Hay muchas maneras de construir y fundar ciudades. Los sesudos historiadores actuales, desde mi punto de vista, quizás deberían poner más interés en lo que yo denomino método español, que consistía fundamentalmente en poner una taberna y una iglesia y tirar para adelante. Hoy en día se sustituiría la iglesia por un campo de fútbol, esta nueva religión emergente que al contrario de la otra, sí que es el verdadero opio para el pueblo.

Quizás por eso, los españoles somos muy dados a frivolizar nuestras tragedias, tantas y tan duras, de nuestro pasado con fiestas y alborozo. Seguramente en un desesperado intento por olvidar la mucha sangre derramada y la ruina que, en todos los conceptos, nos ha traído, siempre, la sinrazón perpetua y la intolerancia que tanto nos caracteriza.

En estos días de agosto, los malagueños celebramos la toma de Málaga por los Reyes Católicos a los «infumables» moros. En realidad deberíamos decir, que celebramos la masacre de las tropas castellanas contra los auténticos malagueños de la época, pues en aquel entonces, fue el ejército combinado aragonés y castellano quien en pos de una unificación religiosa y cultural, asedió nuestra ciudad y machacó, literalmente hablando, a todos sus habitantes.

En aquellos días de barbarie irracional, se violó a las malagueñas, se pasó a cuchillo a sus maridos, se vendió a sus hijos como esclavos y se condenó a los más desafortunados al exilio o a la muerte como galeotes al servicio de un rey extranjero. Después vinieron los repartimientos de tierras despojando a todos los malagueños de sus bienes, de sus casas, de sus enseres y de sus vidas, hasta que Málaga fue literalmente ocupada por unos extranjeros venidos del norte que cambiaron rápidamente el sentir y el devenir de la ciudad.

La ciudad mora paso a ser ciudad cristiana: se derrumbaron los templos, mezquitas, madrazas, murallas y casas y poco a poco se fue conformando una ciudad nueva, donde sus antiguos pobladores, aquellos que aún seguían siendo malagueños por haber nacido aquí, eran esclavos de sus nuevos conquistadores y dueños, fundamentalmente castellanos y aragoneses viejos.

Si tuviéramos que medir el número de malagueños actuales que tienen algo de la sangre de los malagueños de entonces, seguramente, no llegaría ni a un 1%. Los malagueños actuales somos fruto de aquellos conquistadores, pues en realidad, todos somos castellanos y aragoneses nuevos.

Quizás por eso, por nuestra castellanización, fundamos la nueva Málaga en torno a las costumbres castellanas. Quizás por eso, celebramos aquella antigua vejación llena de sinrazón y horrores para la población autóctona, con una feria.

Ayer comenzó, formalmente la Feria de Málaga. La noche se llenó de fuegos de artificio y de los primeros bailes y excesos. Pero el tiempo, que lo sabe todo y tiene el recuerdo eterno, quiso acordarse de aquellos que lloraron lágrimas de sangre y como llanto que bajase del cielo, cerró la noche andaluza, una profunda niebla que llegando del mar, quiso besar los cielos.

De Málaga a América. En aquellos tiempos de conquista llegó hasta nuestras tierras un marino, tenaz y tozudo, que visitó a los, seguramente ocupadísimos reyes, con una insólita proposición: «Heme aquí, rey, reina, ante vosotros, que imploro por la presente un fondo de 1.200 ducados para partir de hecho hacia lo descubierto y lo que esté por descubrir».

Aquel siniestro marino, respondía al nombre de Cristóbal Colón, y nadie sabía muy bien quién era ni de dónde había venido. Fue entonces, quizás porque estuviera dotado de una arrolladora personalidad y un poder de convicción único, que partiera de aquella reunión con los dineros solicitados que sirvieron para comenzar la aventura más grandiosa de la armada española: la Conquista de América, que estuvo a punto de frustrarse por culpa de nuestra amiga la niebla.

Parece mentira que el Gran Almirante cometiese tan tremendo error de cálculo, €un hecho que hace poner en serias dudas su capacidad por muchos de sus biógrafos€, pero lo cierto es que, según el diario de a bordo, la expedición se desvió considerablemente de su rumbo. Este hecho fue ocultado por Colón a la tripulación que, cuando trascendió y por fin se supo, se amotinó poniendo en peligro la hazaña y la propia vida del descubridor. Sea como fuere, una vez más, las dotes de negociación y su carisma, convencieron a los marinos hasta que por fin, un 12 de octubre, Rodrigo de Triana, pudo gritar, entre la niebla, aquello de «¡Tierra a la vista!», frase que cambió la historia del mundo para siempre.

Pensamos que Colón fue el primero en llegar. Lo cierto es que existen muchas dudas sobre ello y abundantes leyendas que nos cuentan lo contrario. Está la aventura del galés Madog ab Owain Gwynedd que parece ser que visitó tierras americanas por el año 1170 y que incluso dejó allí un destacamento con más de cien personas a las que aniquilaron los indios. O el rey malí Abubakari que envió cuatrocientas naves que llegaron a la actual Brasil, donde curiosamente se han descubierto rastros de una civilización africana de origen precolombino. Curiosa, cuanto menos, resulta la aventura del militar chino Zheng He, quien metido a explorador se dice que llegó a América donde ya había estado predicando su paisano el monje budista Hui Shum y que por eso Guatemala se llama así, en honor de Buda, a quien internacionalmente se conoce como Gautama€

Mas conocida es la aventura de Leif Eriksson «el Afortunado»,famoso explorador vikingo hijo de Erik «el Rojo» y fundador de Vinlad, es decir, la actual Terranova.

Pero lo mas inédito, desde mi punto de vista, son las menciones de Votam y Sume, dos navegantes indios (de la India) que según las leyendas hindúes, anduvieron por allí hace más de 2.500 años.

Resultaría curioso que los verdaderos indios fueran realmente los descubridores de aquel continente y por tanto los primeros en ver a los primeros indios€

Guiños que da la Historia escondidos entre páginas ocultadas por los tiempos de niebla€

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