No es ningún secreto que vivimos tiempos difíciles. Son días en los que el pesimismo y la angustia nos tienen compungida el alma, pero también son tiempos de solidaridad y orgullo a flor de piel. En el año 9 de nuestra era gobernaba Roma el emperador Augusto y donde el mayor general de la época era Agripa. Éste tenía por yerno a un codicioso y tiránico general cuyo único mérito conocido era la crucifi xión de más de dos mil habitantes de Judea que se habían levantado contra el poder romano.

El nombre de este sádico era Quintilio Varo. Varo fue enviado por Augusto a sofocar una rebelión de los quinuscos en Germanía encabezada por Arminio, un antiguo jefe militar romano y ahora enemigo de estos. Ambos ejércitos se encontraron en el bosque de Teutolungo y Varo, envalentonado por la superioridad de las legiones romanas, lanzó a la muerte a más de veinte mil soldados de élite.

Los prisioneros fueron torturados hasta morir o quemados vivos y Varo, en un acto más de cobardía, solicitó a un esclavo que le quitara la vida. Augusto no perdonó jamás a Varo, loco de ira y tirándose de los pelos, gritaba: «Quintilio Varo, ¡devuélveme mis legiones!». En estos tiempos difíciles, ¿quién nos devolverá todo lo que hemos perdido inútilmente? Mas siempre nos quedará el estandarte de nuestra cultura, que seguirá abriendo fronteras.