El milanés lo es todo en los atriles. El director de orquesta, uno de los grandes, reclama que la ópera y la clásica no vuelvan a ser productos de consumo exclusivo de los élites a causa de los recortes financieros.

¿Hacia dónde cree que se dirige su mundo, en estos momentos de tanta incertidumbre, reajustes, cierres, recortes...?

El mundo musical está en peligro, pero no para mí como individuo. Todos tenemos una responsabilidad generacional con el futuro. Como mínimo, tenemos una responsabilidad sobre dos generaciones.

¿No cree que el hecho de que las instituciones recorten sus presupuestos y tiendan a gestionar los teatros en función de las recaudaciones va a suponer que la música o la ópera vuelvan a ser sólo para las élites?

La ópera y la música es para todo el mundo. El gasto de un teatro público tiene que ser responsabilidad de las instituciones que lo administran y el coste de sus entradas debe estar relacionado con la sociedad que lo acoge. Los teatros son para todos. La ópera ha de ser accesible para todos. No hay que caer en el error de que para solucionar los problemas económicos haya que subir los precios porque es algo que va en contra de la propia sociedad y además la divide.

¿Como músico diría que ya está donde quiso estar?

Sí. En mi vida he tenido una suerte maravillosa. Estoy donde deseaba, satisfecho de mi vida. Mis años en la Orquesta Real del Concertgebouw de Amsterdam fueron de gran creatividad y ahora en la Gewandhaus es una responsabilidad actual y para las nuevas generaciones.

En sólo un par de años grababa las sinfonías de Beethoven. Y entre manos tiene la integral de Mahler y de Bach, y un trabajo en homenaje a Verdi. ¿Son asignaturas que hay que superar para continuar ahí?

Si tienes algo que decir sí. No es el techo, pero sí un reto profesional. Hace veinte años me sugirieron grabar la Integral de Beethoven y dije que no estaba todavía preparado, que necesitaba formarme todavía más. Lo que ahora he hecho creo que tiene una idea interpretativa clara, un sentido.

Y en su caso, algunos han sugerido también su deseo por querer dejar clara una personalidad en la propia grabación y en los tiempos.

En cuanto a la ejecución seguramente sí, pero no en cuanto a los tiempos porque los marca el metrónomo. Nunca se trata de buscar la originalidad o de ser diferente. Eso no me interesa. Me interesa la fidelidad a lo que ha escrito el autor. En el caso de la Integral de Beethoven, el trabajo ha sido un virtuosismo colectivo, un reflejo natural del trabajo cotidiano.

Los cantantes se quejan de que los teatros los consideran a los cuarenta años viejos o que los directores escénicos aplican su tiranía. ¿Mejor la tradición?

Lo segundo que ha dicho es muy justo. Pero no estoy de acuerdo con lo primero. Cuando uno es genio vocal permanece hasta el último día de su vida y no importa su belleza, ni su edad. Pero sí es cierta esa tiranía escénica contra la partitura. En mi última Bohème hemos hablado mucho para crear un espectáculo muy teatral, muy romántico, lleno de sentimiento pero sin sentimentalismo. Yo le digo a la orquesta: «Tocad eso pero sin miel y con la convicción de que estamos ante una gran página dramática».

¿Es buen espectador?

Cuando puedo sí porque se aprende mucho escuchando a los otros y nunca se sabe lo que harán. Esa es la magia de la música en vivo: un descubrimiento cotidiano. ¿Y sabe también por qué me gusta mucho? Porque veo a los demás sudar mientras yo estoy bien vestido sentado [ríe].

Pero debe de ser muy crítico y no creo que un director pueda llegar a disfrutar como un espectador más.

Por supuesto. Y eso es horrible. Eso es lo malo, porque un director tiene un idea interpretativa y no es justo, nunca es justo. Por ello hay que saber dejar siempre un espacio entre tu conciencia y la libertad de los otros.