Soy un recién llegado. Si yo he llegado hoy, tú llegaste ayer, anteayer no había nada: había nada. Somos recién llegados. Somos niños pequeños, y se nos caen los juguetes de las manos hechos pedazos. Somos gatitos con ojos como monedas de quinientas pelas. Somos un ordenado ejército de magdalenas caseras, dispuestas a ser devoradas por la viscosa sustancia que ordena los relojes. Somos gotas de agua a punto siempre de evaporarse. Somos refinados coleccionistas de resbalones y casi nadie parece saberlo. Somos altivos y arrogantes ignorantes, porque no hay peor –o mejor– ignorancia que la que se desconoce a sí misma. Somos recién llegados, y no hay una sola recta en el camino. Más allá de mi nariz está el mundo, ese gordo cabrón, redomado experto en zancadillas y curvas. Ay de aquel que no mantiene intacta y en perfecto estado de revista su capacidad de sorpresa. Somos recién llegados a esta resplandeciente boca de lobo y siempre lo seremos. Ojalá te toque vivir tiempos interesantes. Ojalá todo te sea difícil. Ojalá nunca ganes el partido por incomparecencia del contrario, porque el contrario también eres tú.