Con aroma de «western», el autor afincado en Cataluña y Premio Nacional de Narrativa 2010 que estuvo a punto del «suicidio literario» tras el éxito de «Soldados de Salamina» reflexiona en su nueva novela «Las leyes de la frontera» (Mondadori) sobre los mitos y la justicia a partir de la España de los quinquis y los Liang-Shan-Po.

Juan Genovés decía hace unos días lo mismo que usted comenta al inicio de Las leyes de la frontera: que el franquismo olía a mierda. ¿Tan característico era el aroma?

Celebro coincidir con Genovés. Mi recuerdo es ese. Tenía 13 años cuando Franco murió y el olor era ese€, a corrupción.

En mi pueblo también teníamos un Liang-Shan-Po, pero creo que no éramos originales€

Todavía no he encontrado una ciudad de España donde no haya un Liang-Shan-Po. La frontera del libro es sobre todo simbólica, entre el bien y el mal, y eso se discute a través del símbolo de ese Liang-Shan-Po de aquella serie que caló tanto, donde vivían los forajidos, que en la televisión eran los buenos y en la realidad me temo que no eran Robin Hood, sino unas víctimas.

Conocer el mal no hace mejor al ser humano, dice uno de los personajes. Pensaba que el conocimiento siempre mejoraba a los hombres€

No tengo respuesta para eso. Soy bastante bueno preguntando, pero respondiendo soy malísimo. Creo que pensar consiste en hacer las preguntas adecuadas y tener paciencia para posponer las respuestas. Por eso creo en la novela, porque es el género de la ambigüedad. Un escritor jamás contesta preguntas, las formula de la manera más compleja posible.

Su Zarco, como los héroes del Oeste, aunque parece ganar siempre pierde. ¿Vale para toda esa generación «quinquillera»?

Vale. Estos chavales fueron mitificados e idealizados de manera insensata y no eran más que perdedores. Perdieron todos y de forma dramática, porque la inmensa mayoría se dejó la vida con menos de 25 años.

Ya no hay charnegos, dice un personaje, o están muertos o sus hijos hablan ya catalán. ¿Por eso el rebrote ahora del independentismo catalán?

Que no existen charnegos es un hecho. El rebrote no tiene solo que ver con el sentimiento catalanista, hay gente seducida por el cebo tramposo del independentismo por motivos económicos, sin los cuales eso de la identidad cuenta poco. La identidad es como la fe y yo soy partidario de que seamos laicos, que sea una cosa privada.

¿Entonces se puede estar en contra de la independencia de Cataluña y no ser españolista?

Yo estoy ahí. Soy antinacionalista español y catalán. El nacionalismo me parece un error como ideología, sea donde sea; ha sido el mejor carburante de muchas guerras en Europa.

¿Cuando se hace realismo se teme ser acusado de costumbrista, como afirma Muñoz Molina?

Yo no creo que haga realismo, pero es verdad que el costumbrismo es casi incompatible con la literatura. Mi propósito es partir de una determinada época y lugar para ir hacia lo universal.

¿Los elogios, el éxito, paralizan?

Me levanto cada día preguntándome si soy escritor o me he equivocado, aunque mi vocación ha sido lo único seguro en mi vida. Hubo un momento peligroso tras Soldados de Salamina, cuyo éxito -solo era un profesor universitario de provincias- me asustó y tuve la tentación del suicidio literario.

¿Falta la novela de este tiempo de miseria y tiburones o requiere distancia?

Quizá no tenemos que esperar la novela definitiva sobre nada, porque es un genero tentativo. Yo no he leído esa novela sobre lo que está sucediendo en España y realmente no sé cuál es la pregunta pertinente en este momento.

El periodismo es una máquina de picar carne, afirma una de sus creaciones. ¿A usted le gustan las hamburguesas?

Me encantan, las de carne. El periodismo, también, pero hay bueno y malo, y en esta novela hay una visión negra del periodismo, como creador y destructor de mitos.

¿Quién cree en la bondad natural del ser humano es un sujeto peligroso?

Lo dice el director de la cárcel en la novela. Yo no tengo respuesta, pero le diré que es mejor ser prudente. Los pesimistas preventivos son los sabios. Yo soy un optimista compulsivo y eso me ha producido muchas desgracias. Es mejor la teoría de la propina de Pla: felicitarse, por ejemplo, porque el tren esta mañana no se ha estrellado.

Ya. ¿Ha empezado a ir al psicoterapeuta?

Como dijo Hugh Grant cuando en EEUU le preguntaron lo mismo: «En Inglaterra leemos novelas». Yo soy inglés en esto.