Hay personajes históricos que sin saber muy bien ni el cómo ni el porqué, siempre nos cayeron bien. Es el caso de los bandoleros andaluces El Tempranillo, El Tragabuches o Pasos Largos, que aún siendo reconocidamente malvados, han asociado a sus vidas un sambenito romántico.

En una época lejana, turbulenta y desde luego cruel, cuando el Imperio Romano se dividió en dos, el de Oriente con capital en Constantinopla, hoy Estambul y el de Occidente cuya capital fue Rávena y posteriormente Roma, surgió un guerrero feroz a quien llegaron a apodar «el azote de Dios» que tiene también tras de sí el halo romántico de los grandes héroes y que literalmente hizo la vida imposible a estos imperios. Se llamaba Atila y era el rey de los hunos.

Nunca sabremos qué pasaba, en aquel entonces, con las monturas de sus adversarios Teodorico o Aecio, pero siempre recordaremos que «por donde pisaba el suyo, jamás volvía a crecer la hierba».

Este 20 de junio que se nos ha ido no nos ha traído a la memoria aquel otro del año 451 cuando el invencible Atila y sus aguerridos hunos fueron derrotados en la batalla de los Campos Cataláunicos. Fue el día que murió Teodorico, quizás el primer rey visigodo que puso sus ojos en Hispania y el romano general Aecio se llenó de efímera gloria.

Dos años después, mientras Atila disfrutaba de la noche de bodas con su flamante mujer germánica, en pleno proceso amatorio se murió, quizá para advertirnos a los europeos futuros de los peligros de algunas germánicas en estas cosas del gobierno.