemente por eso, por tener la vida resuelta y la nuestra, revuelta –identificamos que la riqueza de alguien siempre supone la pobreza de los demás–.

Luego está ese tribunal de la Inquisición según el cual todo aquel que cobre más de 2.000 euros es un potentado, aunque detente una responsabilidad pública de aúpa, o tiene que pedir perdón por ello. Cuando el otro día la rectora de la Universidad de Málaga, Adelaida de la Calle, reveló que su sueldo es de unos 4.000 euros al mes, hubo muchos comentarios sobre lo «exagerada» y «tremenda» que es esa cantidad. ¿Para la rectora de una universidad, la máxima responsable de la institución educativa y referente de una ciudad? Por favor, no perdamos los papeles.

Me acuerdo del tiempo, tan lejano ya, en que hablar de lo que cobraba la gente era muestra de mala educación; ahora el que no habla de lo que percibe mensualmente es que oculta algo. Es esa falta de decoro y la inquisicionización de la sociedad lo peor de la crisis. Ahora todo, incluso conductas incívicas y delictivas, se justifica con la dichosa coletilla del con la que está cayendo, hasta la falta de respeto. Porque la crisis, claro, no es culpa de nada más que la especulación y los ciudadanos somos víctimas propiciatorias: todos fuimos engañados al firmar ciertos productos bancarios, todos fuimos engañados por los políticos en sus campañas electorales... Hemos sido víctimas de tantos engaños que la gente debería empezar a pensar si, por tanto, no hay bastantes ápices de responsabilidad propia en ello, porque para darse un engaño hace falta engañar y también ser engañado. Pero, de momento, parece que no va a ser así; el infierno van a seguir siendo los otros. Y nadie va a reparar en el hecho de que victimizarse –o sea, eludir responsabilidades– conducirá a un futuro aún más oscuro, pero, por supuesto, más cómodo para la propia psique.

Tiene mala prensa decir estas cosas. Puedes atacar sin piedad a un político pero no puedes cuestionar a un ciudadano implicado en el 15-M que cobra sus trabajos en negro –seguramente los habrá–.

Triunfan en las webs de los periódicos y las redes sociales los artículos de opinión que cargan contra los mismos de siempre –los otros, los de traje y corbata– en tono cínico-gracioso-reivindicativo. Porque, en realidad, todos estamos contribuyendo a decir de formas ingeniosas y creativas, chispeantes y brillantes, las más obvias de las obviedades. Y así nos va: llorando y riendo, en una espiral de confusión sentimental, mientras caemos.