Posiblemente Achúcarro (Bilbao, 1932) es uno de los músicos españoles más importantes de todos los tiempos. Dio su primer concierto con 13 años y desde entonces ha trabajado con las orquestas más importantes de todo el mundo. El 28 de octubre ofrecerá un concierto con Pinchas Zukerman en el Teatro Cervantes, dentro de la esperada primera edición del Festival Plácido Domingo.

Usted es uno de los grandes intérpretes a nivel mundial con un amplio palmarés, y en España es considerado como el gran maestro al que admiran los jóvenes.

Nunca he trabajado para que me caigan honores, y si tuviera la suerte de que cuando a uno le dan una medalla toque mejor el piano, qué alegría sería. Para entender la música y tocar mejor el piano, lo único que puedes hacer es estar sumergido en ello; y eso es lo que he procurado hacer toda mi vida.

En los tres últimos años se ha significado con varios DVD con música de Falla y de Brahms, e incluso un documental sobre su vida en el que colaboran, entre otros, Plácido Domingo y Zubin Mehta. ¿Le abruma tanto afecto?

Me siento felicísimo y me satisface que todos estos artistas digan cosas tan buenas de mí. Los DVD han quedado muy bonitos, el de Brahms con la Sinfónica de Londres y Sir Colin Davis fue best seller en Amazon, ha tenido unas críticas estupendas en las revistas de todo el mundo. Ha sido como la coronación del esfuerzo de una vida. Le cuento una anécdota: cuando Henryk Szeryng tocó en Bilbao el Concierto para violín de Brahms, era un niño y le dije a mi padre que quería ser violinista para tocar aquella música. Me contestó que no me preocupase porque iba a estudiar piano. Yo no había pensado antes ni ser violinista ni pianista.

En Dallas han creado una fundación con su nombre para difundir su legado y apoyar a los jóvenes músicos.

Una vez más y ante mi sorpresa, porque no sabía que me querían tanto. Esta fundación intenta ayudar a los jóvenes al principio de su carrera. Me preguntaron qué era lo más podía a ayudar a un joven pianista y les dije que donde más se aprende es en el escenario. Hay gente que ha empleado su tiempo y su dinero. Se habla mucho de la gente de Dallas, de los cowboys y su dinero. Y en la universidad en la que enseño existe la segunda colección de arte español más importante de Estados Unidos, con más de 200 obras, y mucho mejor que si estuviera en El Prado, donde tienes que saber kárate para ver un Velázquez.

¿Cómo le afecta la crisis de la cultura?

Me produce verdadera angustia el que la música y las artes se tengan como la primera cosa a suprimir. Me da miedo, y en cierto modo, todos tenemos que arrimar el hombro. En mi caso, sí que había conciertos que han desaparecido. El mundo entero atraviesa esta situación, no lo olvidemos, y en España no existe el mecenazgo privado, sino que hemos tenido la fórmula de que siempre paga el ayuntamiento.

Brahms y Falla se repiten en sus recitales. ¿No se cansa?

Nuestro trabajo, de detectives o arqueólogos, como quiera llamarlo, es ir detrás de las notas que ha querido poner el compositor, lo que ha vertido en la partitura después de mucho pensar y mucho emocionar. Ocurre lo mismo que con otras cosas en la vida. ¿Esto cómo se produce? Entonces es cuando empieza a ver misterios y se queda uno asombrado con lo que puede ser. Tenemos que añadir nuestro tiempo interior al tiempo metronómico que está en las partituras, por lo que puede valer una nota cuando se profundiza en la partitura y en la idea del compositor que puede representar emocionalmente lo que Einstein denominaba el continuo tiempo-sonido, que es lo que hace que la música viva. Por ejemplo, cualquier austriaco sabe lo que es un vals, cualquier español lo que es una jota, y los dos se escriben en un tiempo de tres por cuatro. Entonces, si nos limitamos a lo metronómico, no sale ni un vals ni una jota. Son esas pequeñas diferencias temporales y de acento. Y es ahí donde se ve la personalidad del intérprete. Esas mismas líneas se leen de una u otra manera, hay mil maneras de interpretar una partitura.