Octavio Calleya Iliescu ha cumplido setenta años. Esta circunstancia, venturosa en sí misma, especialmente festiva en el caso de un artista, ha coincidido con bastante precisión con su jubilación de las labores docentes. Pues, como el lector sabe, Calleya ha sido una referencia en nuestro entorno, no solo por lo que tiene que ver con el ejercicio de la dirección de orquesta, sino por lo que refiere también a la enseñanza de esa misma disciplina, más que profesión modo de vida.

Si todo artista -aun el intérprete- es autor, y si autor viene de auctor, literalmente «el que aumenta»-, entonces los artistas son aquellos que acrecen nuestro mundo, que ensanchan el horizonte de lo concebible, y que articulan también los modos de nuestra cambiante sensibilidad. Si además el artista se ha desempeñado durante treinta años en el espacio profesoral, mentor de otros artistas en ciernes, tutor de vocaciones y talentos, entonces su impacto puede adquirir la envergadura de una escuela, y es reconocible en la muchedumbre de sus frutos. En esa labor de aumento, riqueza y predilección, pivotante sobre el eje de la dirección de orquesta activa, multiplicada por el prisma de la enseñanza mantenida en el tiempo, ha tenido Octavio Calleya una responsabilidad indudable, cuya ponderación festiva es justa en estos días, eco de su septuagésimo cumpleaños.

El maestro Calleya recala en Málaga, según se puede leer en sus resúmenes biográficos, en 1973. Él, nacido rumano, pero de lejanos vínculos hispánicos (el apellido Calleya está emparentado con el castellano Calleja), llega a España portando consigo la huella indeleble de ese gran director a quien él considerará siempre su principal maestro: Sergiu Celibidache. La impronta de Celibidache, orgullosamente reivindicada por el discípulo, ha tenido en Octavio Calleya el reflejo de una preocupación honda por el análisis del modo en que la música opera en el tiempo, y por la manera en que el tiempo musical incide a su vez en la conciencia. Así lo recordaba él en la conferencia ofrecida el pasado jueves 22 de noviembre, festividad de Santa Cecilia, en el Conservatorio Superior de Música de Málaga, su centro durante casi tres décadas.

Vitalidad Con esos bagajes teóricos, y con una vitalidad más que desbordante, fue Calleya titular de la Orquesta Sinfónica de Málaga (hoy Sinfónica Provincial, dependiente de Diputación) en los felices ochenta, y de la Orquesta Filarmónica (antes Ciudad de Málaga) durante sus años fundacionales. Con la intensidad que da la fe en las propias certezas ha proseguido también su carrera internacional, facilitada por su instinto nómada, por su querencia cosmopolita, y hasta por su singularísimo de lenguas.

Recordamos con nostalgia aquellas sesiones en el conservatorio, en El Ejido, con la Sala Falla abarrotada de un público fidelísimo, expectante por gustar una vez más del pulso firme y asertivo, trepidante en los tiempos, de aquel rumano-español casi recién llegado, de ese maestro que venía a insuflar nueva vida en el torrente sanguíneo de la ciudad, nimbado por el aura de lo extranjero, de lo exclusivo de su ascendencia artística, de su indeclinable afán de transformación.

Octavio Calleya, una figura imprescindible, sin duda, en la historia de la extraordinaria expansión de nuestro entorno cultural de los últimos treinta años. Feliz aniversario, maestro.