Interferencias
Cuestión de tiempo (II)
Cristina Consuegra
Echar la vista atrás para recuperar esa extraña y ajena figura, ahora de humo, que recuerda quién has sido, que recuerda, también, aquello que no quieres ser. Una suerte de silueta huidiza que juega a esconderse entre los pliegues de la memoria, entre lo marmóreo de lo hecho y lo suspendido en el éter de lo pendiente. Retroceder lo transitado entre páginas y autores que me han ayudado a entender parte de mí, fragmentos de otros y este acontecer que se agrieta bajo nuestros pies.
Páginas. Miles. Y en todas ellas he encontrado un algo irremplazable, un gran tesoro que guardo en el estómago, en ese otro Yo que late vorazmente al ritmo de cada palabra, idea, verso. Lazos de Sangre, de Lola López Mondéjar, publicado por esa editorial que vive por y para el cuento, Páginas de Espuma, quema, golpea, y lo logra con esa forma tan única que tiene López Mondéjar de contar las cosas, de narrarnos, de fotografiar con palabras, a lo Katherine Mansfield, lo cotidiano y su peaje, y la complejidad del ser humano, el profundo abismo que encierra la identidad de uno cuando forma parte de un Yo más contundente y caleidoscópico, ese otro Yo en el que nos desvanecemos sólo con nombrarlo: Familia. En este título, la autora murciana ofrece al lector una especie de cartografía, en clave de ficción, en torno a las relaciones que se establecen entre las diversas personas que componen lo familiar, concepto capaz de mover montañas, de abrir en canal mares y océanos.
Cenital, de Emilio Bueso, publicado por Salto de Página, es otro libro que no me cansaré de reivindicar.
República independiente en sí mismo, este libro supera cualquier tipo de expectativa, desborda en ideas y palabras, palabras que cabalgan como una melodía insaciable e ideas que noquean al lector. Una novela con una estructura original y eficaz cuyo entramado lo convierte en un animal raro con vocación de clásico.
Otro autor que ha combinado lo formal y discursivo gracias a la creación de una poética original y voraz es Recaredo Veredas que con Nadar en agua helada (Bartleby Editores) se perfila como una de las voces más personales de la escena nacional. En este título, Veredas otorga al lenguaje una plasticidad inusual, al tiempo que hace de la imprecisión su mejor aliada gracias a esa basculación entre géneros; en este poemario -o no-, el simulacro ofrece el cobijo preciso, perfecto, al collage de ideas e imágenes que soporta cada poema. Un libro sobre la experiencia de vivir, sobre esa belleza, de pelaje metálico, inherente al desasosiego.
Y si hablo de belleza, debo escribir sobre uno de los grandes títulos del año Los pájaros amarillos (Sexto Piso), de Kevin Powers. Esta entrega primeriza sorprende por la calidez de las palabras y por lo terrible de su significado; por narrar el ejercicio de la violencia, de la guerra, desde ángulos que pensábamos inaccesibles para la literatura. Recuperando la tradición estadounidense sobre el género, Powers ha facturado una novela desoladoramente bella, generadora de reflexiones sobre la globalidad de la violencia, sobre esta condición humana que nos empeñamos en desproveer de su humanidad. Novela sorprendente y adictiva que, entre muchos logros, destaca por lo que posee de testimonio de un tiempo, de crónica áspera que precisa de la complicidad del lector para ser.
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